Los ritmos de la dibujante alicantina Lola Lorente no son los del mundo moderno. En el año 2012 ganó el premio al Autor Revelación del Salò del Cómic de Barcelona por su primera obra, Sangre de mi sangre. Pero, desde entonces, no volvió a publicar. Se hubiera esperado de ella una carrera meteórica, una presencia recurrente, una presión constante en redes sociales, su trazo reconocible en carteles, ilustraciones y hasta tazas para el desayuno.
No sucedió así. Lola Lorente le dio la espalda a esa línea de tiempo y siguió la suya propia, una en la que trabaja de una manera concienzuda y profunda, de espaldas al mundo exterior pero inmersa en el particular universo de cada obra. Lorente ha tardado diez años en terminar Maganta, uno de los grandes cómics de 2021. Hay muchos motivos que lo explican pero el principal es: así es Lola Lorente.
“Siento que a los libros no se les puede dedicar el tiempo que necesitan, hay que aprender a entender el lenguaje”, explica la autora, como advertencia a la lectura pero también a la creación. La principal herramienta de trabajo de Lola Lorente, forjada en las entrañas del mítico y particular Fanzine enfermo, es su propia curiosidad. Nunca estuvo especialmente interesada en el lenguaje del cómic pero, al hacerlo propio, ha conseguido generar un uso muy personal, expresivo y sensorial. El silencio es probablemente la herramienta que más brilla en sus manos al dibujar, lo cual es fruto de una intersección de géneros. “Tengo muchas influencias de otros medios diferentes al cómic que me sirven para poder transmitir sensaciones y situaciones que me interesan a mí”, dice. “El silencio permite que el lector entre [a la viñeta], se sitúe y contemple”, añade.
Lorente admite ser una persona a la que le cuesta tomar decisiones y, en especial, estar satisfecha con ellas. Eso también explica el ritmo lento. “No parto de ningún mensaje concreto que quiera transmitir sino que me muevo en una zona un poco intangible, más parecida a un estado de ánimo al que intento dar forma gráfica”, aclara en una conversación telefónica. Al no partir de esa idea concreta, la autora elabora un proceso en el que va dejando que sea la historia quien tire de ella, quien vaya asomando a fuerza de ir hacia un lado o hacia otro. A veces se pierde, otras se encuentra. “Lo único que tenía claro al principio es que quería trabajar con Mary Pain”, advierte.
Mary Pain es una mujer en su treintena que regresa a su pueblo natal, derrotada por la crisis económica y el fracaso personal. No había vuelto en diez años y allí, si alguna vez encajó un poco, ahora menos. Mary nació de la libreta de bocetos de Lola, así sin más, una mujer de formas redondas —“voluptuosa”, apunta la autora— y pelo rapado en los costados que hace contraste con una larga y delicada trenza.
“Lo primero que hice fue intentar entender de dónde viene Mary Pain y a partir de ahí voy creando pequeñas células que me sirven para la historia. Poco a poco voy pasando las ideas al papel, así que antes de tener la historia fui haciendo unas primeras escenas. Luego, iba hacia adelante o hacia atrás. Tenía claro que quería jugar con los tiempos narrativos”, explica la autora.
Para Lorente, el proceso de creación de una obra es también un laboratorio de experimentación. No puede trabajar de otra manera. Para su primer libro necesitó siete años. “Estar con esta mochila durante años es algo muy duro”, advierte. “Pero es la tenacidad lo que lo saca adelante, aunque al final, como me pasó con el primer libro, ya estuviera cansada de hacer el mismo estilo”. Por eso, para su siguiente obra, que será la tercera, la autora se plantea una narración en relatos. Entre el primero y el segundo también aprendió que era mejor disfrutar del trabajo que sentirse presa de unas decisiones estilísticas. Gracias a ese aprendizaje, Maganta es una obra libre y más personal que Sangre de mi sangre.
Lorente nació en Bigastro, un pueblo de la Vega Baja alicantina. Allí, una maganta es una vaga. Mientras trabajaba en este libro disfrutando de una residencia de seis meses en la Maison des Auteurs en Angulema (Francia), dibujó una escena en la que Mary Pain estaba acostada en la cama, con todas sus cosas desordenadas por el suelo. Entonces recordó la palabra y su personaje la absorbió. Buscó “maganta” en el diccionario y supo que, aunque en su entorno era de uso común, en el castellano estaba en desuso y además de la acepción que ella conocía, también significaba floja, frágil, pálida, pensativa y reflexiva. Y así creció Mary Pain, al calor de ese adjetivo. “Maganta le va muy bien a Mary Pain y sobre todo a esa diferencia que ella crea con el resto de personajes corales que tiene alrededor y que ella siente como una prisión”, explica la dibujante.
Mary Pain es una hija de la crisis de 2007, como lo es Lola Lorente. Del fracaso y el desencanto. Cuando llevaba el libro bastante avanzado y comenzó a enseñarlo, había unos primeros lectores que no creían que la protagonista tuviera más de treinta años. “¿Y por qué no? Es como si nosotras mismas no pudiéramos admitir que alguien esté perdido a esa edad, porque ya no tiene edad para estarlo… cuando en realidad estar perdido no tiene edad”. A Lorente le gustó la controversia que creaba enfrentarse al personaje desde los ojos de la persona lectora. “Mary Pain reivindica el derecho a tener tiempos diferentes, a estar fuera de lo que se supone que debe ser lo correcto”, añade.