El hombre que abrió los estadios y plazas de toros a los Rolling, AC/DC o Bob Marley tras el veto franquista

A pocos kilómetros de Girona, en una masía de piedra rodeada de bosque, habita el hombre más influyente de la industria musical de la última mitad de siglo. A simple vista no es más que un septuagenario que luce cráneo afeitado y viejas camisetas de leyendas del rock. Pero cuando la cámara se cuela en este retiro de jubilación, lo que se apila dentro dista mucho del inventario de una casa de campo normal.

La vida de Gay Mercader se sucede por retratos desde el salón a la habitación como si fuese un peculiar paseo de la fama. Las fotografías de madres, padres y abuelas se mezclan con las de Keith Richards, Iggy Pop, Bob Marley o Patti Smith, algunos de los 3.400 artistas que pisaron por primera vez un escenario en nuestro país gracias a sus dotes de nigromante. Solo él logró invocar a presencias consideradas satánicas por Franco y rendir a millones de nuevos feligreses a sus pies.

El gran mercader del rock & roll, dirigido por Montse Mompó y Pilar Ruiz, repasa el recorrido del promotor que colocó a España en el mapa de la relevancia musical tras haber sido injustamente apartada.

“Me emocionó mucho cuando Gay nos invitó a tocar porque hasta entonces no se podía. Lo entendí bien porque teníamos el Guernica en Nueva York y Picasso decía que solo podría volver a España cuando Franco estuviera muerto. Supongo que eso mismo pasó con el rock and roll”, dice Patti Smith en una parte del documental, que llega este jueves a la Cineteca de Madrid y el 1 de diciembre a La 2.

Mercader y ella se hicieron grandes amigos en 1976. Él siempre dice que tuvieron un “flash epidérmico: fue conocernos y amarnos de forma platónica”. 50 años más tarde, aunque la dama del punk le sea infiel y venga de la mano de otros promotores, ella le busca, le abraza y le agradece su lealtad. “Siempre me manda una rosa en Sant Jordi, es reconfortante reunirme con otro superviviente de esa época”, concede la cantante.

Tanto Smith como Sting o Iggy Pop reconocen que viniendo a la España de mediados de los 70 y principios de los 80 estaban presenciando un “capítulo clave de la historia musical” de nuestro país. También la inmolación de un hombre que se enfrentaba a la quiebra económica e incluso a la cárcel por programar según qué conciertos. El ejemplo paradigmático es la primera actuación de los Rolling Stones en 1976, la que Mercader describe como “un periplo penoso”.

“Empezamos en Cambrils y allí nos vetaron diciendo que de los camiones salían tíos que violaban a las chicas. Después soltaron que yo quería montar un campamento homosexual nudista y me lo volvieron a prohibir”, explica el promotor. Al final, ese verano tras la muerte de Franco, en plena “España medieval”, los Rolling actuaron en La Monumental de Barcelona frente a una masa de 11.000 personas, aunque el aforo era de más de 18.000.

Lo que parecía un fracaso económico se convirtió en la mejor de sus suertes, porque “los grises pensaron que no teníamos suficientes efectos especiales y tiraron botes de humo desde el exterior que cayeron en las gradas vacías del fondo. Si llegan a estar llenas, se produce una estampida, muertos y no hay más conciertos en España en los próximos quince años”.

Por fortuna, aparte de que les prohibiesen sacar un pene hinchable lleno de confeti, nada más perturbó aquel primer concierto de los de Mick Jagger, que volvieron otras muchas más veces de la mano de Mercader. “Es increíble la cantidad de gente que con 14 años se escapó a ver a los Rollíng Stones y les abrió la mente. Era un país en blanco y negro y, modestamente, yo le puse un poco de color”, espeta el promotor en el documental.

El ego y el mal carácter son dos características que ciertos colaboradores recriminan a Gay, pero otros piensan que no es nada respecto a los grandes cambios sociales que introdujo de la mano del rock and roll.

Él, quizá por haber sido el magnate durante tantos años, se considera a sí mismo algo misántropo. Una definición curiosa cuando su círculo cercano cuenta con estrellas en el paseo de la fama, millones en su cuenta corriente y las anécdotas más salvajes del último siglo.

Una de estas personas es su amigo Iggy Pop, a quien invitó por primera vez en 1978 y por última el verano pasado en el Mad Cool. “Recuerdo que antes de ese concierto me preguntó si tenía coca, le dije que sí. Nunca había visto a nadie meterse de esa forma. Y claro, salió al escenario como un puñetero cable eléctrico”, cuenta Mercader. “Él fue quien inventó aquello de tirarse al público aun a riesgo de que no te recojan”.

Iggy Pop, por su parte, le describe como “la representación de la España abierta, un spaniard de gran corazón”. Ambos abrazaron las drogas y más tarde recorrieron el camino inverso para preservar una salud delicada.

Mercader no es el único que ha decidido retirarse a la buena vida tras décadas de excesos y, como él, muchos de sus colegas. “Keith Richards bebe un poco pero nada más. Clapton está más sano que una perdiz e Iggy se metía de todo y ahora no toma ni una copa y está en una forma física envidiable”, enumera.

Esa es la otra lección del gran mercader del rock & roll: que el pasado tiene su parte buena y otra que no lo es tanto. En su caso, la última toma forma de polvo blanco, horas sin dormir entre las pastillas y el trabajo, y un tic nervioso derivado de toda aquella presión. Lo que por desgracia nunca volverá es esa relación familiar que se generaba entre los artistas y los promotores ni ese afán por romper las normas.

“Si hubiese seguido la línea recta, no habría hecho conciertos por miedo a la policía franquista. Me ha ido muy bien no respetándolas”, concluye Mercader.

Por muchos años que pasen y mucho prado que sustituya a los oscuros camerinos, las mujeres, las drogas y el rock and roll, el promotor no cuelga las botas. Puede que ya no tengan estampado de leopardo ni vayan acompañadas por un abrigo de pelo y un sombrero de plumas glam, pero dentro del envoltorio la música resuena tan alto como siempre.