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Mia Hansen-Løve y el espejismo de la cultura de club

El futuro ya pasó. Fue a mediados de los años 90, cuando la corriente subterránea de la música electrónica emergía para congregar a las masas y bañarlas en sudor y agua embotellada, el dance se consolidaba como género lúdico y se disponía a vivir unos cuantos años de gloria, los justos, en la cresta de lo dionisíaco. Parte importante de todo aquello se gestaba aquí al lado.

La francesa Mia Hansen-Løve dirige y firma el guión de Edén junto a su hermano Sven, en cuya experiencia se basa el personaje interpretado por Félix de Givry en el que es su primer su protagonista, el de Paul, un joven parisino entusiasta del house garajero al que veremos evolucionar entre 1992 y 2013. Dos décadas en las que pasará de la mera escucha y la confección de fanzines con los colegas a ocupar la cabina de deejay, se convertirá en productor y promotor, alcanzará notables éxitos locales y se mantendrá en la pista dando vueltas sobre su propio eje, fiel a una militancia que le llevará hasta el apeadero del futuro y la desorientación.

Danzad, danzad malditos

Algo que en un primer momento llama la atención de Edén es su aproximación al asunto de las drogas, ya que incide más en el consumo de cocaína que en el de MDMA, la sustancia vinculada por tradición a la escena. La respuesta podría encontrarse en que una de las tentaciones de la película es contraponer a la música la euforia de los negocios, retratar la incapacidad de Paul para manejarse en la trampa empresarial, mientras la salsa y los ritmos latinos empiezan su reconquista y aniquilación.

El emblema de la Francia electrónica de los 90 es el sonido retrofuturista de Daft Punk, el dúo que en términos industriales logró trascender aquel lugar y aquel tiempo. Sus integrantes, encarnados en pantalla por Vincent Lacoste y Arnaud Azoulay, tienen un papel menor pero clave en Edén, aunque la película no pretende ser la crónica pormenorizada de aquella escena cultural sino observar la perseverancia de su protagonista y sobre todo la crueldad que el tiempo, en su labor de agente aliado de la muerte, aplica sobre las pasiones individuales.

El fresco de la época, en cualquier caso, queda bien representado en una banda sonora tan feliz como extrañamente calma en la que suenan Joe Smooth, The Style Council, The Orb o Frankie Knuckles, además de varios temas de unos Daft Punk que pusieron todas las facilidades para que su música pudiera estar en la película a un precio simbólico. El baile se completa con cameos presenciales de Arnold Jarvis, Terry Hunter, La India o Tony Humphries dejándose mirar a los platos.

Random access memories

Al igual que ella en el patronímico, el cine de Mia Hansen-Løve tiene algo de conjunto vacío. Se trata de un esplín de fondo que en Edén se acentúa y nos remite a los decadentistas, aunque en verdad estemos ante una película de texturas neoclásicas, que prolonga algunos presupuestos de sus mayores (en particular los naturalismos de la Nouvelle vague) para hacerse expresión de atrofias creativas y paraísos perdidos.

La última escena de la película, que contiene un significativo chiste a costa de Daft Punk, se desarrolla en las entrañas del exclusivo club que David Lynch concibió en la calle Montmartre va a hacer un lustro, el Silencio, que en su nombre nos corrobora que de lo que habla esta historia localizada en un momento un poco ilusorio de la historia de la música es del olvido, de la bajona y de la regulación, de la fidelidad a uno mismo mientras el contexto va quedando atrás, de los amigos que claudican, de la taxidermia de los sueños y del corazón como caja de ritmos.

Mia Hansen-Løve prepara ahora una nueva película que se titulará L'avenir (El porvernir). En ella Isabelle Huppert interpreta a una profesora de filosofía a punto de cumplir 60 años que ve cómo su marido y sus hijos abandonan el hogar familiar. La directora se enfrentará por vez primera a la vejez después de una primera etapa en su filmografía donde ha estado tratando la memoria y la juventud, haciendo un cine retrospectivo y de los primeros amores. Pero L’avenir tiene truco: la circunstancia de la protagonista está inspirada en la madre de Mia, quien no parece dispuesta a dejar de lado su naturaleza nostálgica. Tal vez porque empieza a entender que la añoranza está asfaltada en dos direcciones. Que la elegía también puede hacérsele al futuro.