La directora estadounidense Bonni Cohen pasó tres meses rodando en la prisión de Guantánamo, en el punto álgido de la guerra contra el terrorismo tras el 11-S. Su marido, el también cineasta Jon Shenk, voló hasta Sudán del Sur en busca de dos niños perdidos que sobrevivieron al ataque de un león y a los disparos de la guerrilla sureña intentando huir del país en plena Segunda Guerra Civil. Pero ni Inside Guantanamo ni Lost boys of Sudan fueron descritos por sus productores como “el documental más duro de nuestra vida”.
Ese calificativo lo reservaron para Audrie y Daisy, el último proyecto de la pareja sobre dos chicas que fueron violadas con apenas 14 años. Habrá a quienes les sorprenda esta elección en un país donde una persona es asaltada sexualmente cada dos minutos. Según un estudio de Rainn, la mayor organización contra la violencia sexual de Estados Unidos, 63.000 menores son víctimas de abuso infantil al año.
Cohen y Shenk se implicaron desde los años 90 en buscar la historia adecuada para trasladar este drama a la gran pantalla. El documental The Hunting Ground tomó el año pasado las violaciones sistemáticas en los campus universitarios del país como punto de partida. Durante décadas, una de cada cinco estudiantes era forzada a realizar actos sexuales mientras veía cómo su institución se posicionaba a favor de los agresores. El filme denunciaba que varios centros privados como Harvard, Yale y Columbia entregaban ese indulto a los alumnos por razones económicas y el importe millonario de la matrícula.
Pero antes de la universidad están los institutos, donde se producen el 44% de las agresiones denunciadas. Los dos cineastas decidieron trasladar el foco a las escuelas impulsados por este dato, donde muchas veces la minoría de edad sirve de coartada suficiente. Fue entonces cuando encontraron a Daisy Coleman y su lucha constante desde que los amigos de su hermano mayor la violaron en 2012 cuando tenía 14 años.
Seis meses después, en la otra punta del país, unos compañeros de clase agredían a Audrie Pott en una fiesta cuando ella estaba totalmente inconsciente. Lo que animó a los directores a unir los testimonios fue una frase que pronunciaron ambas tras el ataque. “La violación no fue lo peor, lo que vino luego fue el verdadero infierno”. Las dos adolescentes se referían al acoso en redes, el maltrato en el instituto y el blindaje de su comunidad a los agresores. A diferencia de Daisy, Audrie no pudo soportarlo y se colgó con la manguera de la ducha. Tenía 15 años.
“Las chicas cotillean mucho”
Audrie y Daisy -disponible en Netflix- arranca con la voz de Bonni Cohen sobre la imagen de una silueta. “No te llamaré por tu nombre y usaremos una animación para ocultar tu identidad”. La directora se dirige a uno de los atacantes de Audrie Pott, obligado por la fiscalía a aparecer en el documental junto al otro acusado como parte de su condena. La charla se produce tres años después del suicidio de la chica.
Aunque la expresión de sus rostros no es más que un trazo en pantalla, se puede percibir el laconismo al recordar aquella noche. Ambos admiten que tenían un grupo de mensajes donde intercambiaban los desnudos de sus compañeras, cedidos o robados. En el caso de Audrie Pott no solo compartieron fotografías online, sino que se aprovecharon de que estaba inconsciente para desnudarla, violarla, pintar obscenidades en su cuerpo con un rotulador e incluso introducirlo después en su vagina.
Lo escalofriante es que hoy en día siguen sin tener muy claro qué fue lo que hicieron mal. “Lo que he aprendido de todo esto es que los chicos y las chicas pensamos de forma muy diferente. Ellas cotillean mucho. Los tíos somos más relajados, nos da igual”, dice uno de ellos a modo de conclusión.
El día después del ataque, Audrie se puso en contacto con ellos avergonzada para pedir explicaciones. Ellos se limitaron a quitarle hierro al asunto y le aseguraron que no la juzgarían en el instituto porque “todos cometemos errores”. Pero sí que lo hicieron: arrojaron todas las culpas sobre ella por “zorra” y le atormentaron con sus fotos.
Los héroes de pueblo
Según Rainn, el 33% de las víctimas de violación contemplan el suicidio en Estados Unidos y más del 13% lo llevan a cabo. “Te empiezas a creer que todo lo que dicen sobre ti es cierto y te conviertes en una sombra de ti misma”. Daisy Coleman, la otra protagonista del documental, admite que intentó quitarse la vida tras el acoso y que su hermano tuvo que salir corriendo al hospital con ella en brazos en más de una ocasión.
Cuando tenía 14 años, su madre la encontró en la entrada del porche en coma etílico y azul por la hipotermia. Horas antes se había escapado con una amiga para ir a casa de los compañeros de equipo de su hermano mayor, estrellas de fútbol americano del instituto de Maryville, Misuri. Allí ambas fueron violadas por dos chavales de 17 años. En el caso de Daisy, mientras uno forzaba su cuerpo inmóvil, los otros grabaron un vídeo. Pero ni siquiera eso sirvió como prueba para el corrupto sheriff y el fiscal del condado.
“No subestimemos la necesidad de llamar la atención de las chicas jóvenes”, dice el sheriff de Maryville en la película. El acusado, Matthew Barnett, era nieto de un ex representante de Estado y eso le libró a él y a sus compañeros de cumplir condena. “Todo el mundo está obsesionado con la palabra violación. Es muy popular”, añade el funcionario. Una postura que al poco tiempo revela la prioridad de estos pueblos: que los chicos deportistas vayan a la universidad y hagan buena prensa. No en vano, “son los héroes locales, la gente no quiere verles metidos en problemas”, como recuerda la madre de Daisy.
Contra el slut shaming
slut shamingEl caso de Daisy Coleman y la impunidad de sus agresores llamó la atención de la prensa internacional e incluso del grupo hacktivista Anonymous, que exigió una investigación. Pero ni eso bastó para evitar que su madre perdiese el trabajo y que unos vándalos prendieran fuego al domicilio familiar. Sin embargo, el propósito del documental se mueve más por el terreno de la influencia de las redes sociales en el hostigamiento de las víctimas.
El cyberbulling está directamente relacionado aquí con el slut shaming -el escarnio de la zorra- al volcar todos los prejuicios sexuales y la culpa en las mujeres. Para los directores se trata de una suerte de letra escarlata moderna y terriblemente hipócrita. “¿Qué se pensaba que iba a ocurrir escapándose de casa a la una de la madrugada?”, dice un comentarista televisivo en el documental como prueba de esto último.
Una lección extraña y aterradora sobre la cultura de la violación, el consentimiento y la posterior inculpación. Audrie y Daisy es mucho más que Audrie y Daisy, es un grito desesperado para impedir todos esos casos evitables, porque siempre lo son.