En el pasado Festival de San Sebastián todos los focos se concentraron en Ulrich Seidl y su película Sparta. Seidl no es ajeno a la polémica. Sus películas siempre son provocadores bofetones a una Europa que muestra decadente y agonizante. Mostró a las mujeres ricas alemanas que iban a África en busca de sexo de pago, el fanatismo religioso, y hasta los sótanos austriacos donde se guardaban símbolos nazis con total impunidad. Un retrato pesimista y desolador que se completa con su nuevo díptico formado por Rimini y Sparta.
Esta última, la historia de un pedófilo que huye a un pueblo de Rumanía y monta un campamento de judo y toques militares con niños, fue la que hizo explotar todo. Semanas antes del certamen, Der Spiegel publicó un reportaje asegurando que explotó a los actores infantiles al violar las normas laborales de Rumanía. También que los padres nunca supieron el tema que trataba el filme, y que al ver que iba sobre un pedófilo se sintieron engañados ya que, de haberlo sabido, no hubieran dado el permiso necesario para que rodaran ciertas escenas. Seidl negó la mayor, y mientras festivales como Toronto cancelaban la proyección de su filme, San Sebastián lo mantenía. Aunque Seidl no viajó para defender su obra y hablar del tema, sí que negó las acusaciones mediante un comunicado oficial.
El segundo capote viene de otro festival español, el de Gijón, donde se ha podido ver la segunda parte del díptico que completa Sparta y que ya se pudo ver en el pasado Festival de Berlín, dos películas que en España distribuirá Filmin y que llegarán a los cines entre marzo y abril de 2023. Rimini es otra muestra de su gusto por lo sórdido y la decadencia, aquí manifestada en un personaje que fue una antigua estrella de la canción melódica y que ahora malvive acostándose con señoras por dinero y cantando en hoteles de verano… en pleno invierno en la ciudad italiana que da título a la película. De fondo, los refugiados como parte del mobiliario urbano, sin que nadie les mire a la cara ni haga nada.
A Gijón si ha acudido Seidel con la polémica ya sosegada. Rimini no es tan provocadora como Sparta, cuya concepción nació a la vez y que incluso se financiaron y montaron como una sola película en un corte que confiesa que estrenará y verá la luz. Aun así, su mirada de una Europa decadente, desolada, en la que los inmigrantes son simples objetos sigue metiendo el dedo en el ojo. Seidl afronta las preguntas sobre las acusaciones de Der Spiegel con calma y convencido de que el tiempo ha demostrado que no eran más que acusaciones vacías que no han solidificado en nada.
Asegura que “habría mucho que decir sobre eso”, pero le basta con que “de momento parece que se ha adormecido el asunto, ya no se ha alimentado con nada nuevo”. “Creo que se ha cristalizado que aquellos reproches y acusaciones, que fueron multiplicados por los medios, no tenían ninguna evidencia verdadera. Ni una. La mejor evidencia de que aquello era falso es que los padres y los hijos de la película nunca han sacado ninguna acusación contra mí”, cuenta para zanjar el asunto.
Lo que sí le preocupa son las consecuencias que puedan tener estas acusaciones en la creación artística, y cree que va a ocurrir que haya una autocensura a la hora de tratar temas espinosos, como en su caso fue la pedofilia: “Va a ocurrir, y también va a pasar que la financiación de las películas va a ser cada vez más complicadas. Van a tejer leyes más complicadas. Va a haber intentos de que ciertas temáticas no se puedan mostrar o va a ser difícil coger ciertas temáticas. Va a estar cada vez más limitado en ese sentido”, apunta y acusa a “ese periodismo manipulador que quiere limitar al arte, y eso no es un comportamiento democrático, porque no están intentando conocer la verdad, sino que se han cogido unas acusaciones muy concretas para iniciar un escándalo”.
Hay un periodismo manipulador que quiere limitar al arte, y eso no es un comportamiento democrático, porque no están intentando conocer la verdad
Si no es optimista con el futuro del cine, tampoco es que el presente le parezca mucho más halagüeño, y considera que “actualmente hay poco cine que añada realmente algo a la cultura, a la historia del cine, poco va a quedar”. Considera que los directores “están mirando demasiado de reojo al entretenimiento del espectador y demasiado poco a cómo puedo traducir al lenguaje cinematográfico una idea de forma correcta”. Define el cine como “cada vez más un simple transporte para dramas del día que interesan a la gente, como las historias de relaciones”.
Su cine, seco, ambiguo, jugando con lo moralmente aceptable, se encuentra en las antípodas, y niega que las películas estén hechas para trasladar ideas concretas: “El cine no está para transportar mensajes. Eso es lo que hacen muchas películas, sobre todo hoy en día, donde hay una especie de intención de transportar un mensaje, pero las películas están para contar algo a través del lenguaje cinematográfico, sobre todo hablar de las cosas propias del ser humano, pero, ¿cuántos cineastas hay actualmente que realmente tengan una forma inconfundible de contar historias en el lenguaje del cine?”
Aunque todos le coloquen la etiqueta de provocador, Seidl la niega por completo. “Yo no hago películas provocadoras”, dice de forma tajante y lo explica. “Yo cuento un tema sobre algo humano, pero muchos espectadores ven eso como algo provocador, pero yo no pienso en qué podría provocar a la gente, esa no es mi intención, aunque algunos sacan esa conclusión”.
En este díptico vuelve a aparecer la sombra del nazismo, aquí como un padre que en su demencia recuerda de forma nostálgica su pasado nazi. Seidl subraya que no quiere que la gente piense que de alguna forma que el padre sea nazi haya provocado que su hijo sea pedófilo, sino que simplemente quería mostrar que “la generación de esa gente que viene del tiempo de los nazis pasaron su adolescencia en ese tiempo, y ese sigue siendo un tema de nuestro tiempo”.
Una idea que ya estaba en su perturbador documental En el sótano, donde indagaba en los almacenes de las casas de familias austriacas donde había personas que guardaban elementos nazis, como esperando poder volver a sacarlos en algún momento, algo que conecta con el actual momento de auge de la extrema derecha, unas imágenes que Seidl recuerda que “son reales, ese sótano existe”, y enfatiza que seguramente no solo en Austria, sino en otros muchos “países similares”.