Miguel Ángel Blanca Cineasta y músico

“Mi película es el epitafio del turismo en Magaluf”

Ignasi Franch

13 de noviembre de 2021 21:52 h

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La localidad balear de Magaluf se ha convertido en un ejemplo de los excesos del turismo de borrachera, balconing y desenfreno sexual. El cineasta (y antiguo cantante del grupo musical Manos de Topo) Miguel Ángel Blanca ha decidido adentrarse en el tejido social más allá de la epidermis de celebraciones etílicas. Durante varios veranos, ha filmado a adolescentes sometidos al tedio, camareras de habitación con miedo a salir de casa y voluntariosos inmigrantes de Malí que sí viven durante todo el año en una tierra que se convierte en ciudad fantasma en temporada baja. La temporalidad laboral y la especulación inmobiliaria forman parte del contexto de la obra.

Tras su paso por el Festival de Sevilla, Magaluf ghost town inaugura la vigésimo octava edición del Festival de Cinema Independent de Barcelona L’Alternativa, que se celebra entre los días 15 de noviembre y 5 de diciembre en doble formato: proyecciones presenciales en varios cines de Barcelona, la mayor parte de las cuales están concentradas en la primera semana, y la correspondiente difusión paralela de varias películas de la programación a través de la plataforma Filmin. Blanca abre el certamen con un documental cotiadinísimo, pero a la vez abierto a las ensoñaciones y las pequeñas fantasías, a presencias y ausencias fantasmagóricas. Retrata un lugar donde se supone que todo es posible, pero solo para los visitantes y no para aquellos que les sirven.

Magaluf ghost town es un título muy atractivo...

¡Sí, eso pensamos! Pero no es una denominación al azar, también conectaba con el fenómeno de las localidades turísticas que se vacían en invierno.

Y enlaza también con el hecho de que varios personajes conversan sobre fantasmas o hablan con seres queridos que han fallecido. Incluso alguno habla de leyendas sobre sacrificios humanos de los lugareños, al estilo de filmes como El hombre de mimbre...

Aunque partimos de la realidad, de lo documental, queríamos incorporar un cierto componente de ficción, de fantasía y de presencias, porque no deja de conectar con la naturaleza de un lugar que vende deseos y que se convierte en una ciudad fantasma fuera de temporada. El hombre de mimbre es una película que me interesa, o también Midsommar. Ambas construyen universos cerrados con sus propias reglas, que es algo que me ha llamado siempre la atención, tanto en el cine como en la literatura o en los videojuegos.

¿Y bajo qué reglas operan en Magaluf ghost town? Despierta curiosidad saber qué puede haber de invención tuya en las cosas que vemos.

Partimos de un lenguaje documental que se va expandiendo hacia la ficción poco a poco, a medida que vamos descubriendo a los personajes. Como te decía, es algo coherente con la naturaleza de Magaluf. También porque es una realidad que se conoce de manera indirecta, como quien te cuenta El mago de Oz, porque lees un relato mediático o te llegan historias publicitarias. Las turoperadoras inglesas, por ejemplo, prometían cosas completamente desquiciadas: tener sexo en la playa, hacer balconing… Al final, todo el mundo piensa que va a pasar algo increíble en Magaluf. Nosotros recogimos esa idea y la reforzamos mediante personajes que intentan descubrir algo allí, aunque sea mentira, para sobrellevar esos verano vividos en un contexto totalmente violento.

Una de las protagonistas parece engañarse a sí misma con sus intentos para dejar de fumar por motivos de salud...

Esa terapia es totalmente real. Es otra muestra de que partimos de lo documental, del costumbrismo. Todo el mundo puede entender un intento de abandonar el tabaco. En paralelo, vamos hablando de la temporalidad extrema, de la especulación inmobiliaria, o de qué significa crecer y ser adolescente en un lugar donde solo podrás trabajar sirviendo a turistas...

El joven Rubén dice en un momento del filme que la vida es “nacer, estudiar, servir a los guiris y morir”. A la vez, dice que le gustaría ser turista para siempre y le resulta atractiva la idea de regentar un local que está totalmente orientado a los visitantes.

Es que hay una contradicción constante: odias a ese turista que lo está destrozando todo, pero le necesitas porque es la única forma de subsistir ahí. En ese monólogo que nos regaló Rubén se ve muy claro. En diez segundos, pasa de criticar ferozmente el sector a desear ser turista todo el año. Ya no reflexiona acerca de los efectos colectivos, sino que fantasea y se sitúa en el lugar social donde querría estar.

¿Cómo fue el proceso de encontrar a los protagonistas? ¿Qué te movió a escoger precisamente a las personas que aparecen en pantalla?

Organizamos un casting que nos abrió muchas posibilidades. En el momento de escoger, teníamos alguna idea clara, como que queríamos contar con un adolescente y con alguna persona que llevase conviviendo mucho tiempo con esa temporalidad laboral tan exagerada. Encontramos a Tere, que lleva veinticinco años en Magaluf, que afronta la vida con humor pero a la vez tiene miedo de salir de casa. También nos atraía la idea de buscar personas muy sujetas a contradicciones. Por ese motivo, descartamos a otro chico con el que habíamos empezado y que se mostraba muy acostumbrado a lo turístico.

¿Usaste otros criterios, además de buscar una cierta representatividad de varios perfiles sociales?

Sí, que la persona concreta nos despertase algún tipo de fascinación. Es lo que hago con las películas. Conozco a gente que me fascina y busco la manera de llevarla a la pantalla. Por ejemplo, entrevistamos a muchas personas que regentaban discotecas, pero Emilio tenía algo. Solo verlo en pantalla quería saber más de él. También era importante que los participantes entendiesen lo que queríamos hacer.

Antes comentabas que poca gente sabe qué sucede realmente en Magaluf. ¿Qué te llamo más la atención del tiempo que pasaste ahí?

La capacidad que tiene el turismo de desbordarse, de absorberlo todo, de sobrevivir a cualquier circunstancia. Como cualquier cosa es susceptible de turistificarse. Es un tema que ya me interesó en una anterior película mía, La extranjera. A la vez, me despierta curiosidad que sintamos tanta fascinación hacia algo que es tan destructivo. Por mi parte, quería saber cómo sobrevive la gente que vive en ese contexto, qué herramientas maneja. También me interesaba qué había de turista en mí... o qué odiaba de mí mismo cuando me veía haciéndome cosas de turista.

¿Quisiste familiarizarte con el ambiente, como una especie de antropólogo cinematográfico, o te parecía fructífero que fueses tú mismo un turista que no terminara de familiarizarse con el entorno?

Creo que he partido de un planteamiento bastante antropológico. Y nos costó que se nos aceptase, porque íbamos con cámaras y la gente las suele ver como un arma que se ha usado en contra del pueblo. Poco a poco, la gente con la que hablábamos fue viendo que teníamos otra idea en mente, que no queríamos hacerles daño, porque volvíamos y volvíamos. Dejamos de ser turistas para ser otros personajes de Magaluf, porque pasamos ahí mucho tiempo.

¿Cuándo rodasteis la película? Porque la COVID-19 no parece existir…

Fuimos por primera vez en 2015, cuando hicimos los castings mientras buscábamos financiación. El grueso del documental se rodó en los veranos de 2018 y 2019. No sabemos qué pasará en 2022, pero ahora mismo el filme puede servir de epitafio involuntario de lo que era el turismo en Magaluf. Veremos qué pasa en el futuro, con el brexit y con la pandemia aunque el turismo siempre encuentra alguna deriva.

Como los virus y sus mutaciones…

Sí, claro, el turismo es un virus que muta constantemente. El personaje de Olga, por ejemplo, quiere un cambio de modelo turístico, tiene en la cabeza una ficción de lo que querría que fuese el sector.

Ella habla de los intentos de transformar el perfil de los visitantes a través de proyectos empresariales y urbanísticos. ¿Había algo tangible en todo ello?

Sí, sí. Desde la primera vez que fuimos, hemos detectado intentos de cambiar el modelo turístico. Se han construido un par de hoteles de cinco estrellas y un centro comercial muy familiar que aspira a otro tipo de visitantes… Incluso se rumoreaba que iban a cambiar el nombre de la localidad. Nosotros hemos alimentado esta especie de leyenda, mencionándola en la película.

Esto suena a película del Oeste: cambiar el nombre de la localidad porque ha quedado estigmatizado.

Incluimos una mención por lo exagerado que nos parece, pero nos consta que algunos han pedido este cambio de nombre. En la misma Barcelona se han hecho barbaridades muy grandes, así que ya no me parece algo totalmente descabellado.

Has declarado que esta no es una película turistofóbica como sí podía serlo la mencionada La extranjera, ambientada en Barcelona. ¿Has pasado de la fase de protesta a la fase de aceptación, o es que la historia que querías contar de Magaluf te parecía diferente?

Antes vivía en el Raval de Barcelona y salir a la calle me llegaba a resultar muy violento. Hubo un cambio político en el Ayuntamiento y parecía que podían moverse algunas cosas, así que me convertí en una especie de militante en este ámbito. La extranjera fue una obra de tesis. Ahora quizá sí que lo he aceptado, tal y como dices. Quizá he asumido que el turismo es parte de la sociedad capitalista. Intento qué puedo aprender yo desde ahí, qué dice de nosotros este fenómeno y qué podemos hacer para sobrevivir a él, además de odiarlo y hacer pancartas en contra.

Una escena de Magaluf ghost town donde se ven turistas saliendo del mar me ha recordado a los zombis emergiendo del agua en la película La tierra de los muertos vivientes

Sí, quise llevar a un lugar un poco extraño y enrarecido, de película de muertos vivientes de George Romero, esa imagen que en realidad era muy sencilla.

Aunque parte de la audiencia estará muy sensibilizada contra los abusos del turismo, algunos momentos resultan un poco crudos. ¡Reproduces una porra sobre cuántos muertos por balconing habrá en la temporada estival!

Este concurso es real, sí. Para mí es interesante que el humor llegue hasta ese punto de convertir en parodia la muerte de la gente. Sugiere lo que significa el turismo para Magaluf.

Decias que el turismo sobrevive a todo y tiene una gran capacidad de mutar. Muestras que Tere alquila una habitación a un trabajador de Mali y que ambos hacen buenas migas ¿Tu película es susceptible de ser resignificada como anuncio de Airbnb?

Jajaja, no creo, no creo. Además, supongo que el negocio de la plataforma no sería rentable si se centrase en situaciones como esa. Para mí, la de Tere y Cheickne es una historia muy bonita. Ambos son gente a priori muy diferente, pero esencialmente intentan ganarse la vida y sobrellevar sus circunstancias.

¿Te tentó la posibilidad de concluir la obra con un epílogo rodado en un contexto pandémico?

Nos llegaron las imágenes del ejército desalojando turistas y pensamos si debíamos hacer algo con ellas. Al fin y al cabo, teníamos muchas ideas y mucho material que combinar a través del montaje, pero entendimos que hablábamos de la Magaluf pre-COVID. Asumimos esta posibilidad de que el filme se convirtiese en una especie de epitafio de unas formas de ocio muy específicas.

Uno de los protagonistas de tu documental le dice a otro, hijo de un lugareño y una turista, que él nace precisamente de esa Magaluf vacacional que les genera rechazo. ¿Magaluf no solo es una maquinaria de precariedad, de malestar y de tedio?

Claro, dentro de ese detritus pueden surgir cosas mágicas, puede surgir un verano inolvidable. Hay mucha gente en el mundo que vincula la localidad con algunos de los momentos más bonitos de su vida. En este aspecto, es injusta la imagen que tiene. Este relato casi mitológico de que ahí pasan cosas especiales es cierto algunas veces, aunque también tenga muchos componentes de trampa.

Y muchos costes para los habitantes.

Por supuesto. Por una parte, piensas que ojalá hubiesen más Magaluf en el mundo, más espacios donde soñar y pensar que todo es posible. A la vez, ves que muchas cosas y muchas vidas se van a pique por eso. La película trata de esta ambivalencia.