Hay tres clases de películas navideñas: las hechas a propósito (como Cuento de Navidad o Sólo en Casa), las que algunas cadenas echan todos los años porque, aunque no tenga nada que ver, son melodramas entretenidos para ver en familia que ya tienen en catálogo (El señor de las béstias, Mujercitas, Sonrisas y lágrimas, La jungla de cristal) y las que han triunfado porque, por longitud y carácter, se prestan a la maratón de manta, sofá y restos de la cena de Nochebuena mientras fuera llueve y hace frío, como la trilogía de El señor de los anillos o, en casa de una servidora, Érase una vez en América.
Pero la película más navideña de todos los tiempos no pertenece a ninguna de estas categorías. Qué bello es vivir es la excepción, porque se convirtió en un clásico gracias a que un funcionario de la productora olvidó renovar su copyright.
Es un chiste recurrente en el cine: el pobre diablo que pasa sólo las navidades y descubre que todos los canales echan Qué bello es vivir. Y el diablo se resiste, preferiría ver cualquier otra cosa. Porque, aunque empieza el día antes de Nochebuena, el clásico de 1946, dirigido por Frank Capra y protagonizado por James Stewart no es particularmente edificante. George Bailey es el retrato del puro infortunio, un joven listo y ambicioso pero dócil que renuncia a todos sus sueños universitarios para continuar el ruinoso negocio familiar. Le salva del suicidio un ángel gordo y viejo que le muestra cómo sería la vida del pueblo si él nunca hubiera existido (previsiblemente: peor). A la vuelta, su mujer ha enrolado al pueblo en una campaña de crowdfunding en la que participan todos aquellos a los que el abnegado George ayudó alguna vez.
Su mayor mérito es conseguir ser al mismo tiempo empalagosa y deprimente. El crítico de cine Rich Cohen la llamó “la película más aterradora de todos los tiempos”.
Sus contemporáneos estaban de acuerdo porque ni se estrenó en Navidad, ni funcionó en taquilla. No fue un gran desastre, pero no llegó ni a recaudar los 3,7 millones de dólares que costó hacerla y, aunque tuvo cinco nominaciones al Oscar, no se llevó ninguno (se los quitó todos Los mejores años de nuestra vida, que había recaudado 11,5 millones). En circunstancias normales, su pequeña estrella se habría apagado definitivamente si no fuera por el trabajo no coordinado de al menos dos personas: el agente de Republic Pictures que olvidó renovar su copyright y el programador televisivo que se dio cuenta.
La resurrección de la película
Ocurre que, en 1946, el copyright tenía una duración de 28 años, renovables por otros 28 siempre que los legítimos dueños de los derechos hicieran el papeleo correspondiente. Cómo de olvidado está que, cuando llegó 1974, Republic Pictures olvidó renovarla, soltando Qué bello es vivir en el dominio público en el momento justo en el que los canales de televisión empezaban a crecer. La primera en echar la película cada vez que tenía un hueco de programación que llenar en Nochevieja o Acción de Gracias fue la TBS. En menos de dos años ya lo hacían todas las demás.
Lo hacían porque era gratis -el dominio público cinematográfico no tenía muchas películas de calidad- pero no sólo por eso. “Para el asombro de los programadores de televisión -contaba Roger Ebert en 1999- la audiencia creció año tras año, convirtiendo la película en un ritual navideño”. Cuando explotó el mercado del vídeo doméstico en los 80, más de 100 distribuidoras vendían la película en VHS y Betamax.
“Es lo más condenado que he visto en mi vida -le dijo el propio Capra a The Wall Street Journal en 1984-. La película tiene una vida nueva y la puedo ver como si ya nada tuviera que ver conmigo. Soy como unos de esos padres cuyo hijo crece y se convierte en presidente. Estoy orgulloso pero el mérito es todo del niño”. Fue entonces cuando la productora que olvidó renovar sus derechos la quiso recuperar.
En 1993, una sentencia del Tribunal Supremo estableció que los propietarios de copyright de una historia que fuera adaptada al cine adquiría ciertos derechos sobre la película. Y Republic Pictures, que había comprado los derechos de El mayor regalo, la novela original de Philip Van Doren Stern que inspiró a Capra, y los derechos de explotación de su banda sonora, aprovechó el precedente para retirar Qué bello es vivir del dominio público.
El argumento de Republic fue el siguiente: si la película depende de un material que nos pertenece legalmente, entonces nadie debería mostrar la película sin nuestro consentimiento legal. Técnicamente, Qué bello es vivir sigue en el dominio público, pero para poder volver a echarla en televisión habría que cambiarle la banda sonora y cambiar la historia, como ha hecho Jimmy Fallon en este nuevo trailer a-la-Fox.
O pagar la cantidad que Republic considere apropiada por el uso legítimo de su propiedad, como ha hecho la NBC, ahora mismo la única cadena con derecho a emitir la película más icónica de las fiestas, derecho que ejerce entre una y tres veces al año.
Y así será durante las próximas décadas porque entre el estreno de Qué bello es vivir y hoy el copyright ha subido de los 28 a los 95 años. Gracias a la Sony Bono Act, aprobada por el Congreso norteamericano en 1998, las obras de 1923 entrarán en el dominio público en 2019. Y la película de Capra volverá a la oscuridad de la que salió accidentamnete hasta al menos 2041, a no ser que la ley vuelva a extenderse 20 años más, una tradición que no parece tener fin.