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El 'Uncharted' de Tom Holland se despega del videojuego aunque hace una adaptación fiel

Tom Holland es Nathan Drake en 'Uncharted'

Alberto Corona

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En 2018 Allan Ungar publicó un corto de acción real basado en Uncharted. Contaba con un holgado presupuesto y la presencia de las estrellas Stephen Lang y Nathan Fillion como Sully y su discípulo Nathan Drake, que contribuyó a viralizar el vídeo y obtuvo los aplausos del público. A falta de ver aquella película de la que Hollywood llevaba años detrás, esto se parecía mucho a un sueño cumplido. Y Fillion no podía ser más convincente como Drake. “Sí, para preparar mi papel vi ese fan film”, recuerda ahora Tom Holland, durante su presentación en Madrid de Uncharted antes de su llegada a los cines esta semana.

Holland señala una gran diferencia con lo visto en el corto de Ungar. “Era fantástico, pero ofrecía un retrato muy apegado al Nathan Drake de los videojuegos. Nosotros queríamos lo contrario. Pensamos que los fans podían disfrutar de algo más juvenil y refrescante”. Ungar, como jugador obsesionado con la franquicia que Naughty Dog inaugurara en 2007, no solo buscó un parecido extremo en la caracterización de los protagonistas, sino que para plantear el tiroteo que clausuraba su pieza recurrió a un plano secuencia y a unos ángulos de cámara claramente reminiscentes a la acción en tercera persona de los juegos de PlayStation.

“Soy consciente de que este corto existe, pero nunca lo vi porque no me quería influir de ningún modo. Quería que el público apreciara la versión de Nate y Sully que preparábamos, por muy distinta que fuera”. Habla Ruben Fleischer, firmante de Zombieland o Venom que se puso al frente de Uncharted concluyendo una larga sucesión de directores tanteados.

El legado de Drake

La idea de hacer una película de Uncharted se remonta a más de una década, al poco de que Naughty Dog hubiera efectuado con éxito colosal su salto a PlayStation 3. Antes de Uncharted, el estudio californiano había destacado por las sagas de Crash Bandicoot y Jak & Daxter, optando en su nueva obra por un enfoque más realista que consagró a Amy Hennig como directora. La segunda entrega de Uncharted —subtitulada El reino de los ladrones— es comúnmente identificada como uno de los mejores juegos de la historia, y su lanzamiento en 2009 coincidió con el floreciente interés de Hollywood por adaptarlo.

El director considerado entonces era David O'Russell (El lado bueno de las cosas), y no tardó en marcharse. Mientras Uncharted acumulaba secuelas y se expandía a PlayStation 4, en Sony veían con desazón cómo tras Russell se caían Shawn Levy, Dan Trachtenberg o Travis Knight, de modo que el estreno del corto de Ungar coincidiera con la sensación de que la película de Uncharted era un proyecto imposible. Las cosas se encauzaron cuando Tom Holland fue elegido como Nathan Drake. Por muy sorprendente que resultara este fichaje.

La edad de Holland era considerablemente inferior a la de su homólogo en los juegos, de forma que la adaptación al cine de Uncharted también tuviera que ser su precuela. No es que no hubiera precedentes —Uncharted 3 y Uncharted 4 mostraban varios flashbacks sobre la infancia y adolescencia de Nate—, pero el desconcierto gamer no se hizo esperar. “Hicimos a un Nathan joven deliberadamente, porque queríamos ser capaces de darle a los fans algo que no hubieran visto antes”, apunta Holland. “El propósito era llegar a algo que no fuera exactamente igual a los videojuegos, pero al personaje se le puede reconocer con facilidad”.

Lo cierto es que el Nathan Drake fílmico está impregnado de la imagen mediática que Holland ha construido a través de sus interpretaciones de Spider-Man —es mucho más educado e ingenuo, por ejemplo—, lo que sin duda aporta credibilidad a este retrato de crecimiento. También a la relación paternofilial que establece con un sinvergüenza del calibre de su mentor Sully, interpretado por Mark Wahlberg después de que durante años se hubiera planteado que este encarnara a Drake. Son decisiones, pues, tomadas con meditación, pero de cara a llevar Uncharted al cine persistía un problema bastante delicado.

Esto es, que los juegos en sí mismos ya destacan por ser muy cinematográficos. La espectacularidad de su acción llevó el motor gráfico de PS3 y PS4 al límite, beneficiándose de una elaborada gramática que se inspiraba en Misión imposible y, evidentemente, ese Indiana Jones en quien no cuesta ver reflejado a Drake. “Que los juegos sean tan cinematográficos hizo mi trabajo más sencillo”, explica Fleischer. “Lucen geniales, se sienten como una película y hay una relación muy emotiva en el centro. La de Nate y Sully”.

“Los juegos tienen todo lo que haría a una película genial, así que mi trabajó se limitó a trasladarlo a la gran pantalla. Pero lo más importante era hacer crecer la historia de Drake. Limitarme a recrearla habría sido muy aburrido”. En efecto Uncharted parte de un arriesgado equilibrio entre la traducción y la novedad, siendo la primera quien gana la partida.

Una fórmula asentada

Desde que en los años 90 se estrenara la estrambótica Super Mario Bros., es habitual la consideración de que las adaptaciones de videojuegos al cine solo pueden saldarse con fracasos. La dificultad a la hora de intercambiar lenguajes, así como la confusión al delimitar el público —si se dirige a gamers o a espectadores que no conozcan el material previo— lo refrenda, en conjunto a la trayectoria de Uwe Boll (House of the Dead) o filmes tan decepcionantes como Need for Speed, Hitman, Assassin’s Creed… Pero se está experimentando un cambio.

La revalorización de un cineasta tan interesado en el medio como Paul W.S. Anderson —responsable de la saga Resident Evil— se ha aliado en los últimos años con unos estudios hollywoodienses cada vez más duchos al buscar estrategias que den entidad a sus adaptaciones, sin descuidar al fan de largo recorrido. De Detective Pikachu a Sonic, la película, asistimos a la consolidación de un cine que, entre copiosas recaudaciones —Warcraft, el origen triunfando en el mercado chino—, encara un futuro prometedor.

Prueba de ello es la fundación de PlayStation Productions, filial de Sony que busca tejer un universo cinematográfico a partir de series y películas basadas en las grandes cabeceras de su consola. Uncharted es su primera película mientras HBO desarrolla la esperada serie de The Last of Us, y en toda ella se percibe un reseñable ingenio a la hora de administrar referentes y lealtades. Pues, por mucho que pueda chocarnos al principio la juventud del personaje, en realidad se trata de una adaptación muy fidedigna.

Tanto Fleischer como Holland coinciden en lo importante que ha sido para la película el asesoramiento de Neil Druckmann, quien sucediera a Amy Hennig en Uncharted 4. Lo constata la agilidad con la que su película fusiona los esqueletos narrativos de las dos últimas entregas, así como el cariño con el que está dibujado el personaje de Chloe Frazer (Sophia Ali). También, desde un ángulo menos favorecedor, el esfuerzo por fotocopiar ciertos pasajes del juego como la secuencia del avión que ha acaparado los tráilers.

La incapacidad de replicar el espectáculo inmersivo de Naughty Dog se hace presente en ocasiones como esta, así que la película busca otros alicientes. Algunos nada logrados —caso del villano de Antonio Banderas, cuyos amagos de profundidad se echan a perder por un desenlace ridículo—, pero otros ofreciendo una saludable compenetración entre originalidad y aciertos previos que se han interiorizado. Es interesante, por ello, su parentesco con la estimable versión de Tomb Raider que protagonizó Alicia Vikander en 2018.

Distanciándose de las hiperbólicas versiones de Angelina Jolie, esta Lara Croft daba tantos saltos como la heroína de los videojuegos y no perdía por ello su fisicidad, destacando una escena en la que se retorcía de dolor en el suelo tras una acrobacia que había salido mal. Ocurre algo similar con Nathan Drake —aquí beneficiándose de que los juegos previos ya buscaban cierta pátina de vulnerabilidad—, de forma que gana cercanía y se erige como una criatura puramente cinematográfica, dentro de una película que se vale por sí misma.

Apuntes tan estimulantes como la descripción de Barcelona en tanto a ciudad vapuleada por la atracción turística, o un clímax que reimagina la aventura de piratas que siempre subyació a la historia de Drake, validan la apuesta de la película de Uncharted. Y confirma que la maldición del videojuego en el cine se ha convertido, por fin, en todo lo contrario.

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