Pincha para verle las caras...
En los últimos años hemos asistido a un peculiar proceso de relanzamiento de la que se ha convertido en una de las caras más rentables de Hollywood. Su imagen nos persigue cuando vamos al cine en forma de colosal póster de estreno o en la gran pantalla, donde los directores han decidido monopolizar los planos con sus rasgos canadienses. La figura del actor es una estrategia de márketing en sí misma y sirve de excusa para sobrepasar la peligrosa línea de crear personajes especificamente para él. Ryan Gosling interpretando a Ryan Gosling. O puede que sus interpretaciones sean tan fidedignas y verosímiles que consigan que olvidemos que nos encontramos ante una ficción. Un debate acalorado entre partidarios y detractores que solo esclarece un asunto, el fervor con el que son esperadas sus apariciones en la alfombra roja.
Supo meterse en el bolsillo al público más indie con proyectos un tanto rocambolescos como Lars y una chica de verdad, Half Nelson y Blue Valantine. Mientras tanto, se desenvolvía como pez en el agua de las lágrimas que provocaba con títulos como El diario de Noa, de la escuela de Nicolas Sparks. Muchos dirán que esa faceta fue la que le catapultó al saturado firmamento de las celebridades, pero no sería hasta el estreno de Drive en Cannes cuando enamoraría a los asistentes de la Croisette, obligando a los más críticos a salir de las trincheras. Empezaba el año de moda de Ryan Gosling en el que, incluso, casi se le perdonaron fiascos lacerantes como Gangster Squad. Esta fructífera estrategia ha querido ser repetida por el director Nicolas Winding Refn en su nueva Sólo Dios perdona. No se le puede juzgar, pues no es el único que ha reciclado las dotes interpretativas del joven actor en un producto a forma de déjà-vu.
Las cuatro facetas del fenómeno Gosling
Cuatro han sido los perfiles resultantes de haber observado con lupa las últimas películas de Ryan Gosling. La faceta más memorable (que no destacada), jovial o lóbrega, es la del romántico empedernido. El simpático Noa Calhoun, que esperaba durante años a su verdadero amor construyendo una casa nos recuerda al menos idílico, pero finalmente igual de sentimental, Jacob Palmer en Crazy Stupid Love. Como este papel de guaperas en pos del sentimiento san-valentinesco típico de Hollywood le iba muy bien a sus fibrados músculos y mirada lánguida, pronto llegaría el director Derek Cianfrance para ofrecerle sus Luke y Dean en Cruce de caminos y Blue Valentine, respectivamente. En esta ocasión quisieron desendulzarle un poco y situar a sus personajes en un entorno menos bucólico, ampliando así el espectro interpretativo de Gosling.
Vamos ahora con los ingenuos corruptibles. Son el muy honorable Stephen Meyer de los Idus de marzo y el bastante menos respetable Jerry Wooters de Gangster Squad. En ambos casos, el personaje que empieza la cinta da un giro de 180º al final de ella en un sentido bastante obvio y manido por la industria cinematográfica: el inocente corderito que la sociedad y crudas circunstancias corrompen hasta transformarlo en un ser receloso y descreído.
El tipo loser es, sin duda, el que despierta en los espectadores su instinto más protector. Personajes graciosos, aunque internamente perturbados y con un trasfondo social bastante más complejo del que aparentan, como son el insociable Lars y el excéntrico profesor Dan Dunne de Half Nelson.
Por último, el hombre piedra que ha convertido en mito Winding Refn por partida doble con Conductor y Julian. El hieratismo que han patentado estos dos personajes, no precisamente elocuentes, le ha puesto en las manos a Gosling los papeles más complejos, crueles e inmutables de su filmografía. Sin apenas mover los músculos de la cara, Ryan ha provocado las reacciones más apasionadas entre la crítica y el público a fuerza de aplausos y pitidos.