Jen es la joven amante de Richard, un empresario adinerado y casado. Ambos van a pasar unos días en una casa de lujo ubicada en el desierto, donde ella ejerce voluntariamente como una especie de mascota sexual de su paternalista pareja. Cuando los dos socios de Richard llegan prematuramente para la cacería que iban a celebrar, la situación se vuelve algo incómoda. Stan y Dimitri también parecen querer su trozo de pastel de la belleza y sexualidad juvenil de una Jen convertida en mujer objeto codiciada colectivamente. Los juegos de miradas, de reflejos en espejos y pantallas, sirven para comenzar a desplegar esa tensión.
En el tramo inicial de Revenge, la cineasta Coralie Fargeat consigue generar mucha incomodidad sin necesidad de subrayados estridentes. No emplea música o encuadres reminiscentes del cine de terror que minarían una faceta realista. A medida que las miradas libidinosas se van acentuando y asoma el acoso sexual, la realizadora usa un recurso tan sobrio como efectivo: alargar la duración de los planos para hacer partícipe al público de la experiencia de Jen.
Cuando llega el momento del thriller, eso sí, Fargeat no se quedará corta y mostrará violencia extrema. Antes de ello, salpica la narración de metáforas visuales y paralelismos algo obvios. Como en un intento previo de terror feminista, la muy extrema The woman de Lucky McKee, se asocian la caza y la violencia sobre las mujeres como dos fenómenos paralelos de una cultura de dominio masculino.
En Revenge, el panorama ético es desolador, con el trío de hombres representando diferentes arquetipos siempre negativos. También se incluye una nota de clase sobre la arrogancia e inhumanidad del triunfador. Para Richard, compensar una violación es cuestión de dinero. Y el pago no vendría precisamente acompañado de cuidados para la recuperación psicológica de la víctima, puesto que la quiere bien lejos de él y de sus socios. Las posturas serán irreconciliables y, tras una escala de acontecimientos, llegará la cacería humana.
Esto no es (exactamente) un filme de rape and revenge
rape and revengeLa historia del cine incluye un buen número de películas sobre venganzas femeninas. El polémico estreno de La violencia del sexo (1978) contribuyó a fijar un género específico, a medio camino entre el thriller y el cine de terror: el rape and revenge (violación y venganza). Era la década de los setenta y sobrevolan el ambiente diversas ficciones de embrutecimiento ético y estallido violento. Perros de paja sería un ejemplo referencial, acompañado de propuestas como La última casa a la izquierda, de Wes Craven, o Violación en el último tren de la noche, de Aldo Lado.
En estos casos, las mujeres solían ser víctimas más o menos pasivas, y la violencia sexual (filmada con más tacto o con más grosería erotizadora, dependiendo del caso) servía básicamente de instrumento propulsor de la trama. En el cine de rape and revenge, en cambio, ellas eran las protagonistas activas. Aún así, a menudo se ha discutido si este tipo de personajes no eran simples variantes de los hombres armados que interpretaban Charles Bronson y compañía.
La ambientación marcaba en buena medida a qué tendencia preexistente se acercaba cada película. Si La violencia del sexo entraba en contacto con el terror a la Norteamérica rural y sus monstruos, la posterior Ángel de venganza remitía al thriller justicierista localizado en ciudades entendidas como junglas de asfalto. Obras europeas como Dispara o Fóllame (codirigida y coguionizada por la escritora Virginie Despentes) también dialogaron, en mayor o menor grado, con estos modelos.
Por lo general, el rape and revenge se basaba en la venganza voluntaria. Revenge no cumple esta regla no escrita. La película de Fargeat parece, ante todo, un violentísimo thriller de supervivencia aderezado con música de rave e ingestas de peyote. Incluye los correspondientes despliegues físicos, luchas y correrías al límite de la extenuación.
En un escenario aislado e incomunicado, la huída y la misma supervivencia pasan por hacerse con los medios de transporte de los que disponen los enemigos. La venganza resulta más un medio que un fin en sí mismo, al menos en un inicio de la confrontación en que la protagonista busca cobijo y la posibilidad de huir. Por motivos argumentales y de localización geográfica, Fargeat obliga a su personaje a tener que tomar una decisión radical: o morir como mujer objeto o matar como heroína de acción.
Un 'thriller' adecuadamente incómodo
La traumática y violenta aventura de Jen acaba convirtiéndose en un baño de sangre de manera casi literal. El talante extremo de la propuesta puede recordar a aquel cine de terror francés de principios de este siglo, el de obras como Martyrs, que pisaba el acelerador con situaciones de violencia física y psicológica que difícilmente podían verse en productos estadounidenses de distribución masiva.
Revenge tampoco es un producto de visionado agradable. No parece una emanación de consumo rápido de ese Hollywood que hace guiños a la diversidad y sus mercados potenciales. No es Wonder Woman, ni siquiera otro thriller violento con protagonista femenina como Asalto en la noche. Aunque la inclusión de gore en algunas imágenes de dolor desprenda un cierto aire exploitation, la aparición de una violencia muy desagradable nos recuerda oportunamente que la violencia conlleva sufrimiento. A pesar de ello, el resultado no escapa completamente de la lógica de ese cine de acción donde la muerte del enemigo proporciona un cierto placer al público.
En su desenlace, además, la cineasta francesa parece incluir otro simbolismo visual, obvio pero potencialmente efectivo. Los personajes entran en una situación-bucle que nos habla de la lógica enloquecida del uso de la fuerza en el cine y en la vida. En una afortunada unión de las facetas narrativa y discursiva, la autora incorpora esa nota temática sin dejar de provocar tensión en la audiencia.
En definitiva, Fargeat ofrece una propuesta intensa, también inverosímil. Una pesadilla de acoso, violación y renacimiento bañado en sangre. Su película encaja en una cierta tendencia a mostrar imágenes de empoderamiento femenino a través del ejercicio de la violencia. En el apartado estético, en la relación de la cámara con el cuerpo de la protagonista, su autora intenta buscar una cierta imagen épica, dimensionando la fuerza de una mujer renacida.
Parece que la realizadora intenta rehuir el cinismo de propuestas polisémicas como Atomic blonde, que juegan a vender empoderamiento femenino y, a la vez, a complacer a otros sectores de público con sexo lésbico para goce masculino y patadas ejecutadas con ligueros y botas altas. ¿Revenge, una pesadilla violenta sobre la objetualización de las mujeres, es inmune a un visionado objetualizador? Seguramente, no.
Esa Jen con músculos tensos sujetando enormes rifles puede remitir al fetichismo de mujeres armadas que Quentin Tarantino parodiaba (o no) en algunas escenas de Jackie Brown. Y las escenas de esfuerzos físicos al límite (tatuajes extremos incluidos), en la linea del thriller de supervivencia o de la nueva Tomb raider, pueden sugerir una erotización alternativa de nuevos cánones de belleza, una especie de fit porn para la era del running. Quizá en un mundo androcéntrico todo es susceptible de ser resignificado androcéntricamente.