El soldado japonés que pasó 30 años sin saber que la II Guerra Mundial había terminado
El soldado japonés Hiro Onoda fue enviado el 26 de diciembre de 1944 a la Isla de Lubang en Filipinas. Era la Segunda Guerra Mundial, y Onoda tenía una misión clara: comenzar una guerrilla contra los americanos, que se disponían a invadir la isla. Entre las muchas órdenes que recibió, una se le quedó grabada por encima de todas: “No rendirse nunca”. Onoda lo tomó al pie de la letra y estuvo 29 años creyendo que la guerra no había acabado y viviendo oculto para no ser apresado por el enemigo. En todo ese tiempo, tuvo señales que le indicaban que su misión ya no tenía sentido. En 1945 le lanzaron folletos para que bajara de su retiro en las montañas, pero desconfió pensando que era propaganda para capturarlo. Casi 30 años escondido en la selva. Creyendo que todavía tenía que esconderse y luchar contra un enemigo que hacía mucho tiempo que no existía.
La historia de Onoda parece la típica leyenda urbana que se ha contado siempre, pero que nadie conoce realmente. Sin embargo, Onoda existió y su aventura tenía todos los elementos para convertirse en una película. Eso sí, dependiendo de quién la dirigiera podría ser una película bélica, un thriller de supervivencia en la selva o hasta una comedia surrealista sobre un hombre negando la realidad y convirtiéndola a su antojo. Ninguna de ellas se parece al acercamiento que ha realizado el director francés Arthur Haradi en Onoda, 10.000 noches en la jungla, película con la que ganó el César al mejor guion original y con la que participó en el Festival de Cannes el año pasado. Una película que bebe del cine clásico de aventuras, pero que lo completa con una historia reflexiva, pausada y hermosa que se permite hasta pequeños toques de humor.
El director tenía en mente hacer una película de aventuras, y estaba buscando un tema. Leía historias, pero ninguna le convencía. Un día, hablando con su padre, este le dijo: “Siempre se puede contar la historia de este soldado japonés que se quedó durante años en una isla creyendo que la guerra no había terminado”. Aquella broma de su padre hizo que Haradi buscara la historia real. “La leí en internet, luego en un libro documental escrito por dos franceses en 1975 y me fascinó. Sentí que tenía que contar esta historia, que tenía una relación muy fuerte conmigo, mi relación con la ficción, mi relación con la realidad. Estaban todos los elementos de la aventura, pero también una mezcla de profundidad y absurdo que me habló directamente”, cuenta el director.
Una película con ritmo propio, porque como describe el director, “el tiempo es uno de los elementos más vertiginosos de esta aventura, así como una extraña armonía con el espacio”. “Se trataba de construir un mundo que reflejara estos elementos. No lo pensé como un reclamo, pero traté de encontrar la forma y el ritmo con la mayor libertad posible, tratando de ser lo más justo posible con mi sentimiento sobre la historia y los personajes”, explica. Un filme que mezcla lo filosófico con la aventura, y eso se nota cuando Haradi explica las influencias confesas de su filme, que “fueron muy numerosas” y que pasan desde el cine clásico americano, “Ford, Walsh y Fuller” al japonés, con “Kurosawa y especialmente Mizoguchi”. También “ciertas películas francesas como La sección 317, de Schoenderffer e incluso filipinas, como las de Lino Brocka, Monte Hellman fue una influencia quizás menos obvia, pero profunda”.
Hiro Onoda es un personaje en tierra de nadie, también en su propia concepción. ¿Es un héroe, un patriota, o un loco? Quizás ninguna de ellas, porque su director asegura que siente “una irreprimible atracción por las ambigüedades”. “Un personaje solo me interesa si es difícil asignarle una definición inequívoca. En el caso de Onoda, me parecía imposible tratarlo de manera hagiográfica, la profundidad del personaje está ligada a su ambivalencia fundamental, y en particular una dimensión irrisoria, casi patética, porque se equivoca radicalmente. Además, me llama la atención el hecho de que, en todas las culturas y en casi todas las épocas, las figuras de los héroes (reales o ficticios) son individuos que están autorizados a matar, o al menos a elevarse en determinadas circunstancias por encima de los límites morales habituales. Onoda es una ilustración emocionante de este fenómeno”.
Me llama la atención el hecho de que, en todas las culturas y en casi todas las épocas, las figuras de los héroes, reales o ficticios, son individuos que están autorizados a matar
Una película que, de alguna forma, también reflexiona sobre la Memoria Histórica. Sobre cómo la historia la cuentan solo los vencedores. “La historia tiende a imponerse, después de un tiempo (y generalmente con bastante rapidez, especialmente en los tiempos modernos), como una narración unilateral. Por ejemplo, la historia de los vencedores se convierte en la Historia. Pero, obviamente, todavía hay muchas otras experiencias, otros recuerdos, otros sentimientos, incluso del lado de aquellos que estaban ‘en el lado equivocado’, que continúan existiendo más o menos bajo tierra. El caso de España es ciertamente particular, porque no hubo una ruptura clara entre la dictadura y lo que le siguió. Como resultado, el patrimonio memorial se ve perturbado”, opina el director.
Aunque siempre se hable mil maravillas del modelo francés y desde España se envidie su capacidad de producir un cine diferente, Arthur Haradi no tuvo fácil levantar Onoda 10.000 noches en la jungla, “porque no había un modelo económico en el que apoyarse, principalmente por el idioma japonés”. “Tuvimos que inventar, ser muy creativos en la búsqueda de financiación. Pero el productor francés estaba sumamente entusiasmado con el proyecto y nos dimos tiempo para construir la financiación, paso a paso... Entendimos que había gente en varios países que también querían que existiese una película como esta. Al final, hay cinco países coproductores”, relata.
Haradi alerta de que ese modelo de proteccionismo de la cultura y apoyo del cine de autor que “existe y funciona muy bien, está directamente amenazado hoy”. “El presidente Macron nombró hace unos años al frente de la CNC (el organismo público de financiación del cine) al autor de un informe sobre el estado del cine en Francia. En este informe, Dominique Boutonnat recomendaba sin ambigüedades acabar con la lógica redistributiva del cine francés (en pocas palabras: se deduce un porcentaje de cada entrada vendida, que se reinyecta en el cine de autor, a través de un panel específico de ayudas a la producción, escritura, etc.), en pro de una competitividad que considera al cine como mercancía. El cine de autor se percibe allí asistido, obsoleto, contrario a la lógica liberal. Boutonnat fue puesto al frente de la CNC para deconstruir para qué fue creada la CNC”, critica con contundencia. Una alerta que deja claro que ningún modelo, ni siquiera el francés, está protegido del todo de un neoliberalismo que no cree en la cultura.
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