Desde hace meses parecía evidente que la invasión rusa de Ucrania iba a marcar cualquier evento cultural que se celebrara a partir de entonces. Cannes lo dejó claro con el anuncio de Sección Oficial, lleno de películas ucranianas (en secciones paralelas) y que acogía también a directores rusos disidentes. Lo ha confirmado con su gala de inauguración, que debía rendirse a la nueva película de Michel Hazanavicius (The Artist), y que acabó rendida a Volodímir Zelenski, presidente ucraniano que apareció por sorpresa en la ceremonia para pedir que no gane “el gran dictador” y pedir el compromiso del mundo del cine.
Irónicamente, la película de inauguración se ha visto marcada por esta guerra, sin pretenderlo, mucho antes de que Zelenski apareciera en la inauguración de Cannes. Su título original era Z, pero la asociación de cineastas ucranianos pidió su retirada por ser este uno de los símbolos pro rusos de este conflicto. La Z del filme de Hazanavicius no tenía nada que ver con la guerra, sino con los muertos vivientes que pueblan el filme. Era una Z de zombies, pero finalmente fue una Z de Zelenski, que involuntariamente robó todo el protagonismo a la película.
Quizás fue lo mejor que le pudiera pasar a la antes llamada Z y ahora llamada Corten, porque al final se habló más del presidente ucraniano y de su emotivo y cinéfilo discurso que de una floja apertura. Corten no es la película con la que un festival como Cannes debe abrir su competición oficial. Si a eso sumamos que no es una edición cualquiera, sino la número 75, el asunto se complica. Que el certamen más importante del cine de autor abra con un remake —de la divertida One cut of the dead— ya es bastante discutible. Que encima sea con una película que iba a estar hace cinco meses en Sundance y que finalmente se salió del certamen cuando anunciaron que sería online por el covid, sigue sumando puntos a lo cuestionable de la decisión.
Aquellos que no conozcan la original disfrutarán mucho de Corten, que funciona igual que la original, aunque aquella gozaba de una frescura que conseguía trasladar al espectador el auténtico espíritu de la serie Z y que iba perfecto a lo que contaba. El brillo de la producción francesa no aporta, sino que hace que pierda parte de su encanto esta historia sobre un equipo que rueda una película de zombies mientras descubre que puede que los zombies no sean figurantes, sino muertos vivientes reales. Todo en un imposible plano secuencia tan cutre como divertido y en el que cada error tiene un sentido que el espectador descubrirá en su hilarante tercer acto.
A pesar de ser un remake conviene no desvelar las sorpresas de la historia, porque es un sus giros metacinematográficos donde reside gran parte de la gracia del filme. Una película que nunca es lo que parece, sino que es una matrioshka que va desvelando sus capas según avanza. Comienza como un homenaje al cine de serie Z, continúa como un ejercicio de cine dentro de cine y culmina como una carta de amor al cine como acto común y colectivo. Como un arte sólo entendible desde el esfuerzo del grupo por encima de los egos individuales. Una idea bonita ejemplificada en una escena final hermosa. El problema de la película de Hazanavicius es que se dedica a copiar todo lo que funcionaba en el filme japonés sin aportar apenas cambios. Aquí todo suena a más preparado, a ejercicio calculado para intentar emular el éxito del fenómeno japonés.
Hay una idea que está en este remake y que no estaba en el original que podría haber hecho que Corten volara con identidad propia. Mientras que en la original lo que se rodaba era una película para un canal zombie, aquí Hazanavicius lo transforma en una petición de una nueva plataforma. Las plataformas como zombies, como muertos vivientes que pueden devorar el cine. Ahí tendría sentido que Cannes dedicara su gala de inauguración al filme, pero el director solo se atreve a apuntar esa idea. Uno fantasea con que esa Z roja que aparece en la película se gire y se convierta en una N roja que tanto se identifica con cierta plataforma de contenido que produce en la actualidad en base a algoritmos y números. Ese dardo nunca llega.
Corten provocó risas y distensión en el público, pero las comparaciones son odiosas, y cuando uno piensa que el año pasado, en una edición marcada por la pandemia, se abrió la competición con la magnífica Annette, se da cuenta de que es una apertura menor. Menos mal que apareció Zelenski para solucionarlo. En apenas cinco minutos provocó mucho más apasionamiento que el filme del director francés. De hecho, cuando se recuerde la gala de esta edición número 75 nadie podrá recordar que película se proyectó, pero todo el mundo se acordará de que en un mundo en guerra, el presidente de un país invadido pidió la solidaridad del mundo del cine apelando al espíritu de Chaplin.