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Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

¿Y los niños, es que nadie va a pensar en los niños?: las dos vidas de 'El pueblo de los malditos'

A las 10 de la mañana, toda la población de Midwich sufre un desvanecimiento. El ejército explora la zona y dibuja un perímetro de límites perfectamente delimitados, dentro del cual toda la vida animal está inconsciente. Unas horas después, todos ellos recuperan los sentidos al mismo tiempo. Esta situación enigmática va teniendo consecuencias. Unas semanas después, toda la población femenina en edad de procrear está embarazada. Posteriormente, llegan los partos de unos niños de ojos y pelo extrañamente idénticos. Y la revelación de sus inusuales capacidades.

Esta era la historia de El pueblo de los malditos, un clásico de la denominada edad de oro de la ciencia ficción. El filme, además, es quizá el exponente más conocido de las fantásticas terroríficas sobre pérdida del control paternal o maternal (con permiso de ¿Quién puede matar a un niño? o de ¡Estoy vivo!). También era un filme sobre invasiones e infiltraciones en la linea de la mítica La invasión de los ladrones de cuerpos. Aunque esta vez los infiltrados no se escondían, sino que resaltaban su talante de grupo uniforme que viste y se comporta de manera idéntica.

El filme, dirigido por el alemán Wolf Rilla y producido por la división británica de la Metro-Goldwyn-Mayer, había estado varios años en proceso, y llegaba ligeramente fuera de época. En 1960, el audiovisual masivo dejaba atrás viejas inercias (como la ciencia ficción de bajo presupuesto con posibles connotaciones anticomunistas) y estaba iniciando una nueva etapa en la que recibía las influencias de los nuevos cines del momento. La misma secuela del filme, Children of the damned, más moderna en su narrativa visual, sería un ejemplo de ello.

Corría la mitad de la década de los 90 cuando John Carpenter, el maestro del cine fantástico a quien se debían La cosa o Están vivos, aceptó un caramelo envenenado: rehacer El pueblo de los malditos. El resultado fue recibido con diversidad de opiniones. Muchas escenas prácticamente calcaban el filme de Rilla. El enfoque convencional del historia, además, podía palidecer en comparación con otra obra carpenteriana de la época: la libérrimamente lovecraftiana y tremendamente efectista (para bien o para mal) En la boca del miedo.

Ahora, la editora videográfica Reel One recupera este sólido remake en formato Blu-ray con la consiguiente imagen en alta definición. Lo que fue una obra de encargo ha ido ganando consideración como una mirada respetuosa a material clásico, que añadía al original gotas de desconfianza en las relaciones entre la ciudadanía y el gobierno, un poco más de violencia gráfica y más referencias al aspecto sexual de la historia. La versión carpenteriana expandía de manera medida y coherente una película condicionada por la censura.

Continuísmo con añadidos

El proyecto podía tener sentido: el original, destacable por su esbeltez y concisión, no había podido abordar algunos temas intrínsecos a la historia que trataba. ¿Por qué ninguna mujer se había planteado abortar, dadas las extrañas circunstancias que rodeaban a algunos de los embarazos? El autor de Starman resuelve este y otros pequeños agujeros del filme de Rilla, matizando el androcentrismo de aquel.

En el original, la naturaleza perturbadora de las fecundaciones, con evidentes visos de violación por parte de fuerzas desconocidas, solo merecía comentarios cuando despertaba los recelos o la indignación de figuras masculinas o cuando perturbaba a mujeres que sabían con certeza que su embarazo no podía ser natural. Las dificultades con la censura que hubiese implicado tratar el aborto implicó correr un tupido velo sobre las inquietudes de las futuras madres, en un ejemplo de las habituales confluencias entre el conservadurismo moral y las derivas andocéntricas o directamente machistas.

Carpenter y compañía también moderaron la economía narrativa propia de la serie B en general, y de la obra de Rilla en particular. Se dedicaron unos primeros minutos a presentar la localidad californiana donde transcurre la acción, mientras que el original propulsaba la acción apenas transcurrido un minuto de metraje. Christopher Reeve (Superman) y Linda Kozlowski (Cocodrilo Dundee) gozaron de suficiente tiempo en pantalla como para intentar dotar de cierto cuerpo a sus personajes.

Con todo, los reyes de la función siguen siendo unos niños de cabellos blancos que caminan alineados y que, a menudo, esperan pausadamente a quienes se enfrentan con ellos. La naturaleza de la amenaza posibilita que Carpenter nos regale imágenes en una linea muy característica de su filmografía desde los tiempos en que concibió La noche de Halloween: los enemigos que inquietan sin necesidad de hablar o moverse, que atemorizan a través de la quietud y el silencio, de la impasibilidad.

A pesar de afrontar el proyecto con una lógica del cambio mínimo (“si no está roto, no lo arregles”, dice un lema habitual en la industria del entretenimiento), Carpenter y compañía incorporaron una subtrama. Uno de los niños se muestra más abierto a la sentimentalidad y la empatía humana, seguramente por el hecho de no tener pareja, por ser el verso suelto del grupo. La moraleja encaja con los guiños a la contracultura que tamizan la filmografía del realizador estadounidense: estar desubicado puede hacer ver las cosas de una manera más compleja.

¿Extraterrestres comunistas?

El retrato de los niños de ambas versiones de El pueblo de los malditos estaba en la linea de las pesadillas de la ciencia ficción antisoviéticas habituales en el Hollywood de los años 50: mentes colectivas, ausencia de sentimientos, racionalidad llevada a extremos inquietantes... ¿Estamos ante películas voluntariamente anticomunistas, o ante ficciones que caen en inercias propias del género y que tratan con autocomplacencia del factor humano (los sentimientos, la empatía) en relación con un Otro diferente y monstruoso? Quizá hay más de lo segundo que de lo primero, atendiendo al perfil de sus directores: Wolf Rilla, un alemán de ascendencia judía cuya familia huyó de la Alemania nazi, y John Carpenter, un inclasificable hijo de la contracultura que atacó de manera evidente al capitalismo reaganista en Están vivos.

En todo caso, si se trataba de hacer méritos anticomunistas, ambas obras llegaban algo fuera de época. La película original se estrenó en 1960, con el infame senador McCarthy ya desacreditado, con Hollywood dejado atrás el furibundo anticomunismo estructural de la primera década de postguerra y dando carpetazo a la caza de brujas mediante un Oscar al represaliado guionista Dalton Trumbo (Espartaco, Éxodo). El remake también llegó en un momento en que el terror rojo iba de baja: no solo se habían estrenado ficciones mainstream que hablaban de cooperación desde la diferencia (Danko: calor rojo) o desde un deseo asimilacionista (Rocky II), sino que la misma URSS se había desintegrado.