Sarah Polley denuncia “el abuso a las mujeres y la complicidad institucional y cultural” con ‘Ellas hablan’

Javier Zurro

14 de febrero de 2023 22:12 h

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Durante cuatro años, de 2005 a 2009, en una comunidad menonita en Bolivia, muchas mujeres y niñas se despertaron con dolores, heridas y sangre en sus cuerpos y sábanas. Cuando lo contaron a los hombres de la comunidad, las convencieron de que había sido el demonio, que las castigaba por sus pecados, o que incluso se lo estaban inventando. Durante años creyeron que ellas eran culpables de los abusos sexuales y físicos que estaban sufriendo. La realidad era que ocho hombres habían estado violando a todas ellas administrándoles un sedante para animales y que el resto de hombres lo sabían y lo habían permitido o callado. Habían violado a sus mujeres y sus hijas e ignorado lo sucedido.

La noticia inspiró a la escritora Miriam Toews, que a partir de aquel suceso creó su novela Ellas hablan, en la que las mujeres de una comunidad, inspirada en aquella, votan qué hacer cuando descubren dichos abusos. Las opciones son quedarse y luchar, irse de la comunidad y dejar a los hombres, o no hacer nada. Ante un empate en la votación, varias de ellas debaten sobre lo ocurrido. La directora Sarah Polley se sintió conmovida por la historia y decidió volver a la dirección, tras un descanso por un accidente en un rodaje, con la adaptación cinematográfica que ha producido Frances McDormand y que está nominada al Oscar a la Mejor película y al Mejor guion adaptado. Un filme emocionante, poético y un bofetón a la cultura de la violación. La confirmación de una directora con una sensibilidad especial. Lo que en la novela son las actas de aquellas discusiones, en el filme se convierte en debates actuales arropados por una música deslumbrante y fugas poéticas a lo Terrence Malick que la convierten en una experiencia cinematográfica alejada de la teatralidad que parecía arrastrar la propuesta.

Tanto Toews como Polley trasladan la acción a una comunidad ficticia, pero sigue siendo menonita y mantienen la presencia de la religión y el patriarcado como elementos castigadores y reaccionarios. Los trajes y los decorados aportan una sensación atemporal, pero la película desvela en una escena “que todo ocurre en 2010 gracias al camión del censo de población”. Algo que Polley tuvo claro, ya que “si bien esta es una historia específica, tiene una resonancia y una calidad atemporal en términos de la lucha por la que están pasando estas mujeres”.

Una película que desde su título deja clara la importancia de hablar, de alzar la voz, de dejar de guardar silencio, porque muchas veces la sociedad prefiere “ser cómplice de algo porque es más cómodo hacerlo que hablar, y esa creo que es una seña de que algo no funciona bien”. La película plantea debates importantes sobre los abusos, pero también sobre los hombres: ¿Qué hacen con los jóvenes de la comunidad?, ¿tienen ya la semilla del machismo y la cultura de la violación en su interior? La masculinidad es otro de los temas del filme y Polley tiene un mensaje para aquellos que las acusan de atacar a los hombres.

“No creo que los hombres hayan estado atacados, y tampoco creo que haya habido una conversación necesaria sobre el daño sistémico que se ha ejercido durante mucho tiempo sobre las mujeres, no solo me refiero al abuso, sino a la complicidad con ese abuso que ha habido tanto institucional como culturalmente. Es una conversación extremadamente necesaria que nace de la cantidad enorme de daño que las mujeres, y también personas de todos los géneros, han experimentado debido al patriarcado desde hace mucho, mucho tiempo”, explica.

Ellas hablan también ofrece una mirada al futuro y abre un debate “sobre qué tipo de mundo nos gustaría construir y no solo sobre lo que nos gustaría destruir”. “Creo que hemos identificado mucho los daños en los últimos cinco años, y ese ha sido un trabajo realmente importante, creo que ha sido un trabajo increíblemente vital. Pero, al mismo tiempo, creo que es muy importante pensar en qué es lo que queremos construir. Ojalá la gente salga de ver la película pensando en eso y dispuesta a tener una conversación con alguien que no está de acuerdo con nosotros y cuyas opiniones puedan incluso ser ofensivas, porque creo que lo que para mí es milagroso sobre lo que hacen estas mujeres es que logran llegar a un consenso buscando una manera de entendernos”. 

No creo que los hombres hayan estado atacados ni que haya habido una conversación necesaria sobre el daño sistémico que se ha ejercido durante mucho tiempo sobre las mujeres

Una de las cosas que más llamó la atención a Polley del libro de Miriam Towes fue esa idea “de democracia radical”. “No se trata solo de votar y poner una X en una casilla, se trata de un debate muy difícil y complejo con personas con las que no necesariamente estás de acuerdo y con el compromiso de seguir hablando y no alejarse de un conversación cuando se pone difícil. Creo que estamos en un mundo y en un momento en el que nos metemos en nuestros rincones y escupimos nuestras narrativas contra otra persona y decidimos no hablar nunca más el uno con el otro. Me gusta esa idea del diálogo y de democracia en acción, que puede ser incómoda y hacernos hervir la sangre. Creo que hablar con personas en lados opuestos del espectro es realmente importante”, subraya Polley sobre el mensaje de su filme.

En sus memorias, publicadas recientemente, Sarah Polley ha contado la traumática experiencia de trabajar siendo una niña de nueve años en Las aventuras del Barón Munchausen, de Terry Gilliam, donde se sintió insegura y en peligro por la poca empatía y planificación del director. Por ello reivindica, como contaban las directoras españolas recientemente en el encuentro que organizó elDiario.es, “el valor de decir que no sabes algo”. “Como cineasta, normalmente, eres la persona con menos experiencia en el set en tu trabajo. He hecho cuatro películas, pero la mayor parte de las personas con las que he trabajado habían hecho más. La gente sabe cuando mientes y finges que sabes más de lo que realmente sabes. Creo que hay un poder enorme en pedir ayuda, colaborar y sacar lo mejor de cada persona. Es algo que aprendí de mis experiencias como actriz. No hice un mejor trabajo cuando me sentí insegura o desatendida”. 

Por eso se negó a introducir esos comportamientos. “No sentí que ese tipo de bravuconería del genio loco que no se preocupa por el bienestar de nadie aportara algo a la calidad de las películas. Puede que se hayan hecho algunas buenas películas de esa manera, pero podrían haber sido mejores si el director hubiera creado un entorno más seguro, eso no lo sabremos nunca. Mi idea es crear un entorno en el que la gente se sienta valorada, en el que el horario de trabajo sea breve, en el que haya un terapeuta en el plató para las escenas más difíciles, en el que la gente pueda tomarse un descanso cuando lo necesite. Estas son cosas realmente fáciles de hacer. Solo tenemos que descubrir cómo hacerlo desde el principio”, dice sobre una forma de trabajo que hace que todo el reparto de Ellas hablan se deshaga en halagos hacia ella y hacia una película importante y emocionante.