Fue en el verano del 75 y hubo tres culpables: Peter Benchley, el hombre que escribió el bestseller; Steven Spielberg, el hombre que lo convirtió en blockbuster y John Williams, el hombre que lo grabó a fuego en nuestro cortex cerebral con la ayuda de seis bajos, ocho cellos, cuatro trombones y una tuba. Una melodía de dos notas, “tan simple, insistente y monomaníaca, que parece algo imparable, como el ataque de un tiburón”.
Por culpa de esos tres hombres, los veranos en la playa perdieron la inocencia. Pero, sobre todo, por culpa de ellos el Gran Tiburón Blanco lleva años en peligro de extinción. Lo retrataron como un animal obsesivo, rencoroso, con una inagotable sed de venganza y de bajar hasta el chiringuito de los helados para truncar vidas adolescentes y amores de verano sin más razón que un odio visceral por la especie humana.
Peter Benchley fue el primero en arrepentirse. La idea se le había ocurrido leyendo un reportaje sobre un hombre que pescó un tiburón de dos toneladas en la costa de Long Island en 1964. No lo investigó demasiado. “Para mi la historia era una especie de persecución marítima, algo divertido, con una banda sonora enloquecida”. Después del gran éxito de la película, escribió dos novelas mas con entorno marítimo, The Deep y The Island. Aunque fueron adaptadas al cine sin el éxito de Tiburón, el proceso de investigación cambió su relación con el tema. Pero no fue hasta que escribió Girl of the Sea of Cortez, para algunos su obra maestra, que empezó a asomar su vena ecologista, protector de la vida oceánica y especialmente de su primera víctima, el gran tiburón blanco.
“El océano es la mayor zona salvaje del planeta, y la tenemos detrás de nuestra casa -dijo en una entrevista para la radio nacional estadounidense. -Y, aunque no se nos ocurre adentrarnos en la selva con un bañador y sin más protección que un libro y un frasco de protección solar,nos parece perfectamente razonable entrar en esta inmensidad salvaje donde el 80% de las criaturas del planeta viven y tienen que comer”.
De difamador a conservacionista
Hubo alguna reincidencia, extraños descalabros escritos para televisión como Beast (1996), sobre un pulpo gigante que atacaba a los veraneantes de Bermuda o Tiburón Blanco (1994), la historia de un tiburón creado genéricamente por los nazis con los resultados que se pueden imaginar. En los últimos años de su vida, Benchley se dedicó exclusivamente al conservacionismo marítimo, dando conferencias contra la explotación del entorno marino y publicando libros como Shark Trouble, donde desmiente científicamente el perfil de serial killer que su libro contribuyó a popularizar.
La media de muertes humanas por tiburón es de cinco al año. Más de la mitad son surfistas que se adentran en playas donde saben que hay tiburones. Por cada una de ellos, nosotros matamos una media de dos millones de tiburones al año. Hace tres años quedaban sólo 350 tiburones blancos en el mundo. Benchley murió en 2006, cuando lo peor estaba por venir.