A veces, el secreto de una pequeña historia reside en otorgar a un elemento cotidiano un valor inusitado. La película ganadora del año pasado en San Sebastián examinaba una problemática social en Venezuela a través del pelo de un niño. Eran Riklis utilizó unos limoneros para describir el conflicto palestino-israelí. Y si la trama es de suspense, los objetos se denominan McGuffins; ya se sabe, un maletín o unos documentos que se disputan malos y buenos. Pero como Jose Mari Goenaga y Jon Garaño andan más por la vertiente sentimental, bastará con indicar que Loreak son las flores que van deshojando a los personajes de su película.
Una mujer con menopausia a los cuarenta y que vive un matrimonio demasiado convencional es la destinataria de un ramo anónimo cada semana. Tras la muerte de un hombre, el obsequio deja de llegar a su puerta y las flores aparecen en la carretera en la que el difunto sufrió el fatal accidente, así que el enigma es sencillo, pero esa no es la cuestión. Es una historia mínima, que diría Carlos Sorín, donde los directores vascos dilatan la redención o la raíz de conductas difíciles de entender para explicar las relaciones familiares.
Aunque el fallecido tenga mucho protagonismo, no estamos hablando de Rebeca, porque poco más se sabe de él salvo que dona su cuerpo a la ciencia. En Loreak se cruzan las vidas de tres mujeres, madre, esposa y enamorada, que intentan comprenderse pero cuyos destinos son divergentes, teniendo solo en común el vacío que les deja el desaparecido. Como Solas, es una historia femenina pero con un intimismo que embelesa a cualquier público.
La cinta está escrita y rodada con la sobriedad característica de muchas películas vascas, pero también con el meticuloso mimo que Montxo Armendáriz imprimió a Tasio. Loreak es una de las pocas películas en euskera que aparecen en la sección oficial del festival de San Sebastián. Se trata de una apuesta que por su minimalismo tiene difícil competir con las de directores consagrados como François Ozon o Bille August. Pero como cualquier ramo de flores, es un pequeño obsequio que estimula las más tiernas intenciones.
Los recuerdos son el alimento del dolor
Las flores también anegaban Six Feet Under. En uno de los capítulos del fabuloso producto de HBO, Nate Fisher está sentado en la mesa junto a Brenda mientras cenan y dialogan sobre la fatalidad de la pérdida de un hijo. Cuando mueren tus padres te quedas huérfano, cuando fallece tu esposo o esposa eres viudo, pero ¿qué eres cuando pierdes a un hijo? Nada, no hay denominación, no existen las palabras para describir una situación tan antinatural como lacerante. Alan Ball lo planteaba en la serie que mejor ha retratado la muerte y la misma tragedia es la que rompe la estabilidad del matrimonio entre Connor Ludlow y Eleanor Rigby. James McAvoy y Jessica Chastain son los actores que protagonizan La desaparición de Elanor Rigby, una película romántica, compleja y dura.
Ned Benson escribió dos guiones para dos películas: El y Ella. Uno retrataba el derrumbamiento de la pareja desde el punto de vista de Connor Ludlow y otro bajo la perspectiva de Eleanor Rigby. Pero la propuesta amedrentaba a unos productores tan reputados como los hermanos Weinstein, por lo que se montó una tercera película. Esta última versión es la que se estrenó en Un Certain Regard en Cannes y ahora participa en la sección Perlas del Zinemaldia. En Ellos se mezclan las secuencias que siguen a McAvoy y a Chastain. Ambos comparten idénticos recuerdos de su historia de amor, pero la memoria del pasado es individual y única. Como consecuencia, el montaje yuxtapuesto resulta convencional aunque el lirismo de las secuencias rescata la película.
Jessica Chastain está espléndida, su personaje se ahoga en el pasado mientras el de McAvoy intenta alejarse del abismo. Entre ambos se crea un muro insalvable y la excusa perfecta para que Ned juguetee con los tiempos del relato. Benson bucea en filmes como Blue Valentine para describir ese vacío en el estómago que se forma cuando uno descubre que está más lejos del otro cada instante que pasa. La inevitable sensación de que ya no tiene sentido intentarlo está dibujada en La desaparición de Eleanor Rigby con varias pinceladas que nacen del último cine independiente de Estados Unidos. Las luciérnagas elevándose del césped de Central Park y el efectismo narrativo no deben impedir ver el fondo de una película arrebatadora.
Un emotivo romance entre dos hombres
Probablemente la británica Weekend es una de las mejores películas que se han hecho sobre la homosexualidad en los últimos años. Desmonta clichés y habla del amor con mayúsculas y mediante unas bellas imágenes. En Estados Unidos la profundidad de campo suele ser menor, salvo que el que desnude el idilio entre un par de cowboys sea Ang Lee. Pero el cine independiente de ese país tiene un merecido prestigio y la historia de dos provectos enamorados puede tener su miga.
Ira Sachs es un director gay que ha querido contar en Love is Strange lo que le ocurre a una pareja de su misma orientación sexual cuando tras casi cuarenta años de noviazgo deciden casarse. El matrimonio supone para uno de ellos el final de su carrera como profesor de música en un colegio dirigido por religiosos, ya se sabe de la severidad de los siervos de Dios. Así que la entrañable pareja formada por Alfred Molina y John Litghow se ve obligada a separarse buscando cobijo en las casas de sus seres queridos. La película está narrada de forma madura, sin maniqueísmos y ornamentada con melodías de Chopin. Además cuenta con la participación de la bellísima Marisa Tomei. El abrupto final quiebra la meritoria naturalidad de una historia que sin abrumar deja un emotivo poso.