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Vengadores: Endgame puso fin a 11 años de desarrollo y 22 películas de superhéroes. Era la resolución al chasquido de dedos que acabó de un plumazo con la mitad de los personajes del Universo Cinematográfico de Marvel y, aunque no era fácil encontrar el equilibrio entre el fanservice y el entretenimiento bien construido, los hermanos Russo consiguieron crear un colofón a la altura de las expectativas.
Thanos y su Guantelete ya no son una amenaza, pero las consecuencias de la gran batalla todavía perduran. Algunos personajes abandonan el barco, y también se abren nuevas posibilidades para otros héroes y heroínas como Capitana Marvel, Black Panther o Spider-Man. Desde ahora tendrán la voz cantante en la llamada Fase 4, aquella que inaugura otra tanda de películas más allá de la Saga del Infinito y de dos bajas importantes: Iron Man y Capitán América.
Pero todavía quedaba una película más de la Fase 3, una que debía servir para analizar la conmoción del épico encontronazo: Spider-Man: Lejos de casa. Nadie mejor para pasar de capítulo que Peter Parker, con quien Tony Stark desarrolló una relación casi paternofilial. El arácnido es la viva encarnación del espectador de Marvel: alguien que anhela un pasado que ya no va a volver y se siente vacío ante la ausencia de referentes. No hay sustituto para Iron Man, al menos por ahora.
Sin embargo, la cinta dirigida por Jon Watts (que ya se encargó de la anterior, Homecoming) carece de poso dramático que nos haga empatizar con los conflictos enfrentados por Spider-Man. Por el contrario, lo que se propone es una historia desenfadada en la que Peter Parker quiere dejar de lado Los Vengadores para irse de vacaciones por Europa con sus compañeros de clase. Como es de esperar, su tránsito por Praga, Ámsterdam o Venecia no será precisamente un agradable paseo en barca.
Spidey deberá enfrentarse a Los Elementales, cuatro criaturas enormes de los elementos de la naturaleza: agua, tierra, fuego y aire. Lo hará con ayuda de alguien llegado de un universo paralelo, un guerrero llamado Quentin Beck (Jake Gyllenhaal). O, como termina siendo apodado: Mysterio. La premisa de que uno de los enemigos más significativos del trepamuros sea un aliado es cuanto menos atractiva.
Así es cómo se forjan los grandes villanos, como Otto Octavius o el Duende Verde: partiendo de un entorno seguro que acaba rompiéndose en pedazos cuando todos se quitan las caretas. Lo que diferencian a los rivales de Spider-Man de los de otros superhéroes es que estos no son siempre entes abstractos y sobrenaturales, sino que son personas corrientes con las que vive en su propio vecindario.
Reflejo de ello es la mítica escena en la primera película del arácnido realizada por Sam Raimi, donde Peter tiene que compartir comida con Norman Osborn y guardar las apariencias a pesar de que ambos conocen sus identidades secretas. Pero Lejos de casa, aunque lo intenta, no explota suficiente esta dicotomía como para sorprender al espectador con escenas de este calibre. Y es una pena, porque los poderes ilusorios de Mysterio eran la excusa perfecta para dar rienda suelta a la imaginación y a las sorpresas, pero es llamativo que incluso teniendo estos recursos narrativos los giros de guion resulten hasta previsibles.
Jon Watts vuelve a tirar de referencias al cine adolescente como El Club de los Cinco (1985) para construir un relato repleto de gags propios del género. Está el profesor que no sabe cómo lidiar con sus alumnos, el ligón de clase o el rechoncho que hace chistes para aliviar carga dramática. No se trata de hacer una película sobria y carente de gracia, pero tampoco deberían haberse sustituido las lágrimas por las risas de forma tan abrupta.
Es precisamente este aire de sitcom el que la acerca más a un American Pie de superhéroes que a un epílogo digno de Endgame. Resulta complicado recrearse en la tragedia cuando, incluso después de muerto, Iron Man parece estar más presente que ausente. Y su figura no se emplea como una que lleve a una catarsis personal de Parker, sino como una especie de divinidad fallecida que de una forma u otra sigue entre los mortales.
Lo mejor del largometraje, como ya ocurría en el anterior, es la presencia de Tom Holland como el nuevo Spider-Man. Ya se ha adaptado completamente a la esencia del personaje y su mimetización llega a tal nivel que se comporta como él tanto dentro como fuera de las pantallas. “¿Quién es Pedro Almodóvar?”, preguntó el actor durante una entrevista con Gyllenhaal en la que ambos debían decir sus directores favoritos. No es capaz de mantener la boca cerrada, un “defecto” frecuente en las viñetas del héroe creado por Stan Lee y Steve Ditko.
Esta vez hay más presencia de Michelle Jones (Zendaya), apodada como MJ por sus amigos en una clara alusión a Mary Jane. La química entre ambos protagonistas logra que el naturalismo brille en escenas tan complicadas de representar sin que parezcan artificiales, como son las del flirteo entre dos jóvenes con “mariposas en el estómago”.
Era complicado poner punto final a lo ocurrido con Vengadores: Endgame, y estaba claro que a lo siguiente no podíamos exigirle lo mismo que a la cinta de los Russo. No obstante, es una pena que Spider-Man: Lejos de casa, aun siendo una película de acción disfrutable, no sepa recoger el testigo de aquello que cautivó a miles de fans (e incluso a los que no lo son): la capacidad de atreverse a sorprender.
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