El final de Juego de tronos no solo supuso el punto final de la serie. A la vez, despertó la ira de los fans decepcionados por considerar que el colofón no estaba a la altura, tal y como demuestra su escasa nota en páginas como IMDB (un 4,3, el capítulo peor valorado de todos). Además, se puso en marcha una campaña de change.org con más de un millón y medio de firmas para que se rehiciera la octava temporada “con guionistas competentes”, alegando que David Benioff y D.B. Weiss han demostrado ser todo lo contrario. “¡Haz caso a nuestras expectativas y hazlas realidad, HBO!”, denuncian en la petición.
No es la primera vez que ocurre algo similar. En Los últimos Jedi (2017), el director Rian Johnson se atrevió a reinterpretar el concepto de “la fuerza” y a reescribir ciertos elementos de la franquicia. Como era de esperar, también provocó la ira de los adeptos a este universo. “Walt Disney decidió atacar el canon oficial y eliminó tres décadas de historia”, se puede leer en una de las muchas campañas de change.org creadas tras el estreno del octavo episodio de Star Wars.
Esta tendencia no es solo exclusiva del séptimo arte. También ha estado presente en sagas de videojuegos como Mass Effect. El tercer título, el que se suponía que iba a dar forma a toda la trilogía, acababa de forma un tanto trágica para el personaje principal y no daba opción a que fuera de otra manera. Esta vez las quejas fueron escuchadas y BioWare, la empresa desarrolladora, lanzó un contenido adicional para permitir al jugador seleccionar un epílogo a su gusto.
“Lo que ha pasado tiene mucho que ver con cómo está construido ahora mismo el mundo de la comunicación digital. A las compañías de medios este adueñamiento del contenido que hacen los fans les viene muy bien, porque al final los seguidores se convierten en embajadores de ese contenido”, explica a eldiario.es Elena Neira, profesora de la Universitat Oberta Catalunya (UOC) y experta en las nuevas formas de consumo audiovisual.
Los seguidores de los productos culturales han descubierto con las redes sociales un altavoz que hace décadas era impensable. Ahora los tuits, las campañas e incluso los insultos tienen capacidad de llegar directamente a las personas implicadas en el desarrollo del producto. “Creemos que tenemos derecho al pataleo y a exigir que estén alineados en el umbral de nuestras expectativas. Nos hemos vuelto increíblemente intolerantes a las sorpresas. Los seguidores se han dado cuenta que tienen un arma muy potente que es la denuncia, el convertir la reducción a un amplificador de sus peticiones”, afirma la docente.
Solo basta un vistazo a Rotten Tomatoes para comprobar la aceptación de última temporada de Juego de tronos: la mala puntuación de cada episodio solo era empeorada por el siguiente. “Todo el mundo tiene una opinión con respecto a cómo debería haber acabado Juego de tronos, pero yo creo que la gente pierde de vista que otras temporadas de la serie que tampoco nos gustaron y no existió esta histeria colectiva”, considera Neira.
En ocasiones las votaciones reflejan la experiencia negativa o positiva de seguidores que han consumido una obra, pero el problema es que no siempre es así. Otras veces son fruto de comunidades organizadas para derribar películas que no se alinean con sus ideas políticas. Ocurrió con Black Panther (2018), que se enfrentó a comentarios racistas por contar con un elenco de actores mayoritariamente negros. Pero también con otras como Capitana Marvel (2019), que recibió comentarios machistas incluso cuando todavía no se había estrenado. “¿Debo pagar por ver a una mujer odiar a hombres blancos?”, decía uno de los ofendidos.
“Al final tampoco hay que perder la perspectiva: las redes sociales no son ni mucho menos una media de la población”, apunta Neira sin descartar que sí puedan ser útiles para analizar lo que opina una importante porción de consumidores.
La red como campo de testeo
La reacción de los espectadores es un arma de doble filo: sirve para señalar negativamente a un producto, pero también para testear cuál es su aceptación. Es lo que se pudo comprobar con la película live-action de Sonic, que recibió un aluvión de críticas solo con estrenar su primer tráiler. Algunos fans, incluso plantearon alternativas al diseño original.
El popular erizo azul había pasado de ser rechoncho y tener los ojos grandes a convertirse prácticamente en lo que parecía un humano disfrazado. Por ello, el director Jeff Fowler publicó un tuit anunciando cambios de diseño para el personaje.
El poder comprobar la reacción del público, ¿es también este fenómeno positivo para evitar un posible batacazo en taquilla? “Sin ninguna duda. Algunos creadores que son reacios a tener en cuenta las opiniones de los fans y otros son especialmente receptivos. Me viene a la cabeza Lena Dunham, creadora de Girls, que al principio decía que tenía Twitter para comprobar qué personajes conectaban mejor”, recuerda Neira.
No obstante, sería un error creer que entre los directores y los espectadores no existen filtros intermedios que también condicionan el formato de la obra. Es lo que se pudo apreciar con la reciente Hellboy (2019), que llegó a los cines envuelta por la polémica decisión de Vértice360, la distribuidora española, de elegir un montaje alternativo que suaviza el gore y baja el límite de edad de 18 a 16 años. “No podemos perder la perspectiva de que al final una distribuidora lo que quiere es ganar dinero. Para ellos tener una calificación para mayores de edad es una faena por la publicidad, que debe ser en franjas protegidas, y porque gran parte de la población no va a poder verla”, señala la experta.
Consumir una serie o una película ya no es un acto privado o de un reducido grupo de amigos. Las redes sociales han provocado que el círculo de lo íntimo se expanda más allá de los límites físicos para viajar de un lado a otro de forma virtual. El producto que se adapta sobrevive. El que no, ya sabe a lo que se enfrenta. “Estamos en un universo digital basado en algoritmos para colocarnos delante lo que nos gusta, lo que provoca que cada vez seamos menos permeables a las malas experiencias”, apunta Neira.
Según la experta, a pesar de que encontramos excepciones, los directores “ya no se pueden permitir pedirle un acto de fe a la audiencia” y esperar a que le dediquen tiempo para valorar la creación en su justa medida.
“En el cine todavía estamos pagando por un contenido en concreto. Pero en una plataforma, como no tienes la percepción de transacción económica, porque al fin y al cabo es una tarifa plana, tus exigencias sobre la calidad del contenido se rebajan muchísimo”, añade. Si no estamos conformes con un producto es tan sencillo como darle a un botón del mando y seleccionar otro.
¿Tendríamos hoy paciencia para resistir series más exigentes con el espectador, como The Wire? “Probablemente las nuevas generaciones cada vez sean más impacientes, porque nos estamos acostumbrando a no darle mucho tiempo a las series. Las consumimos rápido y las olvidamos rápido”, lamenta la profesora.
Y, si la serie no es suficientemente rápida, que se prepare para una campaña de change.org en su contra. Puede que David Simon no tuviera tanta razón cuando dijo aquello de “que se joda el espectador medio”.