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El verso suelto de Marvel se llama 'Ant-Man'

Desde que en 1962 Ant-Man apareció por primera vez en un cómic de Marvel, destacó por ser un superhéroe atípico. Su primera identidad fue Henry Pym, un científico que tras el descubrimiento de unas partículas subatómicas a las que bautiza con su apellido consigue crear una fórmula para cambiar de tamaño hasta alcanzar el de una hormiga. Stan Lee está detrás de este superhéroe que tiene demasiadas cosas en común con Tony Stark. Pero en los años ochenta Pym sufrió un revés en su historia del que difícilmente se levantaría. A Jim Shooter, el escritor encargado del fatídico número, le pareció buena idea que Ant-Man golpeara en un cómic a su mujer, La Avispa. Los lectores no toleraron muy bien este gesto y el superhéroe tuvo que afrontar su expulsión de Los Vengadores y el inevitable divorcio con La Avispa. Las consecuencias de una decisión de guión en la vida real pueden ser devastadoras para un superhéroe en la ficción. Si Unamuno hubiera cogido a este personaje lo habría enfrentado de manera irremediable con su creador para pedirle explicaciones.

Después de este suceso, el superhéroe vilipendiado fue de mal en peor, volviéndose loco, siendo encarcelado y perdiendo el interés del público. Había que tomar medidas extremas y su traje fue heredado por otro personaje llamado Scott Lang, un ladrón de guante blanco experto en electrónica que recuperó la relación de Ant-Man con los lectores. Considerado hoy como el mejor hombre hormiga de todos, porque hay más de dos, Lang fue el elegido por Marvel Studios para representar al héroe en la pantalla grande. Pero esta película que lleva dando vueltas desde antes del primer Iron Man resultó complicarse casi tanto como la propia vida de su superhéroe.

El proyecto nació en 2003 bajo la tutela de Edgar Wright, pero se eternizó y las disputas entre creativos y estudio dejaron la silla de director libre para que se sentara Peyton Reed. Un tipo resolutivo con un par de divertidas comedias en su filmografía como Separados o Abajo el amor. Pero la dirección nunca suele ser el problema de estas superproducciones, aunque las haya más contemplativas como en el caso de esas sábanas ondeando mientras un niño con capa roja juega a ser él mismo en El hombre de acero, o vertiginosas como el último tercio de La era de Ultrón en la que levantan literalmente una ciudad del suelo. El problema aquí suele ser el guión, y el de Ant-Man está firmado por Wright, su compañero Joe Cornish y también por el actor que lo interpreta, Paul Rudd. El que fue novio de Phoebe en Friends ha fagocitado al superhéroe y eso se transmite en la réplica irónica que invade cada diálogo, tenga o no éste carácter dramático.

Esa ruleta rusa tragicómica es uno de los problemas de este filme, que se estrena en el ocaso de la fase dos de Marvel y que viene precedida por dos películas de Los Vengadores: según el universo de los cómics, Ant-Man es uno de los fundadores de este supergrupo. El retraso de la llegada del hombre hormiga se intenta suplir alimentando su película con muchísimos guiños a Tony Stark y con una divertida secuencia en la casa de Los Vengadores. De hecho, el filme sirve como un increíble atajo para justificar la presencia de Ant-Man en Capitán América: Civil War y sucesivas aventuras. Pero en todo momento estamos ante algo fuera de lo común en el universo Marvel, una película aparentemente pequeña en su forma y en su argumento, que sirve como metáfora obvia de su superhéroe. Ant-Man no es más que cine de atracos con bromas inteligentes y gags basados en el tamaño de las cosas.

El increíble hombre menguante cometiendo atracos

Scott Lang es una revisión moderna del mito de Robin Hood. Robar a los malos para beneficiar a los buenos. Y el primer Ant-Man, el de la bofetada, juega un papel importante como maestro de Scott interpretado con gracia y cierta solemnidad por Michael Douglas. Su objetivo es que la nueva versión del Hombre Hormiga dé un golpe a los laboratorios que el malvado Darren Cross heredó del propio Henry Pym para impedir que la revisión destructiva de su propio traje descoloque (para peor) el orden mundial. Todo esto da un poco igual a Scott, cuyo único objetivo es recuperar la custodia de su hija. Con su interpretación, Paul Rudd mantiene el mismo aura que los ladrones de bancos que no disparan, esos que tienen el beneplácito del pueblo.

Marvel siempre intenta que en cada película suya luzca un género distinto: Capitán América es un thriller político, Thor ahonda en el carácter mitológico de su protagonista y en el caso de Ant-Man todo pasa por policías y ladrones, en una palabra: por los atracos. Hay mesas con planos enormes, pequeños hurtos necesarios para el número final y un equipo de freaks especialistas compuesto por conductor, informático e infiltrado. Todo está aderezado con un punto de comedia que brilla en los diálogos y que potencia la tensión sexual entre Paul Rudd y Evangelina Lilly -¿será la futura Avispa?-.

Pero la gran atracción de esta película y su toque diferencial con todo lo Marvel es que el filme juega en el universo microscópico. Los escenarios más anodinos como una bañera, el suelo de una discoteca o una tubería se convierten en parajes inhóspitos llenos de peligros, como le ocurría a Scott Carey en El increíble hombre menguante o a los hijos del torpe Wayne Szalinksy cuando deben a travesar su  propio jardín en Cariño, he encogido a los niños. Además, el tamaño de Ant-Man es la excusa perfecta para construir unos cuantos gags como el ridículo aspecto que desde un tamaño normal puede tener la batalla encarnizada de dos seres microscópicos en las vías de un tren de juguete. Y como guinda del pastel, el Hombre Hormiga se adentra en el universo subatómico durante un pasaje del filme que tiene mucho más que ver con el clímax de Interstellar que con el de cualquier producto de la casa.