La película desconocida del poeta exiliado José Bergamín que muestra una España franquista marcada por la muerte

Javier Zurro

6 de junio de 2024 22:32 h

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Al terminar la Guerra Civil, el poeta José Bergamín huye de España llevando consigo un ejemplar de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca. El triunfo del franquismo hace que uno de los mayores intelectuales se exilie primero a México para, tras pasar por diferentes países latinoamericanos, recalar en Francia. En 1958 realizó una primera intentona de volver a España, pero su clara oposición a la dictadura, y su adhesión a un manifiesto de más de 100 intelectuales contra Manuel Fraga, hizo que tuviera que salir de nuevo cinco años después. Un nuevo exilio que provoca que incluso pierda la nacionalidad española, convirtiéndole en lo que él mismo consideraba “un fantasma”.

En ese limbo fantasmal, de nuevo en Francia, José Bergamín escribe el guion de una película dirigida por Michel Mitrani. Una obra prácticamente desconocida, sobre todo en España, realizada en 1968 para la televisión francesa. Ha sido en Francia donde se han conservado hasta ahora las únicas copias disponibles de Los ángeles exterminados, un título nada casual ni inocente, ya que remite directamente a la obra maestra de su amigo Luis Buñuel, El ángel exterminador. 

No es casual porque ambos títulos están unidos por un cordón umbilical tan fuerte como el de los artistas en el exilio. Artistas en los márgenes creando contracultura. De hecho, el propio Buñuel confesaba en sus memorias que su película se llamaba originalmente Los náufragos de la calle providencia, pero fue su amigo José Bergamín el que le dijo que aquello era un mal título y que él estaba trabajando en uno que se llamaba El ángel exterminador. A Buñuel le gustó tanto que le pidió que se lo cediera. Bergamín se lo vendió de forma simbólica por una peseta y posteriormente realizó aquel guion cambiando el título a un pasivo plural.

La unión entre ambos no acaba ahí. El poeta aparece como actor en El fantasma de la libertad, y de hecho ambas forman parte del ciclo 'España y Guadaña', que se puede ver en junio en el cine Doré madrileño y que tiene como pieza central la versión restaurada de Los ángeles exterminados –que se proyectó por primera vez el jueves 6 de junio y que volverá a verse el domingo 23–. Una iniciativa que parte de la Elías Querejeta Zine Eskola y que ha sido comisariada por Isaac Tejedor, que ha creado un lienzo de obras realizadas durante el franquismo marcadas por la presencia de la muerte en su temática y en su estética.

Tejedor cuenta con sinceridad que él viene del mundo de los archivos más que del comisariado cinematográfico, pero también cree que ambos tienen algo en común, y es su labor de “recuperar rastros de memoria colectiva y cinematográfica”. Por azar llegó a la versión publicada por la editorial Athenaica del guion de Bergamín, que consiste en una transcripción de la película. 

Tras aquella lectura se sintió atravesado por esta propuesta única, que mezcla los clásicos de la literatura Española con el imaginario de la España franquista y cañí de finales de los años 60. Un viaje por aquellos lugares donde el cine de propaganda y la versión oficial no quería mirar. Lo hace a través de un elemento tan cinematográfico y unido al arte como una carreta de cómicos en donde viaja un Paco Rabal en cuya voz profunda se escucha desde Numancia hasta las Coplas por la muerte de su padre de Jorge Manrique. Todo mezclado por testimonios de personajes propios del franquismo: curas, militares y demás casta. Todos hablan de patria, de orden, de religión, pero sobre todo, de muerte. 

Pensemos por qué un pensador importante tuvo que verse forzado a huir y crear fuera, y cuántos otros tuvieron que hacer lo mismo. Esta es la historia de muchos proyectos truncados

¿Cómo era posible que no conociera aquella obra tan radical y que hablaba de una forma tan directa de España? Isaac Tejedor se obsesionó con ver la película hasta que lo logró. “Conseguí un betacam de mala calidad de los años 90”, recuerda y apela a lo que define como una “responsabilidad colectiva” para lograr que la gente pudiera verla. Comenzó una investigación para localizar la copia y lograr que se restaurara. Pero encontrarla no era el fin, sino el comienzo para “pensarla dentro de una tradición o contradicción, que es el cine español en el exilio contra la industria hegemónica en el franquismo”. 

Así, buscó películas con esas ideas, donde estuviera la figura de la muerte, el teatro barroco, y donde hubiera imágenes que se repitieran casi como ritos fúnebres en estas obras que finalmente conformaron 'España y Guadaña'. Un tema tan amplio como la muerte se fue concentrando para poder “capturar estas atmósferas en creadores de periodos del tardofranquismo, en la misma época que el mundo vivía el mayo del 68, para ver si había un rastro de aquella subversión en el cine español”. El resultado es un cine “muy periférico, exiliado, tanto los que lo hacían desde el exterior como los que se quedaron pero estaba coartados como Saura, Erice y la gente de la escuela de cine o que vivieron el auge de la escuela de cine de Barcelona”. Aquí la muerte ya se hace algo más conciso, y se une a la represión y a “esos fantasmas políticos que asediaban a la población”.

El aroma a muerte huele más fuerte en la España del nacional catolicismo, porque como remarca Tejedor, “la religión es algo que está muy arraigado en el alma y el inconsciente colectivo de España”. Pero también en la propia filosofía de Bergamín, que se presenta como un artista lleno de contradicciones al definirse como “comunista, católico y nietzscheano”. “Es interesante cómo el escritor reconcilia de forma dificultosa estos tres pensamientos. Lo hace creando su propia versión de la religión cristiana contra la visión eclesiástica y contra la iglesia. Una propia versión que da importancia a la muerte y al diablo, y los pone casi a la misma altura que dios. Entiende la religión como algo revolucionario en contra de las instituciones religiosas y considera la muerte, en ese sentido nietzscheano, como algo que reafirma la vida”, explica el comisario.

Eso se respira en una “película que también está llena de contradicciones”, lo que subraya su “espíritu revolucionario, su burla directa al franquismo, pero que también tiene algo tradicionalista arraigado a lo primitivo, buscando ese nacionalismo particular que se opone al nacional catolicismo”. Algo que muestra en su dialéctica en la que opone el presente de la dictadura frente a representantes de la literatura del pasado del país. También en esa carreta de cómicos que es casi un símbolo del cine español contra el franquismo, y que para Isaac Tejedor representa el movimiento, “aquello que se mueve, que viaja y transita y que por tanto se opone al estado y las instituciones, que son algo fijo y arraigado a la tierra”. “Frente a una estructura sedentaria del estado y las instituciones, esto representa un pensamiento nómada”, señala. 

Más que buscar la forma de encajar estas joyas desconocidas del cine español en la historia oficial que cuentan los libros, Tejedor cree que hay que pensar en “las historias que se podrían haber contado”. Pensar en “otros cines posibles que podrían haber surgido, pensar en cuántas posibilidades existían de haber creado otros movimientos y cómo se truncaron por las condiciones materiales, pero sobre todo por la censura y las restricciones ideológicas”. Y ahí volvemos a Bergamín: “Pensar por qué un pensador importante en el siglo XX para la historia española tuvo que verse forzado a huir y crear fuera y cuántos otros tuvieron que hacer lo mismo. Esta es la historia de muchos proyectos truncados”.