Mike Leigh vuelve a su mejor cine con una dolorosa mirada a la desesperanza en ‘Mi única familia’

Donostia —

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Mike Leigh consiguió que dos vidas mundanas, esas a las que nadie suele prestar atención, se convirtieran en extraordinarias gracias a su sensibilidad y su capacidad de retratar con empatía a personajes que normalmente no pasan de anécdotas. Lo hizo en Secretos y mentiras, Palma de Oro en 1996 y sorpresa en los Oscar de aquel año al lograr cinco nominaciones, entre ellas para dos de sus actrices, Brenda Blethyn y Marianne Jean-Baptiste, como esa hija adoptada que necesitaba encontrar sus orígenes en un Londres que Leigh mostraba sin imágenes de postal y con un realismo que desarma.

Era una película que escondía, en su aparente sencillez, un estudio brillante de sus personajes, a los que miraba con cariño y llenaba de detalles. Desde entonces, Mike Leigh construyó un estatus como cineasta que en los últimos años parecía haberse desvanecido con propuestas más irregulares, aunque siempre con su sello. Sin embargo, todavía tenía unas cuantas balas en la recámara, y lo ha demostrado con Mi única familia, un regreso a su mejor cine y a las historias cotidianas y hasta banales que tan bien sabe contar, como hiciera en la citada Secretos y mentiras y en la infravalorada Another Year.

Por ello, y por la presencia de nuevo de Marianne Jean-Baptiste, podría considerarse este filme (producido por Mediapro) como casi una secuela espiritual, aunque sus historias tengan poco que ver. Lo que permanece es ese ojo clínico de Mike Leigh, esa capacidad de entender a personajes complejos, poliédricos y, muy importante, hasta desagradables. En un cine que tiende al maniqueísmo y a la simplificación de sus protagonistas en buenos y malos, Leigh crea seres llenos de aristas y obliga al espectador a viajar con ellos hasta entenderles.

Aquí el ejercicio es complejo. Pansy es una mujer enfadada. Grita a su familia, al hombre que le pregunta si deja el hueco del aparcamiento libre, a la cajera… Lo paga con todo y con todos. Nada le parece bien. Arroja su ira contra todo lo que se cruza por su camino. Eso, ya de por sí, coloca a la película en un tono altísimo, casi histérico. Además, las frases irónicas de Pansy consiguen provocar la risa del espectador. Es ocurrente cuando erupciona. Sus frases son mordaces y uno se ríe con ellas.

Hasta que la película avanza, la ira continúa y la sonrisa se congela. Mike Leigh te coloca en una posición incómoda, al darse uno cuenta de que lleva riéndose de una persona a la que la vida le ha pasado por encima. Una mujer que ha dedicado toda su existencia a cuidar de los demás sin que nadie cuide de ella. Se ha convertido, poco a poco, en una misántropa que odia al mundo y a ella misma. Y duele. Duele verla y duele reconocerse en ella. Es una mujer rota en un mundo donde nadie se fija en mujeres como ella.

Pero Mike Leigh nunca es simplón. Una vez descubierto el mecanismo de su película podía haber optado por una redención, por subrayar un mensaje buenista. No lo hace y te obliga a seguir mirando a esa mujer que se choca una y otra vez. No hay nada terrible que le ocurra, pero quizás eso sea lo más terrorífico, que solo cuando pasa una gran tragedia alguien se para a preguntar. En un momento en donde tanto se habla de la salud mental, Mi única familia la coloca en el centro de una forma tan poco obvia como inteligente. ¿No será las rutinas aceptadas socialmente las que nos hacen estar constantemente enfadados?

El finísimo trabajo de guion de Leigh se une a la prodigiosa interpretación de Marianne Jean-Baptiste, que debería llevarse por este trabajo al filo del abismo la Concha de Plata a la Mejor interpretación protagonista y el Oscar que la Academia le debe por Secretos y mentiras. Un premio que hace poco Mike Leigh desveló que la propia Juliette Binoche, ganadora aquel año por El paciente inglés, reconoce que se merecía la británica. 

En la rueda de prensa del filme, Mike Leigh desplegó su flema británica (y un puntito de mala leche) cuando le preguntaron sobre la posible voluntad cómica del filme. Negó por completo que su película tuviera una estructura clara donde una parte es comedia y otra no, y explicó que era una evolución orgánica tanto del personaje como de la historia. Sobre todo porque la vida es así. “La vida es una comedia, la vida es ridícula y tú eres ridículo”, le dijo con sorna a un periodista. “Esta película es triste y divertida, porque la vida es así, te ríes y luego esa risa se te congela. Esto no es una película esquemática donde una parte es comedia y la otra tragedia, eso es una perspectiva muy de Hollywood”, añadió.

El personaje protagonista lo desarrollaron director y actriz juntos, algo que para ella es algo único, porque “pocas actrices pueden trabajar así y construir su personaje desde el primer borrador y colaborar con todos los departamentos”. Lo dijo para huir de la pregunta sobre si ya se ve en los Oscar. Mike Leigh cogió el testigo para volver a tirar de ironía: “Si no se presenta ninguna película más, los ganamos todos”.