Dos jóvenes se sientan en el suelo de una terraza, de un parque, de una calle. Es de noche en Medellín pero ellos parecen tranquilos y felices cuando empinan el codo con un litro de cerveza en las últimas y apuran un cigarrillo de tabaco de liar entre los dos. De fondo, no muy lejos, se escucha un petardeo familiar. Los jóvenes, entonces, discuten si dicho sonido será el de los fuegos artificiales de una boda, o el de una pistola dispuesta a herir o matar. Para ellos igual de familiares suenan ambos.
En una escena tan sencilla se podría encuadrar gran parte del espíritu de este film. La cotidianidad con la que el jovencísimo realizador Juan Sebastián Mesa ha retratado su ciudad en Los nadie es una en la que la violencia siempre es latente pero nunca manifiesta. Son muchos los jóvenes latinoamericanos que crecen y maduran así, en ambientes de calma tensa, hostiles y amables al mismo tiempo. En el que igual de común es que se case tu vecino, como que lo maten por un ajuste de cuentas.
Lo hace, además, con un estilo y una madurez formal que ofrecen discurso más que deleite. Dispone de suficiente talento para saber qué hacer con los recursos que tiene y da lo mejor de sí misma: una historia de voluntades juveniles rodada en impoluto blanco y negro. Mirada generacional que nos recuerda a la gran El Odio de Mathieu Kassovitz, pero también al neorrealismo italiano más teen. Solo que esta vez hablamos de la juventud de Colombia, personas que eligen no participar de la violencia que llama a sus puertas a diario. Que caminan en direcciones contrarias al narcotráfico y a la espectacularización del mismo que se ha venido vendiendo desde Estados Unidos el último lustro.
Viajes que cambian vidas
Los nadie sigue las andanzas de unos jóvenes con la esperanza -y necesidad- de viajar por América Latina, pero sin el dinero para hacerlo. Para conseguirlo harán malabares en los semáforos, tatuajes por encargo, darán conciertos y pintarán grafitis. Lo que haga falta para romper con la rutina.
Su director, Juan Sebastián Mesa, también sintió esa necesidad. Él mismo viajó como mochilero por seis latinoamericanos de Medellín a Buenos Aires. “La película nace de esta experiencia. Me di cuenta que viajar no era algo solo mío o de mis amigos, sino inherente a la juventud de muchos países latinoamericanos. Independientemente del contexto en el que vivías, este se convertía en una excusa para salir de allá”, cuenta Mesa. “En el transcurso me encontré muchos jóvenes, sobre todo argentinos, que hacían el trayecto a la inversa. Y todos pensábamos que por qué cualquier joven querría visitar nuestro país si allí no había nada”.
Al volver de su trayecto, Mesa escribió Los nadie dispuesto a rodarla con un equipo que nunca antes había participado en un largometraje. “Al volver a la rutina de la misma ciudad… Siendo yo una persona tan diferente a la que se había ido... empiezo a escribir algo que me explicase qué había pasado”, cuenta. La experiencia no ha podido tener mejor recibimiento: estuvo en el Festival de Cine de Venecia, fue la Película Inaugural del 56 Festival de Cartagena de Indias, triunfó en el festival de Toulouse y ha llevado a su director a verse ahora realizando la residencia artística de Cinéfondation, la prestigiosa cantera de talento del Festival de Cannes.
“A mí siempre me han dicho que el que sale a viajar nunca vuelve. Quien vuelve es una persona diferente”, reflexiona Mesa. “En mi caso no lo entendí hasta que vi en casa de nuevo... y fue así. Antes de salir de mochilero asimilaba como normales muchas cosas de mi entorno que cuando fui fuera pude contrastar y descubrir que nada era así en otros lugares. El cine era mi forma de expresar lo que pasó conmigo. El viaje me cambió y Los nadie una respuesta a eso”.
Pero al ser su Ópera Prima, el viaje no terminó ahí: “En realidad, grabar esta película también significó un viaje para todo el equipo porque era el primer largometraje para los actores, productores, para el equipo técnico… todos estábamos haciendo algo nuevo para nosotros”, asegura Mesa.
“Fue un reto enorme para todos. El equipo tuvo que esforzarse mucho para expresar todo lo que queríamos. Y a los actores era difícil explicarles el tono de la película porque cuando le decías que iban a actuar, cambiaban su personalidad y entraban en una dinámica distinta, a veces un poco telenovelesca. Yo quería que fueran ellos mismos”.
El trabajo actoral queda plasmado finalmente, pues en Los nadie la mirada del realizador parece desaparecer en pos de una naturalidad que se acerca a los personajes, jóvenes que se olvidan de que hay una cámara en su escorzo. Ópera prima que supuso un segundo viaje del que ninguno de ellos volvería igual.
De violencias estructurales y violencias amarillistas
Los nadie, tal y como era de esperar, está inspirada en el célebre poema de Galeano. Aquél que nos hablaba de gente que soñaba salir de pobres, con que algún mágico día lloviese la buena suerte. Pero que no llegaba nunca. “Ni en lloviznita cae del cielo la buena suerte, por mucho que los nadies la llamen y aunque les pique la mano izquierda, o se levanten con el pie derecho, o empiecen el año cambiando de escoba”, decían los versos. Poema en cuya última estrofa se sentencia: “Los nadies, que valen menos que la bala que los mata”.
La violencia y pobreza de América Latina son uno, también en el film de Juan Sebastián Mesa: “Me interesaba romper esos imaginarios de jóvenes que vienen de lugares violentos. Hay instalada una visión de la juventud de contextos conflictivos, que dice que solo encuentran en el uso de la violencia la salida a sus problemas, ya fuere convirtiéndose en sicarios, o dedicándose al narcotráfico”, explica el realizador. “Pero si te acercas a la realidad ves que hay multitud de manifestaciones que luchan en contra de esto a través de cosas como el arte o la música. Se puede vivir en medio de la violencia sin participar en ella, pero eso no nos lo cuentan”.
Él, como muchos otros realizadores jóvenes, está harto de ver cómo se espactulariza el drama social de su país en el cine y las series norteamericanas. “Hablamos de obras con una intencionalidad muy clara: venderse. Pero no deja de ser una mirada un poco amarillista de la situación, muy superficial. Es la espectacularización de la violencia porque así se vende mejor”, opina cuando hablamos de Narcos, una serie pagada por un gigante nortemamericano, protagonizada por un actor brasileño, y que narra el narcotráfico colombiano de Medellín y de Cali.
“El cine y las series tienen muchas formas de asumirse”, reflexiona Mesa, “una es completamente comercial, va de llenar butacas o llenar horas de la vida de quien la consume. Pero no hay la intención de ofrecer una reflexión sobre una temática”. Sin embargo, a él le interesaba “ofrecer algo más reflexivo. Mi generación ha vivido una criminalización de la juventud por el simple hecho de ser un joven que habita un barrio violento. Cuando el cine se acerca a ellos, suele mostrarnos la violencia y relacionarla con una opción rápida, una salida o incluso el éxito. Pero el cine también puede romper con esa dinámica”.
Cuando le enseñamos la cacareada propaganda de Netflix en Sol, no se sorprende. “Es curioso ver cómo una campaña publicitaria para vender un producto termina reivindicando una postura criminal. Pero todo vale a la hora de vender, ¿no?”, nos dice. “La gente puede preferir creerse esas verdades a medias, que hacer una reflexión sobre lo que significa un personaje como estos”, dice refiriéndose a Pablo Escobar. “Es mi opinión y entiendo que haya gente que lo vea al contrario, pero para mí es un personaje nefasto que se ha popularizado más por el marketing que por hechos concretos o vestigios de algo bueno que haya dejado en Colombia”. Según él, por mucho que se nos pueda vender como un Robin Hood moderno, su figura ha cambiado para mal la economía del país e incluso la forma en la que sus habitantes se relacionan entre sí y aspiran a progresar.
De hecho, según él, la filosofía profundamente capitalista que se esconde detrás del cartel, es la misma que lleva a convertir a un narco en una estrella del Rock. “El neoliberalismo es consecuente consigo mismo, pues su objetivo es que pensemos: ‘todo vale por el dinero’ o ‘todo vale por el poder’. Así que con tal de obtener dinero podemos mitificar cualquier tipo de figura, por perversa que sea”.
Él prefiere mirar su país de otra forma, y hablar de aquellos nadies de los que hablaba Galeano. “Él nos hablaba de esta sociedad latinoamericana excluida por el sistema económico mundial que sueña con algún día salir de la pobreza. Yo decidí contar pequeñas historias de personajes de la cotidianidad que se invisibilizan por el correr del día a día. Desde una estudiante a un artista callejero que se gana la vida en los semáforos y al que la gente no ve o ignora. Me interesaba darle ese significado al poema”.