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‘Por un puñado de dólares’: cuando Sergio Leone y Clint Eastwood salvaron el cine italiano plagiando a Kurosawa

Ignasi Franch

6 de agosto de 2024 19:01 h

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Un hombre errante llega a una localidad. Descubre que se trata de un pueblo destrozado por la violencia de dos bandas criminales rivales. El desconocido ve la oportunidad de regenerar la localidad incitando al enfrentamiento de ambos grupos, mientras él alquila sus habilidades como mercenario a unos y otros. Esta sinopsis podría servir tanto para explicar Por un puñado de dólares, el primer wéstern de Sergio Leone (Hasta que llegó su hora), como para resumir Yojimbo, el filme de Akira Kurosawa que lo inspiró.

Divisa Home Video celebra el sexagésimo aniversario de Por un puñado de dólares con una nueva edición que incluye los correspondientes discos UHD (o Blu-ray 4K) y Blu-ray. La imagen y el sonido parten de una restauración llevada a cabo por la Filmoteca de Bolonia en el año 2014. Se trata de un trabajo de digitalización que ha generado unas cuantas discusiones a lo largo de los años, especialmente en el ámbito de la gradación del color. El resultado no está blindado a cuestionamientos y críticas, pero parece solvente.

En el ámbito del spaghetti wéstern, el uso de repartos multinacionales que recibían los correspondientes doblajes suponía que no acostumbrase a haber una versión original como tal de las películas, sino varias versiones entre las que escoger. La nueva edición conmemorativa cumple al incluir la opción de ver Por un puñado de dólares en inglés, en italiano y en español, a gusto de cada consumidor, acompañado o no de los correspondientes subtítulos en castellano. También se recupera un buen número de piezas audiovisuales provenientes de ediciones previas.

El héroe que nace de la mentira

Por un puñado de dólares es como una materialización real de El hombre que mató a Liberty Valance, un clásico del realizador John Ford que parecía hablar sobre el propio cine del Oeste y sobre la misma historia de los Estados Unidos: una figura heroica que nace de una mentira. El mito de Por un puñado de dólares también tiene algo de mentira, o de ocultación. La película que creó la moda del spaghetti western y que convirtió a Clint Eastwood en una estrella, era un remake (nada) encubierto de Yojimbo y se movía en terrenos aledaños al plagio.

Leone intentó defenderse señalando las similitudes de Yojimbo con Cosecha roja, una novela del escritor Dashiel Hammett, y con la obra teatral Criado de dos amos, de Carlo Goldoni. Fue en vano: una sentencia judicial fijó que el asunto demandaba una compensación económica para Kurosawa y compañía. Eso facilitó que los implicados hablasen abiertamente del proceso de “inspiración”. Incluso hubo una sorprendente competencia entre cineastas por apropiarse del mérito de haber fusilado Yojimbo. Quizá los profesionales del cine italiano, acostumbrados a una cierta dinámica de repetición y variación de los éxitos ajenos, mantenían una relación diferente con la idea de originalidad.

Los principales implicados salieron reforzadísimos. Eastwood, que estaba trabajando en la serie televisiva Rawhide, volvería a ponerse a las órdenes del realizador italiano en La muerte tenía un precio y El bueno, el feo y el malo, y se asentaría como una estrella mundial que iría desarrollando su voz como director. Leone se convirtió en uno de los grandes autores de wéstern postclásico. Y el compositor de la banda sonora, Ennio Morricone, se convertiría en uno de esos autores de música para películas cuyo nombre pasa al conocimiento (y reconocimiento) público.

Un estilo en proceso de definición

Una de las particularidades de Por un puñado de dólares es que es una instantánea de una autoría en desarrollo. Se trataba únicamente del segundo largometraje que Leone firmaba como director en solitario. La elección del proyecto sería muy relevante. Su autor acabaría desarrollando el resto de su filmografía, con la excepción (relativa) de Érase una vez en América, alrededor del mismo género. E iría fijando un estilo característico que sería homenajeado y también parodiado.

En Por un puñado de dólares ya se aprecia la importancia particular que su autor otorgaba a los rostros. Los áridos paisajes naturales importaban, sí, pero también lo hacía ese paisaje humano de caras características, sudorosas y desaseadas, que recubrían el material a menudo idealizado del wéstern con una capa extra de polvo y suciedad. Leone trabajaba con los planos agresivamente compuestos que resultarían tan característicos de su cine de madurez, pero también comenzaba a emplear unos juegos de demora y dilatación del tiempo que se relacionaban con una cierta tradición del cine japonés. Los extensos momentos de espera previos a los duelos que tienen lugar en La muerte tenía un precio serían el siguiente paso. Y la tendencia iría a más en forma de escenas largas e historias que comenzaban a desparramarse en metrajes que rondaban las tres horas.

Por un puñado de dólares tenía una relación peculiar con la mitología del Oeste. Lo desmitificaba, pero a la vez acababa recubriendo de una cierta épica a su protagonista. El hecho de que la televisión estadounidense emitiese la película con un prólogo que daba una cobertura institucional al héroe era un síntoma de que Por un puñado de dólares desentonaba respecto al wéstern canónico hasta ese momento. En el montaje para la pequeña pantalla, ese pistolero sin amo que buscaba una paz sembrada de cadáveres se convertía en un agente del Gobierno estadounidense. Y eso, supuestamente, convertía su empeño en una misión más aceptable.

El filme de Leone, tal y como fue concebido originalmente, tiene algo de embrutecedor. Nos traslada a esa San Miguel sin ley convertida en una apoteosis del Oeste más salvaje, donde todo está tan podrido que cualquier respuesta parece aceptable. Donde incluso un tabernero que dice aborrecer la violencia termina rindiéndose a esa estrategia casi suicida de buscar que los escorpiones se piquen entre ellos.

La fiebre del oro se instaló en Almería

Como recuerdan muchos autores de la época, el cine italiano funcionaba a base de burbujas que terminaban estallando. Los años sesenta se habían iniciado con la apuesta por los péplums: ficciones ambientadas en la antigua Roma que podían conectar con la cultura grecolatina (véase Ulises, o las películas de forzudos como Hércules en el centro de la Tierra) o con los inicios del cristianismo. El mismo Leone se había fogueado en estas producciones, pero la moda colapsó tras algunos reveses en taquilla. Y el cine italiano comercialísimo quedó en suspenso… hasta que Leone señaló un nuevo camino posible: el spaghetti wéstern.

Tras el éxito de Por un puñado de dólares, llegarían a estrenarse hasta tres wésterns autóctonos en Italia en la misma semana. Se estrenarían cincuenta, sesenta, setenta películas adscribibles a este género en un solo año. En la estela del lacónico hombre sin nombre interpretado por Eastwood, llegarían Django, Ringo, Sabata, Sartana… Algunos serían más parlanchines, otros serían tan lacónicos (¡o más!) que los hombres sin nombre de Eastwood, como el protagonista completamente mudo de la reivindicable El gran silencio. Y alguno incluso sería bastante bromista, como el Trinidad interpretado por un icono de la comedia mediterránea de la época: Terence Hill.

La sobreproducción generaría muchas submodas. Además de ficciones de gran brutalidad, veríamos entretenimientos mucho más ligeros que se orientaban a un público familiar. Y esos wésterns cómicos que, para más de un aficionado, serían la perdición del género. Algunos creadores, como el guionista Franco Solinas (futuro escritor de La batalla de Argel), aportarían una cierta sensibilidad izquierdista que pasaría, por ejemplo, por una visión más favorable de la revolución zapatista o por un cierto cuestionamiento del colonialismo estadounidense.

Los cineastas italianos encontrarían en España, de Almería a Burgos pasando por Madrid, unos paisajes propicios para situar películas de este género. Y generarían un flujo de coproducciones italo-españolas (a veces con intervención de terceros países como Alemania) que sustentaría un mundo propio en Andalucía. En paralelo al nuevo cine español de Juan Antonio Bardem, Carlos Saura y compañía, el audiovisual nacional encontró un camino mediante el cual 'hacer industria' a través de rodajes frecuentes y empleos para sus técnicos. La fiebre del oro duró unos años, pero terminó de manera abrupta. Y el camino de Yojimbo y Por un puñado de dólares volvería a ser transitado con nuevos remakes (El último hombre) y homenajes pintorescos (Van Damme’s inferno).