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'Petra', una tragedia griega para enfrentar a dos generaciones incompatibles

Si Edipo mataba a su padre y se casaba con su madre, Antígona -su hija- se vería enfrentándose a la muerte siendo enterrada viva. Y si sobrevivía, ya se matarían entre ellos los otros dos hijos del rey de Tebas: Polinices y Eteocles. De la misma forma, si Clitemnestra asesinaba su marido Agamenón, sus hijos Orestes y Electra la matarían a ella. La tragedia griega es, cómo mínimo, abundante en historias tormentosas entre padres y madres que se llevan regular con sus hijos e hijas.

Así debió comprenderlo Jaime Rosales, ya que estas historias fueron su principal inspiración a la hora de escribir Petra, su última película. Un film que se inspira en muchas tragedias clásicas para crear un relato que no es la adaptación de ninguna, pero ofrece una aproximación moderna a todas.

Petra -Bárbara Lennie-, es una joven artista que desconoce quién es su padre. Su madre se llevó el secreto a la tumba cuando murió, enferma de cáncer en un hospital. Sin embargo, una pista la conduce hasta la masía de Jaume -Joan Botey-, un famoso y adinerado artista plástico. Allí se hará pasar por su aprendiz para descubrir la verdad sobre sus orígenes mientras conoce a la mujer de este -Marisa Paredes-, y a su hijo -Àlex Brendemühl-.

De paternidades fallidas e hijas cabreadas

“Nace, como casi todos los proyectos de mis películas, de una reflexión íntima sobre mi relación con el mundo”, explica Jaime Rosales.“Eso te lleva a hablar de temas sobre los que te gustaría debatir con el espectador. En este caso tenía que ver con el problema de la identidad, la mentira y la verdad en un entorno familiar”, describe.

El realizador barcelonés vuelve a las salas cuatro años después de su potente retrato generacional en Hermosa juventud, con el objetivo de cambiar su estilo. “Quería abordar un tema más universal, no volver a hacer una película atada a la actualidad española, si no una que hablase de temas que atraviesan épocas y naciones”, cuenta.

Así nace el guión de Petra, un libreto inspirado en las tragedias griegas que escribieron de Eurípides a Sófocles, pero pasado por un barniz personal e intransferible: su mirada sobre un conflicto padre-hija.

Jaume, a quien da vida el actor debutante y no profesional Joan Botey, es un hombre cruel y despiadado que desprecia a su hijo, no reconoce a su hija y sólo se entiende con una mujer que le es indiferente. Petra es una joven entusiasta y comprometida que no acepta un no por respuesta, ni evita el conflicto cuando se le presenta. Ambos encarnan a dos generaciones cuyas motivaciones no podrían diferir más. Pero están condenados a entenderse.

“El tema generacional era importante en Hermosa Juventud, y podríamos ver su rastro en esta y en el diálogo que establecen ambos filmes”, reconoce Rosales. “Jaume y Petra son muy distintos en muchos sentidos”, explica. Son dos visiones del mundo emparentadas y enfrentadas a la vez: el burgués adinerado y la joven. El reaccionario, la revolucionaria.

“No sé si tiene que ver con el desarrollo político y democrático de nuestro país, pero aquí ha habido muchos cambios en períodos de tiempo relativamente cortos. Eso ha provocado que cada generación se haya tenido que enfrentar a escenarios que habían mutado de forma brusca”, explica sobre el eco de ambos personajes sobre la realidad española.

Arte como arma

En la nueva película de Jaime Rosales, el arte es un fantasma que envuelve a sus protagonistas. Les ayuda a entender lo que les pasa, pero también a alejarse de los demás cuando lo necesitan. Es una herramienta emocional tan capaz de curar como de herir.

Jaume la utiliza para engrandar su ego, pero también para hacer pequeño el de los demás -cuando no destruirlo-. Petra busca respuestas y descarga su ira a través de la danza y la pintura. Incluso Lucas -el hijo de Jaume interpretado por Àlex Brendemühl -, se aferra a la fotografía como forma de acercarse a su padre, pero también como respuesta a cómo vive los conflictos desde la distancia, sin implicarse.

“Si te digo la verdad eso no estaba entre mis preocupaciones conscientes”, dice por su parte Rosales. “Luego cuando me mencionan este tipo de cosas y les doy absoluta validez porque cada lectura nace del contrato implícito con el espectador”, reflexiona.

Para él, sin embargo, la ambientación del drama en un entorno marcado por la vocación artística respondía a la necesidad de retratar dinámicas de poder. “Me interesaba mucho traducir una tragedia griega a la época actual, y en esa traducción tenía que buscar un entorno adecuado para dibujar unas relaciones de poder muy fuertes que resultasen creíbles. Pero eso me llevaba hasta el mundo de la criminalidad o al de las finanzas”, explica.

“En ese tipo de ambientes, hay dinámicas de poder que tenemos muy asumidas como espectadores. Pero ambos están ya muy trillados. Así que dándole vueltas llegué al mundo del arte, donde existen también fuertes relaciones de este tipo”, cuenta el director de Petra. “Todas las reflexiones que han aparecido luego sobre esto vienen de ahí: enmarqué la historia en el mundo del arte. Lo utilicé como un decorado. Como las óperas de hoy en día que sitúan La Flauta Mágica de Mozart en, no sé, un campo de concentración”.

Un drama familiar entre tradición y modernidad

Aunque Petra se presente como arcaica en su fondo, su forma se descubre moderna de forma intrínseca. No en vano, la película se divide en episodios cuyo orden se altera desde el arranque: empezamos en el capítulo dos en un in media res arriesgado y confuso que, pronto, se resuelve como un juego con el espectador.

“La película tiene una vocación de doble hélice”, describe Rosales, “en todas mis anteriores obras había bebido principalmente de referentes del cine moderno, pero para hacer Petra quise construir algo a partir de la hibridación de aquellos con el drama clásico”, cuenta. “El guión, si leyésemos de forma lineal, cumpliría de manera muy precisa todos los requisitos aristotélicos y shakesperianos. Así que decidí romperlo, trocearlo y hacer una capitulación. De repente, podía quebrar la linealidad del tiempo como se ha hecho en la literatura moderna con Rayuela o en el cine con Pulp Fiction”.

“Esa capitulación era algo que permitía hibridar bien el mundo de lo tradicional con lo actual”, describe. Lo mismo que ocurre con la cámara, en constante movimiento pero de una textura profundamente clásica, y con la música que siempre está situada de forma asincrónica: no enfatiza la emoción como lo haría el cine clásico, sino que se anticipa o se retrasa respecto a la escena en la que hay una descarga emocional.

Petra es un drama familiar de ecos clásicos que afianza sus resortes expresivos con una mirada moderadamente rupturista. Cuando se torna melodramática, acude a una calculada distancia emocional, pero cuando arriesga mira hacia sus referentes. Entre un mundo y otro, se erige como inteligente mirada a dos generaciones y formas de entender el mundo.