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Robin Williams: lo que escondían las risas de quien tenía miedo a ser aburrido

“Tengo miedo de pasar a ser, no solo aburrido, sino como una roca”, confiesa Robin Williams tras ser preguntado por el temor de su vida. El capitán de una generación de peterpanes, el referente de clásicos como El club de los poetas muertos o El indomable Will Hunting, se suicidó en 2014 a los 63 años. Quien antes despertaba carcajadas a su paso, ya “no sabía ser gracioso”, como él mismo dijo a Cheri Minns, su maquilladora. Al final, resultó que su energía inagotable no lo era tanto. Sí que tenía un límite, uno que hizo que nos despidiéramos de un grande de la historia del cine.

En la mente de Robin Williams es un documental dirigido por Marina Zenovich y producido por HBO que explora las luces de una cabeza privilegiada, capaz de revolucionar la comedia y de subir al escenario desatando un torbellino de risotadas. Pero también indaga en las sombras, en terrenos poco agradables ocultos de cara a la galería que llevan a la frustración o a las drogas. Como señala su compañero y amigo Billy Crystal, esa desesperación por complacer al público era realmente una muestra de “su falta de autoestima”.

Todos los que admiran a Williams saben cómo termina esta historia, pero quizá no tanto lo que ocurre durante el transcurso. Por ello, esta biografía audiovisual se remota a sus orígenes, al nacimiento de su figura como comediante y posteriormente como actor para luego descender hasta un sombrío epílogo. Vídeos caseros, testimonios de sus allegados y fotografías inéditas, son los documentos que ocupan las casi dos horas de una obra que en ningún momento obliga a mirar el reloj. Todo lo contrario. Al igual que ocurría cuando el intérprete aparecía en pantalla, el único deseo latente durante su visionado es el de que nunca se acabe.

A pesar de no mostrar mucho interés por la interpretación durante su adolescencia, el actor nacido en Chicago comprobó con Tonight Show y Jonnathan Winters que incluso las personas menos habituadas a sonreír, como su padre, lograban cambiar sus rostros petrificados. Su primera actuación, de hecho, tiene muy poco de especial: imitó a un profesor de su instituto.

De los bares a la gran pantalla

“Era un tipo que siempre estaba de broma. A veces teníamos que mandarle a callar para poder terminar el ensayo”, recuerda Mark Rasmussen, amigo del artista, sobre algunos momentos en las salas de interpretación. A pesar de que intentó estudiar la carrera de Ciencias Políticas, finalmente decidió formarse en el mundo del espectáculo. De hecho, comenzó a trabajar como camarero en un bar simplemente para poder actuar por las noches. Era sobre el escenario, con decenas de personas aplaudiéndoles, cuando de verdad se sentía reconfortado.

Si durante el show fallaban los micros tampoco pasaba nada. Williams tenía capacidad para improvisar sobre la marcha y, por ejemplo, parodiar a un predicador cristiano con poderes milagrosos. “Su mente iba como un rayo, pero no todo lo hacía en una noche. Trabajaba duro y se preparaba. Detrás de todo había un proceso analítico muy bien pensado”, explica el guionista Bennett Tramer.

No obstante, el verdadero punto de inflexión llegó con su primera aparición en la pequeña pantalla. De pedir limosna en las salas pequeñas pasó a participar en la sitcom estadounidense Días felices emitida por ABC, donde se puso en la piel de un hombre llegado del espacio. El éxito fue tal que llegó a tener su propio spin-off coprotagonizado con Pam Dawber: Mork & Mindy. Al principio existían dudas de cómo funcionaría su humor en televisión, pero estas quedaron despejadas de inmediato. De hecho, tuvieron que meter una cámara adicional en el plató de rodaje para poder seguir los movimientos de Robin.

Llegó el éxito y, con él, las noches de locura. Las bebidas alcohólicas, los estupefacientes y las mujeres (algo que no importaba a su pareja de entonces, Valerie Velardi), empezaron a formar parte de su rutina. “La cocaína es la forma que tiene Dios de decirte: ganas mucho dinero”, bromeaba el propio Williams en un monólogo. Sin embargo, la muerte de su amigo John Belushi, como él mismo afirma, le hizo “estar sobrio de golpe”. Al menos, durante una etapa.

Dejar la televisión le sirvió para cambiar de vida. Comenzó una relación con Marsha, que antes era niñera de su hijo Zak, y tuvo dos nuevos descendientes: Zelda y Cody. También comenzó a hacerse un nombre en el séptimo arte, un mundo al que pocos cómicos procedentes de “la caja tonta” podían acceder. Aunque ya había estado involucrado en largometrajes como Popeye (1980), no fue hasta Good Morning, Vietnam cuando empezó a posicionarse como actor. De repente, la estrella de la televisión se convirtió en la del cine.

Al igual que sucedía con sus monólogos, el intérprete vivía tanto sus papeles que, literalmente, se convertía en su personaje. Así lo demuestran películas como El rey pescador, donde se transformó en un vagabundo con problemas psicológicos; o incluso obras animadas como Aladdín, en la que puso voz a un personaje creado expresamente para él: el Genio.

La droga del humor

“Cuando hacía a la gente reír era un subidón para él”, apunta Billy Crystal. El problema llegaba cuando no conseguía esa “droga” también llamada humor. “Buscaba agradar, pero cuando no lo lograba sentía que no tenía éxito”, rememora Zak Williams, quien añade que ser hijo de una de las personalidades cómicas más reconocidas a nivel mundial no era fácil. Con suerte le veían “la mitad del año”, una frecuencia a la que tuvieron “que acostumbrarse”.

Por un lado estaba el Robin Williams de El indomable Will Hunting, de Señora Doubtfire o el de El hombre del año, y por otro el que se hacía más de 100 kilómetros en bicicleta para desconectar o el que terminaba bebiendo wiski por rutina. “Empecé con botellitas de Jack Daniels del minibar y acabé teniendo que esconder la botella grande”, bromeaba el cómico en uno de sus monólogos, utilizados, como venía siendo habitual, para desfogarse de sus problemas personales.

La cara triste quedaba oculta bajo una careta feliz que mantenía incluso con los médicos que le operaron del corazón, una situación complicada que no quedó exento de gags. El documental En la mente de Robin Williams pasa rápido por su etapa final, en la que se casó por tercera vez e intentó volver a trabajar con Pam Dawber en una nueva serie, The Crazy Ones. Pero como la propia actriz reconoce, todo era diferente. Tampoco profundiza demasiado en el momento en el que perciben que tiene Párkinson, una enfermedad que, según la CNN, no diagnosticaron correctamente.

En realidad padecía demencia de cuerpos de Lewy, algo que le impedía siquiera recordar las líneas de guion. “Nunca le había visto asustado hasta ese momento”, asegura Crystal. Ante el deterioro de sus capacidades y las crecientes dificultades, el actor decidió poner fin al “terrorismo en el interior de su cabeza”, frase que da título a la carta publicada a posteriori por su última pareja, Susan Schneider. Según cuenta en el texto, Williams no paraba de repetir que “quería reiniciar su cerebro” mientras se apagaba por momentos. “No tenía poder para ayudarle a ver su propia genialidad”, añade. Una genialidad que, a pesar de todo, el resto contemplaba con creces.