Dos elementos separan las trilogías de Star Wars, como propiedades que distinguen radicalmente sus fases. Uno es el uso de efectos especiales computerizados; el otro es la presencia del Parlamento. En la segunda trilogía, numerada como Episodios I a III, el director George Lucas incluye constantes escenas que acontecen en el Senado Galáctico, varios de los personajes principales son Senadores, y giros argumentales claves son consecuencia del resultado de votaciones. No es habitual en la ciencia ficción canónica que haya alusiones a las cámaras políticas y mucho menos que incluya crónicas de la actividad parlamentaria, así que la insistencia de Lucas solo puede ser una declaración de intenciones.
El texto en fuga con el que arranca la primera entrega de las precuelas dice así “Los impuestos de las rutas comerciales a los sistemas estelares exteriores están en disputa (…) mientras el Congreso de la República debate interminablemente esta alarmante cadena de acontecimientos...”. Un pasaporte a la burocracia antes que a la aventura.
Rebeldes armados
Airear claves políticas de Star Wars se ha puesto de moda en los rotativos ante la sincera inquietud de que la nueva película de la luz frente a la oscuridad desempolve la pasión por los rebeldes armados que luchan a tiro y guerrilla contra los imperios totalitarios. Han Solo y Luke Skywalker armándose en almacenes polvorientos y hostigando a los uniformados soldados del Gran Ejercito de la República evocan la oleada de movimientos guerrilleros que surgieron por el mundo en los años sesenta y setenta para combatir la dominación racial y el colonialismo. Grupos armados que, según el cronista estuviera a favor o en contra, se denominaban Frente de Liberación o Grupo Terrorista.
El prólogo de Jean-Paul Sartre al libro Los Condenados de la tierra fue el pistoletazo de salida de aquella revuelta armada de los sometidos. Fue leído masiva y ardorosamente, y enfervorizó a toda una generación a través de las latitudes; allí nace la teoría del tercer mundo y la noción de la libertad a través del fusil. El colonialismo es central en la primera oleada de Star Wars, con sus bares multirraciales pero subterráneos, con sus planetas sometidos con mano dura y puño firme por la estabilidad y por el bien del imperio.
Entre ambos extremos, la media ponderada de la saga permite todo el espectro de lecturas políticas, es decir, que todo el mundo se puede llevar el ascua a su sardina. La rebeldía de clase de Luke Skywalker se rebaja con el mensaje hiperconservador de la transmisión consanguínea y el yo-soy-tu-padre. Las coaliciones de civilizaciones rurales y asociaciones mercantiles, que se ilustran como cantos a la solidaridad y la acción colectiva, se contrarrestan con constantes celebraciones del individualismo. El parlamento multicolor de consenso encarga su seguridad y su diplomacia a una secta religiosa independiente, la de los Jedi, que terminarán imponiendo su papel central.
Historias conocidas
La historia de Star Wars es la de la caída del imperio romano, con militares que dejan de ser fieles al Senado y que terminan declarándose emperadores, y es también la de los rebeldes que consiguen con su pelea de mil moscas derribar al gran monstruo. Es la de la Guerra Fría entre EEUU y la URSS, con la constante amenaza de un arma mortal pendiendo sobre nuestras cabezas y la princesa Leia incrustando en su robot de compañía los planos robados de la Estrella de la Muerte, en el equivalente holográfico de un microfilm.
Este pasado octubre, el diario Washington Post publicaba un artículo donde se defendía que la destrucción completa del planeta Alderaan en la película de 1977 “estaba totalmente justificada”, en un obvio paralelo con los actuales bombardeos de territorios donde se sospecha que hay facciones contrarias a los intereses occidentales. Según el texto, Leia es una negociadora mentirosa -miente sobre el motivo de su viaje cuando la capturan y sobre la ubicación de los planos de la Estrella de la Muerte-, así que cuando sostiene que Alderaan es un planeta pacífico y desarmado, en la lógica del artículo, sus rivales tienen carta blanca para aplicar la lógica inversa y convertirlo en objetivo militar. Todo cabe en las lecturas políticas de Star Wars: el parlamento y el gobierno militar, el estrado y el grupo armado, el control y la guerrilla, la convivencia y la masacre, el bien común y el ahí te las compongas, la tiranía y la concordia, el progreso y la tradición.
Progresista o conservador
“¿Es Star Wars de izquierdas o de derechas?”, debatía esta misma semana la BBC inglesa, esperando encuadrar la perspectiva antes de asomarse a la ventana. Tal vez la respuesta no está en las películas sino en las butacas. El colectivo de seguidores de ciencia ficción de los años setenta es radicalmente diferente al fandom de la Guerra de las Galaxias. Aquellos lectores de hace décadas, en general melenudos con vocación de “abrir la mente”, se asomaban a otros mundos para ver variantes de este. La ciencia ficción era un espejo deformado donde se proyectaban los cambios, las alternativas y las respuestas a los mecanismos de control. En esas naves espaciales se buscaba en otros mundos el próximo nuestro. El valor estaba en la diferencia.
Los actuales fans de Star Wars son hoy el opuesto radical, porque son ante todo conservadores. Todo debe ser fiel al canon, debe mantener la tradición. Tras la primera innovación fundacional no deben venir más innovaciones, sino que se debe preservar y perpetuar. Los fans de Star Wars han pasado a declararse “guardianes de las esencias” y ser más papistas que el papa. La Guerra de las Galaxias ha pasado a ser una Película Revolucionaria Institucional, como el PRI mexicano que ostentó el poder entre 1929 y 1989. La política de Star Wars va a ser progresivamente la del inmovilismo, y Darth Vader no podría estar más contento ni viendo a su hijo volver a casa.