En 2006, una ola de suicidios en Renault puso el foco mediático en Francia sobre las condiciones laborales de sus trabajadores. Entre 2008 y 2009, una segunda ola, esta vez en France Telecom, evidenció que el problema no era exclusivo de una sola empresa. El periodista Hubert Prolongeau, colaborador de Le Monde, llevó a cabo una investigación acerca de los suicidios en el entorno laboral que plasmó en un libro firmado junto a Paul Moreira. Pero, hace unos años, decidió ir un paso más allá y trabajar en un cómic donde se reconstruyera el primer caso que investigó en Renault, el de Antonio B. Junto con el guionista Arnaud Delalande, con quien ya había colaborado antes, y el dibujante Grégory Mardon, una propuesta de su editor, firma Cuando el trabajo mata, una ficcionalización de los hechos que publica Garbuix Books en castellano, con traducción de la editora del sello, Montserrat Terrones.
El libro arranca con el juicio motivado por el suicidio de Antonio, aquí convertido en Carlos, como forma de poder tomarse algunas licencias, y luego nos lleva al pasado, al momento en el que el joven ingeniero cumple su sueño de trabajar para una empresa automovilística a la que nunca se pone nombre, pero que es evidente que es Renault. Prolongeau reflexiona, durante la entrevista concedida a este diario, sobre estos cambios: “El trabajo del periodista se basa en los hechos, y eso puede ser a veces un poco frustrante cuando se trata de contar una historia. En el cómic podemos tomarnos ciertas licencias narrativas, aunque siga siendo la historia de Antonio, básicamente”.
Cuando el trabajo mata cuenta cómo ese trabajo soñado pronto se convierte en una pesadilla para el joven trabajador. Los cambios en la cultura laboral de la empresa aliena a una plantilla que deja de ver el producto de sus diseños, que se externaliza a plantas de montaje, y pasa a ser evaluada por objetivos poco razonables. “Antonio deja de ver los coches antes de que se vendan. Responde ante mandos intermedios que a su vez reportan a sus superiores, pero que muchas veces no tienen ni idea de qué es lo que hay que hacer. Los trabajadores ya no saben para quién están trabajando”, explica Prolongeau.
Los buenos trabajadores son los más vulnerables. Solo llegas al suicidio si te exiges lo máximo, si quieres hacerlo lo mejor posible pero no tienes las condiciones laborales para hacerlo
El periodista afirma que ha habido cambios en los últimos años que han agravado la situación de la clase obrera. “No quiero idealizar el pasado, pero hoy en día el objetivo es producir más y más y las empresas están más deshumanizadas. Antes, existía lo que podríamos llamar un ‘capitalismo familiar’, en el que el objetivo era obtener beneficios, pero no a cualquier precio”, comenta.
Gradualmente, Antonio va sufriendo cada vez más presiones por parte de la empresa. Cada vez trabaja más horas, y quedarse en la oficina después de su horario se convierte en práctica habitual. Su vida familiar se deteriora, y el protagonista apenas si puede participar en la crianza de sus hijos. Es evidente que su situación no es la adecuada, pero él es incapaz de verlo, centrado únicamente en rendir y alcanzar los objetivos impuestos a cualquier precio, con la esperanza de que las cosas mejoren en algún momento. Prolongeau reflexiona sobre ello. “Los buenos trabajadores son los más vulnerables. Solo llegas al suicidio si te exiges lo máximo, si quieres hacerlo lo mejor posible pero no tienes las condiciones laborales para hacerlo”. El periodista también opina que hay un componente ético en el problema: “muchos de los suicidios en el ambiente laboral son cometidos por personas a las que se les fuerza a hacer cosas con las que moralmente no están de acuerdo. Antonio se vio en esa situación: desaprobaba las decisiones que se habían tomado, pero no tenía elección”.
Tampoco la tuvo cuando sus jefes decidieron que pasara largos periodos en las plantas que la empresa mantiene en países como Rumanía o Argentina para supervisar la producción. Una consecuencia de la globalización que también repercute en las condiciones laborales de los trabajadores. Pero Prolongeau señala otro problema más. “Las investigaciones sobre el caso revelaron que no muchos trabajadores estaban afiliados a algún sindicato. Nos han abocado a creer que los problemas de un trabajador deben solucionarse individualmente y no mediante la acción colectiva. Por otro lado, los mandos intermedios han perdido su conciencia de clase”.
Hay que cambiar la cultura empresarial: es lícito querer ganar dinero, pero no puede hacerse a cualquier precio. Hay empresas que aumentan su beneficio un 25% más cada año. No puedes hacer eso sin que sea a costa de los trabajadores
Ante semejante panorama, preguntamos a Hubert Prolongeau cuál puede ser la solución. “Hay que cambiar la cultura empresarial: es lícito querer ganar dinero, pero no puede hacerse a cualquier precio. Hay empresas que aumentan su beneficio un 25% más cada año. No puedes hacer eso sin que sea a costa de los trabajadores. Hay que buscar el beneficio razonable para todo el mundo, sin coste en vidas humanas”. La ley dio la razón a la viuda de Carlos, Antonio en la vida real, y falló en 2009 en contra de Renault. Sin embargo, los suicidios continúan. “De nada sirve que puedas jugar al ping-pong en el trabajo si luego no se mejoran las condiciones de trabajo”, dice Prolongeau, quien considera insuficientes las políticas laborales más modernas.
Cuando el trabajo mata constituye una denuncia de la falta de ética y de controles a las grandes empresas, de fatales consecuencias. El trabajo de Prolongeau, Mardon y Delalande sumerge a los lectores en un ambiente asfixiante y opresivo, en el que el trabajador no tiene más opción que la huida hacia delante. El periodista lo resume muy bien: “Vivimos en un mundo cada vez más difícil de entender y menos ético”.