La portada de mañana
Acceder
Sánchez rearma la mayoría de Gobierno el día que Feijóo pide una moción de censura
Miguel esprinta para reabrir su inmobiliaria en Catarroja, Nacho cierra su panadería
Opinión - Cada día un Vietnam. Por Esther Palomera

'Buñuel en el laberinto de las tortugas', el rodaje que se convirtió en cómic antes que en película

Ni Dalí ni Buñuel pudieron predecir el éxito que tendría Un perro andaluz. Mucho menos esperaban que gustase a las élites más selectas de Europa. Pero tal fue su efecto épater le bourgeois  que, al poco de su estreno, los vizcondes de Noailles tocaron a la puerta del cineasta decididos a convertirse en sus mecenas. Le pagarían su próxima película costase lo que costase. 

La jugada les salió por más de un millón de francos de la época. El resultado se llamaba La edad de oro y era un largometraje surrealista protagonizado por Gaston Modot y Lya Lys. Pero también era una alucinada y nada sutil crítica a la aristocracia. Una broma pesada que terminó con la película siendo prohibida en toda Francia y con Buñuel al borde de la depresión.

Un día, ebrio hasta las cejas en un bar del París, su amigo pintor y escultor Ramón Acín intentó animarle al grito de “¡si me toca la lotería, te pago tu próxima película!”. Y así resultó ser: el 22 de diciembre de 1932 salió premiado en Huesca el número 29.757, del cual el artista tenía una participación de 25 pesetas que le reportaron un premio de 150.000.

Así que cumplió su promesa y poco después Luis Buñuel estrenaba el cortometraje documental Las Hurdes (Tierra sin pan), una desoladora mirada a una de las regiones más pobres de la España del momento, azotada por el hambre y el éxodo rural. 

Ahora la historia de aquel rodaje se narra en un cómic y una película. El primero lo escribió y dibujó Fermín Solís en 2008 con el título de Buñuel en el laberinto de las tortugas, y acaba de ser reeditado por Reservoir Books. La segunda se presentaba oficialmente este pasado fin de semana en el Festival de Málaga, bajo la dirección de Salvador Simó Busom.

Un surrealista perdido en Extremadura

Buñuel en el laberinto de las tortugas surge por casualidad”, cuenta el autor, Fermín Solís, en una entrevista concedida a eldiario.es. “Necesitaba hacer una novela gráfica que llegase a un tipo de lector que no era el habitual”, explica, “por otro lado también quería hacer algo que me hiciese salir de mi zona de confort del cómic costumbrista y autobiográfico. Viajé a Las Hurdes buscando una historia... y la encontré”.

En 1932, Luis Buñuel se plantó con una cámara y un equipo muy reducido en aquella comarca de la provincia de Cáceres, para levantar su tercera película. Pero lo que iba a ser un rodaje de un documental social sobre la España vacía de entonces, se convirtió en una pesadilla plagada de problemas. Una aventura en la que se enfrentó tanto a la realidad que tenía delante de la cámara como a sus demonios interiores.

“La figura de Buñuel aún está muy presente allí”, cuenta Fermín Solís. “En aquellas montañas encontré la historia que quería contar, y empecé a investigar sobre el tema”. Pero lejos de construir la crónica de un rodaje imposible, como lo podría ser el hilarante documental Lost in la Mancha sobre el ansiado film quijotesco de Terry Gilliam, Solís optó por narrar una historia de búsqueda personal.

En el rodaje de Las Hurdes, Buñuel encontró la voz que había perdido, traumado y enfadado con la moral biempensante de su país, que prohibía sus películas y le condenaba al ostracismo. Cierto es que, como La edad de oro, este film también se prohibió. Pero Solís quería captar como fue ese proceso de su búsqueda artística. Cómo fue capaz de convertir su malestar en arte. “Quería hacer una obra de ficción no un estudio sobre la película. Así que me tomé la libertad de convertirle en un personaje de cómic. Me adentré en su obra anterior y posterior, e intenté imaginar lo que debió vivir entonces”.

De la viñeta al fotograma

Han pasado diez años desde que Buñuel en el laberinto de las tortugas  se publicase, por entonces con el sello de Astiberri, pero sin color y con un diseño de personajes y narrativo ligeramente distinto. Ahora vuelve a las librerías con un color acorde al de la película que adapta las viñetas de Solís al cine en formato animado.

“Me gustaría rehacer todo el cómic. Creo que a cualquier autor o ilustrador le ocurre: es una obra de 2008. El tiempo pasa y cambias tanto tú com tu forma de trabajar”, explica. Aún así, cuenta que sí que ha realizado determinados cambios respecto al original. “Son ligeros retoques, pero lo más importante es el color, que creo que le ha dado un aspecto visual muy distinto”, explica. “La paleta de colores que me iban pasando durante el proceso de realización de la película encajaba muy bien”.

En 2016, los productores Jose M. Fernández de Vega y Manuel Cristóbal contactan con Solís. Le cuentan que quieren poner en pie un largometraje animado adulto, y que habían pensado en Salvador Simó Busom, formado en el American Animation Institute de Los Ángeles, para dirigirlo. “Desde el primer momento les dejé que hicieran lo suyo. Tenían carta blanca y total libertad para tratar la obra como creyesen”, cuenta el dibujante. “Realmente yo no tenía nada que perder y mucho que ganar: el libro ya había tenido su vida. Era un poco absurdo ponerme en plan tiquismiquis”, confiesa.

Así nació la película homónima que ahora se acaba de estrenar en el Festival de Málaga, con unas críticas que revalidan su positiva recepción tras su paso por el Animation Film festival de Los Ángeles, donde obtuvo el Premio del Jurado.

El surrealismo vive, la lucha sigue

Buñuel en el laberinto de las tortugas arranca con el artista soñando que le visita la Virgen María y le encomienda que mire en el interior de una jirafa para encontrar su camino. Fiel a su etapa surrealista, Solís construye un cómic de árido retrato social pero con constantes fugas narrativas hacia el fantástico. Y eso convierte la lectura en un estimulante ejercicio de reinterpretación de la obra del director de El ángel exterminador .

“Me gustaba la idea de que el lector no supiese si lo que estaba sucediendo acontecía de verdad o solamente ocurría en la cabeza de Buñuel”, explica el autor. “Hay detalles, como una viñeta que se repite y que la gente cree que es un fallo de impresión, que juegan a eso. Son un pequeño gesto de provocación”.

Según el autor, el espíritu del realizador de Viridiana sigue muy presente en nuestra sociedad. “Surrealismo sigue habiendo. Lo vemos en el telediario, en los programas basura y en los medios de comunicación. Lo que creo que se ha perdido es esa parte de provocación que anidaba en todo el cine de Buñuel”, cuenta. Según el ilustrador , hoy en día “hay cosas que no se pueden mostrar en prime time. Él quería remover las entrañas de la gente con su cine, no sé si muchos realizadores tienen esa garra hoy”, explica.

Tampoco tiene claro si se trata de un signo de los tiempos en los que la autocensura habita en la cultura, o si es el resultado de una iniciativa política. “Hay artistas que se autocensuran y otros que siguen dando guerra, pero mediáticamente a los segundos se les critica mucho y corren el peligro de terminar entre rejas. Si no, mira los titiriteros”, opina. A pesar de todo, “sigue habiendo artistas que trabajan la provocación y eso está muy bien”.

De hecho, él cree que el autor a quien dedica esta obra viviría de forma particular este debate: “Buñuel no se autocensuraría ni con la que está cayendo en nuestro país. Seguiría siendo el mismo gruñón que fue siempre”. No lo sabremos nunca, pero por ahora podemos redescubrir su figura en su siempre vigente filmografía, en este cómic, e incluso verlo por primera vez como un personaje animado en un largometraje que llegará a las salas en abril.