Nochevieja agridulce: tres películas muy distintas para reír y llorar en la última noche del año
La Nochevieja ha servido de telón de fondo de centenares de películas. Hemos podido ver fines de año con atracos en Asalto al tren del dinero, con catástrofes marítimas en La aventura del Poseidón o con intentonas diabólicas de alumbrar al Anticristo en El fin de los días. Incluso los futuros de El tiempo en sus manos o Días extraños giraban alrededor del último día del año, como lo hacían también las fantasías y pesadillas fílmicas de La carreta fantasma y El tren del terror.
Una de las características del cambio de año es su naturaleza ambivalente. Los aspectos mejorables de nuestras vidas suelen sobrevolar la celebración, aunque sea para dejarlos atrás o intentarlos cambiar. A la vez, pueden aparecer los deseos de novedades y mejoras. Y vivimos todo ello en compañía de seres queridos con los que podemos mantener algún conflicto pendiente de resolver. Por este motivo, hemos escogido un trío de comedias dramáticas (o dramas con humor) como propuestas fílmicas para esta fecha.
El apartamento, de Billy Wilder, nos habla de esta posibilidad de modificar las dinámicas negativas de nuestra vida. En Diner, una Nochevieja con enlace matrimonial sirve para escenificar el fin de etapa de un grupo de amigos que deben hacer la transición hacia la vida adulta. Y Los amigos de Peter es una amarga comedia dramática de reeencuentros durante las Navidades.
¿Y si podemos cambiar nuestra vida?
El apartamento trata de un oficinista que intenta ascender en una enorme empresa aseguradora a través de una mecánica muy particular: prestar su pequeño piso para las aventuras extramatrimoniales de sus superiores. El antihéroe de la ficción llega a sentirse humillado y embrutecido, pero las periódicas promesas de promoción profesional suelen acallar sus protestas tímidas.
El filme de Wilder es una excelente comedia triste, un cuento amargo de materialidad e idealismo, de trabajo y enamoramiento, capturado mediante una bella fotografía en blanco y negro. Jack Lemmon interpreta a un proyecto de buen hombre en lucha con su coraza cínica. Y Shirley MacLaine encarna a una joven ascensorista que también se avergüenza de sí misma.
Ganadora de los premios Oscar a la mejor película, mejor director y mejor guión, la película nos traslada a los tiempos de transición del Hollywood clásico hacia un panorama de desaparición de la censura, que sería sustituida por un sistema de clasificación por edades. Su ritmo milimetrado y la predominancia de unos diseñadísimos espacios interiores remiten al Hollywood que no solía sacar la cámara a la calle, pero su retrato irónico de la sexualidad y las infidelidades matrimoniales evidencian los cambios que estaban teniendo lugar en la industria audiovisual.
Fin de año, fin de etapa vital
Cada generación tiene sus nostalgias y sus pasados que recordar preferentemente. En los años ochenta, el cine juvenil y no tan juvenil miraba hacia las décadas de los cincuenta y los primeros sesenta, de los autocines, el rock and roll y las chupas de cuero. Fue la época de More American Graffiti, Rebeldes, La ley de la calle, Regreso al futuro o la atípica Calles de fuego. En este contexto, el realizador Barry Levinson (Rain Man) debutó en la dirección de largometrajes con Diner, un drama generacional protagonizado por un grupo de chicos en los últimos días de 1959.
A lo largo de la narración podemos ver bromas pesadas, apuestas insultantes y muchas inseguridades masculinas que giran alrededor de la coexistencia con las mujeres y de los encajes y desencajes respecto a lo que se suele considerar la vida adulta. Levinson optó por el drama tamizado de humor amargo. E intentó dotar del máximo realismo a este retablo sobre los dolores de crecimiento, apostando por las escenas largas y una cierta apertura a la improvisación de su joven reparto.
Diner es una película con Nochevieja pero sin campanadas ni cuentas atrás hasta el fin de año. Muestra un clima de sexismo desatado y abiertamente conflictivo, aunque se acaben escenificando concesiones mutuas identificadas con ritos de maduración como el matrimonio. El final agridulce desprende una posibilidad de superación del problema que cuestiona (o niega) su carácter estructural. ¿Los chicos eran machistas porque eran inmaduros o eran machistas y además eran inmaduros?
Ya no es como antes, pero....
Para Los amigos de Peter, el actor-director Kenneth Branagh jugó una doble carta sentimental. Ofrecía una película de amistades que llevan tiempo sin reunirse, en la linea de Reencuentro o Cuando llega el otoño, y usaba una ambientación navideña proclive a lo lacrimógeno. Un grupo de hombres y mujeres que formaron una compañía teatral durante sus años universitarios volvía a juntarse con ocasión de la muerte del padre de uno de ellos, que les invita a pasar la Nochevieja en su mansión.
Branagh se rodeó de un reparto estelar: Emma Thompson, Imelda Stauton y uno de los principales dúos cómicos del Reino Unido en aquel momento: Stephen Fry y el futuro protagonista de la serie televisiva House, Hugh Laurie. No es de extrañar, por tanto, que el británico optase por dar tiempo y espacio al lucimiento de unos actores con experiencia tanto en el humor como en el drama.
Quizá para distanciarse de lo teatral, Branagh alternó las escenas de diálogos con transiciones musicales dominadas por los himnos pop de The Pretenders o Tears for Fears. Los intercambios de afilados mandobles dialécticos, a veces bienhumorados y a veces envenenados, se combinan con estallidos de conflictos personales donde casi siempre acaba emergiendo la ironía british.
Aun con sus pequeñas estridencias estilísticas e histrionismos actorales, el filme aportó suficientes momentos poderosos como para ganarse un hueco en la memoria cinéfila de una generación. Y nos recordó que las cosas nunca vuelven a ser como fueron en el pasado, pero no necesariamente tienen que ser peores.