Es difícil imaginar alguien más indicado que Spielberg para llevar al cine la novela de Ernest Cline. Ready Player One, antes que presumible taquillazo, fue un fenómeno editorial en toda regla. Reformulación de algunos de los tropos narrativos de la era de la distopía young adult adaptados a la voz de alguien obsesionado con la cultura pop de los ochenta. Siete años después de su publicación, el libro ha pasado de ser un best-seller a ser un long-seller con millones de ejemplares vendidos en todo el mundo.
Cline se dio a conocer en slams poéticas de Austin, Ohio, gracias a fantasías verso en las que hablaba de onanismo y filias sexuales relacionadas con sus vastos conocimientos de la década en la que fue adolescente. La popularidad de poemas como Dance, Monkeys, Dance o Nerd Porn Auteur le llevó a autoeditarse un libro llamado La importancia de llamarse Ernest, al que siguió un álbum -The Geek Wants Out- y un guion titulado Fanboys, que se convirtió en película en 2009.
En todas ellas el motor era el mismo: Cline, encantado de conocerse, escribía sobre geeks inadaptados obsesionados con la cultura pop de los setenta-ochenta, décadas influenciadas por una concepción del cine que ayudó a crear, entre otros, Steven Spielberg.
Ahora el Rey Midas de Hollywood convierte la autoproclamada 'biblia de la cultura pop' de Cline en una aventura generacional. Pulido el material original, vuelve a demostrar que su poder como narrador audiovisual sigue intacto. Bien es sabido que una película regular de Spielberg es mejor que la mejor película de la mayoría de realizadores contemporáneos.
Nostalgia acrítica para tiempos críticos
En un planeta asolado por la hambruna y la falta de recursos naturales y económicos, la gente vive permanentemente conectada a un universo virtual llamado Oasis. Un día, su creador fallece emitiendo un comunicado: ha escondido un Huevo de Pascua en el interior de la vasta realidad virtual y quien lo encuentre heredará la propiedad del juego, el recurso económico más importante del mundo. Cinco años después del anuncio, un joven llamado Wade Watts encuentra una pista que podría acercarle al premio gordo, pero una mega corporación intentará impedírselo.
Esta es, básicamente, la premisa de Ready Player One. ¿Y la nostalgia? Pues bien: para conseguir el Huevo de Pascua uno tiene que conocer todos y cada uno de los detalles de la vida de su creador, fan del cine, la música y los videojuegos de los ochenta. Alguien como Ernest Cline.
Consciente del discurso inevitablemente conservador de quien trafica con la nostalgia, Steven Spielberg ha reinterpretado en su justa medida el discurso de Ernest Cline para adaptarlo a su cine. Ha convertido una distopía juvenil que abanderaba la soflama del 'todo pasado fue mejor', en una aventura marca Amblin que suprime los aspectos más turbios del libro para convertirlo en una suerte de odisea multireferencial que acaba entonando un 'disfruta del presente'. Algo que sienta bien al universo creativo que comparten ambos.
Es más, donde la original retrataba las andanzas de un joven que asimilaba la cultura de una generación que no era la suya, sin interpretarla, citándola y adorándola lo suficiente como para que esta le recompensase, Spielberg realiza una pirueta digna de elogio. Pasa del acriticismo y el guiño absurdo a la expiación de sus propios referentes. De ahí que brillen constantemente secuencias que aluden al manejo de nuevo niveles expresivos de clásicos contemporáneos -no serán pocos los que vean en la secuencia dedicada a El resplandor toda una declaración de intenciones-.
Por el camino, otros intentos de mejorar la novela de Cline se nos presentan inteligentes pero no funcionales. Es clara la voluntad de Spielberg por deshacerse del egocentrismo que empapaba cada frase de la novela, delegando el protagonismo y convirtiéndolo en un relato más o menos colectivo. Pero los intentos valen más por su voluntad que por su efectividad en pantalla.
Esto se debe a que la jugada pasa por sostener el relato en base a estrategias demasiado obvias. Ready Player One abunda en personajes secundarios desdibujados, compañeros del protagonista que solo se definen por su acento, edad y etnia, agujeros de guión rellenados con tropos tan manidos como el de la dama en apuros, villanos sin razón de ser -incomprensible el tridente de malvados planteado-, y relatos de amor sin química pero con cierto machismo inherente -Tye Sheridan y Olivia Cooke lo intentan pero nada-.
Un mundo en el que ser otro
Como decíamos, Oasis funciona mucho mejor en manos de Spielberg que en manos de Cline, aunque solo sea a nivel formal. La novela se empeñaba en disimular su escasa habilidad narrativa con miles de referencias y discursos en torno a los ochenta. La película responde a la falta de talento con concepción spielbergiana del espectáculo, prodigiosa a nivel de soluciones visuales que sitúan Ready Player One por encima de la media del blockbuster actual.
Sin embargo, asumiendo que funciona estupendamente como entretenimiento, se hace difícil no ver en ella como un cine acartonado debido a su desarrollo poco original y a un subtexto que permanece inalterable, -más allá de mostrarse vacuo en sentido emocional-. Hablamos del discurso en torno al significado último de Oasis, una droga virtual global y capitalista.
Ready Player One es la batalla de unos jóvenes que quieren mantener público lo que les evade de la realidad, frente a una empresa que quiere privatizarlo. Pero en ningún caso es un debate sobre la vigencia o no de dicha realidad virtual, o la urgencia de atajar los problemas de un mundo preapocalíptico, pobre y desigual que puede seguir siéndolo.
Spielberg se siente cómodo empoderando a una generación, alentándola a la lucha armada, para sostener un mundo en el que puedan ser otros pero no para ser otros en su mundo. Y cuando lo intenta fracasa por su tono impostado.
Resulta curioso que Ready Player One se alinee con otros young adult al plantear la aventura en términos jugables, pero se muestre más endeble en su discurso que otros relatos mucho menos capaces. Allá donde El corredor del laberinto o Los Juegos del hambre llevaban a sus jóvenes protagonistas a hacer la revolución para acabar con unos juegos que los oprimían, Ready Player One plantea una revolución para perpetuarlos. Y, sin embargo, luego intenta armar una moraleja que suena artificial cuando nos recuerda que solo 'la realidad es real'. Invitación a la generación millennial a postergar la lucha por su futuro y sus derechos un día más. Después de la última partidita.