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Star Wars VII: el despertar del feminismo

Star Wars es una saga de películas que ha influido directamente en millones de personas en todo el mundo en aspectos desde el arte hasta la propia concepción de sus vidas, con esa lucha constante entre el bien y el mal. Además, se adelanta a su época, dejando una huella imborrable en varias generaciones.

Año cero (o 1977)

Se estrena el episodio IV de Star Wars y da inicio una de los fenómenos culturales más importantes del siglo pasado. La sociedad asiste a un despliegue narrativo y de efectos especiales poco habituales en las películas de ciencia ficción de la época; queda atrapada por la enésima lucha del bien contra el mal, de la princesa en apuros rescatada por un caballero espacial (que resultaría ser su hermano, aunque eso es lo de menos). Parte del éxito se le atribuye a la sociedad de los 70, directamente influenciada por la guerra de Vietnam. Los norteamericanos necesitaban una válvula de escape donde los buenos ganaran y Star Wars lo fue.

La historia de un gran ejército, con una tecnología más desarrollada, en guerra contra un pequeño grupo de combatientes por la libertad tenía que estar asociada directamente a esa guerra y del lado de muchos norteamericanos contrarios a la misma, entre los que se encontraba su director, George Lucas.

Conviene mirar por tanto a Star Wars no solo como la película que cambió la forma de hacer cine o su merchandising, sino también en su reflejo en la sociedad de la época en que se estrena.

Año 2015 (feminismo awakening)

awakeningEl recién estrenado Episodio VII no escapa a esa premisa y también sienta precedente en la sociedad con el feminismo. Sí, Star Wars es feminista. En El despertar de la Fuerza el rol de la mujer ya no es el de la princesa que hay que rescatar sino que tiene el rol protagonista sin condescendencia. Es quizá lo más destacado, porque normaliza sin titubear que sea una mujer quien lidere, sin más.

“Puedo correr sin que me des la mano”, grita Rey a Finn mientras ambos huyen del ataque de la Primera Orden en Jakku. Resultaba inevitable para el exsoldado imperial ejercer de salvador paternalista ante una recolectora de basura de un planeta con poco más que arena, aunque es ella la que acaba salvándole un par de veces en esa escena. Pasa muy rápido, casi sin que te des cuenta entre tanto disparo y explosión, pero una vez tras otra Rey deja claro a Finn que se deje de caballerosidades, tratándolo como a un igual y de hecho conminándole a seguirle si quiere seguir con vida (vaya día, te ponen un nombre nuevo y descubres que las mujeres son mejores que tú).

Le cuesta a Finn, en cualquier caso, asumir que eso del paternalismo ya no es útil:

  • Finn: “Necesitamos un piloto”.
  • Rey: “Tenemos una”
  • Finn: “¡¿Tú?!”

Resulta que ahora es una mujer quien tiene que salvar a un soldado imperial pilotando una nave casi sin conocimientos. Es ella además la única que puede y tiene que hacer frente al hijo de Han Solo y la princesa Leia, que ha obligado a otro hombre, Luke, a huir muy lejos. A esconderse al no ser capaz de hacerle frente. Todo esto lo hace aprendiendo a usar la Fuerza sobre la marcha, no con un maestro como todo buen jedi que se precie. También es ella quien tiene que ir a por Luke, a rescatarlo de su autoexilio y dar esperanzas al lado luminoso de la Fuerza.

Rey es probablemente la primera protagonista mujer de una gran superproducción de cine que lo es por motivos propios, sin condescendencia ni paternalismo. Es poderosamente llamativo cómo choca con la narrativa habitual tanto de Hollywood como de Disney (dueña de la franquicia galáctica), donde siempre hay una mujer a la que un hombre tiene que rescatar.

Esto enroca directamente con la sociedad de principios del siglo XXI, la que estamos, que entre otros grandes retos busca reducir las desigualdades por razón de género. Star Wars VII ofrece irremediables y necesarias lecciones de naturalidad sobre el feminismo que solo el tiempo dirá si sirvieron para inspirar a una nueva generación de fanáticos de Star Wars que, en su vida diaria, han desechado el machismo o el sexismo más básico.