Toda contracultura sufre el mismo destino: ser asimilada, reprogramada y redistribuida en una segunda vida que no sólo será mucho más larga que la original, también será el reverso exacto de todo aquello que representaba. La paradoja es tan inevitable como omnipresente, desde las fábricas de explotación infantil produciendo camisetas con la cara de Che Guevara a los anuncios de Mastercard con Lust for Life de banda sonora, el himno que escribió Iggy Pop contra la cultura de consumo. O el McDonald's que incluye en sus propaganda las palabras local, orgánica y sostenible.
Les pasó a los hippies, a los Ángeles del infierno, al punk, al retrete de Duchamp. Les pasó a la heroína y a las Pussy Riot y, contra todo pronóstico, a la Ruta Destroy. Poco después, y con la aceleración natural que nos trajo la Red, empezó a pasar tan deprisa que la industria insaciable reprogramó las succionadoras y acabó generando algo monstruoso: el informático molón.
Ocurrió todo muy deprisa; del hacker a-la-matrix de los 90 pasamos al nerd cool del nuevo milenio para acabar con American Apparel vendiendo lo que antes llamabamos gafas de tontito, y Michael Cera y Jesse Eisenberg liderando la última reencarnación del brat pack.
Es en ese contexto que Computer Chess de Andrew Bujalski fue el must la temporada pasada en la clase de círculos que saben lo que lleva en el bolso la modelo Cara Delevigne pero lo ignoran todo sobre el ajedrez, y sobre los ordenadores que juegan al ajedrez. Y este es el fenómeno que explicará Ernesto Castro en su conferencia audiovisual para el ciclo Imaginarios de la Juventud de La Casa Encendida el sábado que viene. Título: Nerding is sexy: la gafapasta como mecanismo de distinción. La película se proyectará después.
Pero los nerds eran sexy: auge y caída del jugador de ajedrez
eranEl ajedrez era el jazz del siglo XVIII. La aristocracia europea contrataba tutores de ajedrez para sus herederos y organizaba torneos en sus palacios con tableros de marfil pulido mientras los magos del oficio jugaban durante noches enteras en los cafés de peor reputación de Europa, en un ambiente de cigarrillos y desmelene, igual que Miles Davis y Billie Holiday casi dos siglos después. Los mejores de París se batían en duelos en el Café de la Régence, donde Karl Marx conoció a Friedrich Engels. Los mejores de Londres se retaban en el Saint George, donde Edgar Allan Poe vio jugar al Turco Mecánico.
Es precisamente con una anécdota sobre el Turco -el más famoso autómata jugador de ajedrez, aunque fuera un completo fraude- que empieza este falso documental sobre unos pioneros del ajedrez informático que se encierran en un hotel en 1981 para competir con sus creaciones. Curiosamente, es la misma época en la que está ambientada Halt and Catch Fire, la nueva serie de AMC sobre el principio del principio del PC personal, cuando Silicon Valley era una pradera y estaba en Texas. “La autenticidad es superimportante para nosotros”, le decía Jonathan Lisco, responsable de la serie, a la revista Wired, que se declara superfan. Pero Halt and Catch Fire es todo de lo que se ría la fabulosa Silicon Valley, la fenomenal comedia de HBO sobre el mercado de startups que acaba de terminar su primera . Comparado con Computer Chess, mockumental y todo, parece tan auténtico como un Phoskito de menta.
La fantástica película de Andrew Bujalski muestra a los supuestos pioneros de la inteligencia artificial achuchar a sus campeones en un torneo que tiene lugar en un triste motel de carretera. Más que a Hackers o Piratas de Silicon Valley parece una especie de Best in Show dirigido por un John Cassavetes rumano. Con sus descacharrantes demostraciones y las reflexiones esotéricas sobre la inteligencia artificial de sus protagonistas, está más cerca del espíritu de lo primeros hackers que cualquiera de las otras dos. Y su proyección en La Casa Encendida es, probablemente, el acontecimiento más cool de la semana. Aunque no sepas mover un alfil.