Un desnudo femenino y palabras obscenas provocaron la retirada de 'Maus' de algunos colegios de EEUU
El pasado 26 de enero se difundía una polémica decisión de la Junta Escolar del condado de McMinn (Tennessee, EEUU), que votaba la retirada del programa de octavo curso de sus escuelas de Maus, la novela gráfica de Art Spiegelman que recoge la experiencia de su padre durante el Holocausto. No se trata de un hecho aislado en la historia reciente de Estados Unidos, con una larga tradición de intentos de censura, persecución legal a autores, editores y librerías y retirada de títulos de escuelas y bibliotecas.
Todo empezó en los años cincuenta, década en la que la histeria colectiva recorrió el país; la preocupación por la delincuencia juvenil, sobredimensionada por los medios de comunicación y determinados agentes sociales, acabó apuntando a los cómics como principales causantes. El sensacionalista libro del psiquiatra Frederic Wertham, La seducción de los inocentes (1954) azuzó el pánico hacia los cómics de terror, crímenes y superhéroes, y la idea de que sus contenidos podían dañar las mentes infantiles y llevarlas a cometer todo tipo de atrocidades acabó provocando todo tipo de protestas; por ejemplo, las quemas públicas y multitudinarias de cómics, organizadas por escuelas, parroquias y asociaciones de padres y madres de todo el país. El miedo en torno a los cómics acabó motivando la reunión de una comisión del Senado para intentar determinar si estos podían ser dañinos, y la subsiguiente creación del Comics Code Authority, en la práctica, un código de autocensura, que funcionó entre 1954 y 2011, no muy diferente al Código Hays que regulaba el cine estadounidense entre 1937 y 1968.
Razones religiosas
El acoso a los cómics, lejos de relajarse, siguió muy presente en la sociedad estadounidense en las siguientes décadas. Pero ¿cómo encaja esto con la defensa de la libertad de expresión, consagrada en la primera enmienda de la Constitución y considerada una de las señas de identidad del país? Generalmente, los intentos de prohibición tienen una raíz religiosa, y se centran en la exposición de desnudos o escenas consideradas pornográficas —no siempre con motivos para ello—, cuestión que está bastante restringida en algunos estados. No es casualidad que muchas de las polémicas de los últimos años se hayan dado en los estados del sur, los conocidos como 'el cinturón de la Biblia', donde las religiones evangelistas son mayoritarias y las escuelas se han convertido en un campo de batalla ideológica donde hasta es posible vetar la enseñanza de la teoría de la evolución.
Es importante señalar que el acta de la reunión de la Junta Escolar de McMinn, de acceso público [PDF], demuestra que el debate previo a la votación no se centró en el Holocausto, sino en un desnudo femenino, varias palabras obscenas y la violencia gráfica de la obra —inevitable, al exponer la persecución de los judíos y las condiciones de los campos de concentración—. La Junta resolvió que no era un contenido adecuado para el alumnado de octavo, de doce y trece años, y votó unánimemente por retirar el libro del programa escolar.
Esta ha sido la estrategia de quienes consideran inmorales determinados contenidos. Se alega que quiere protegerse a la infancia y, en lugar de enfocar sus acciones a la retirada de la venta, lo que no tendría demasiado recorrido en la legislación estadounidense, las eliminan las obras de los programas escolares y asedian a quienes las venden con procesos judiciales interminables, con el pretexto de que esos contenidos no estén al alcance de menores. Para combatir a estos grupos religiosos y conservadores bien organizados, en 1986 el editor Dennis Kitchen fundó la Comic Book Legal Defense Fund, una organización sin ánimo de lucro que presta apoyo a cualquier persona denunciada por dibujar, editar o vender cómics, sin importar su contenido u orientación. Además, visibiliza casos similares al de McMinn y Maus, muy frecuentes: desde Persépolis de Marjane Satrapi a The Sandman de Neil Gaiman y otros autores, han sido muchos los cómics acusados de obscenos y pornográficos, desde posiciones religiosas estrictas, incluso en ámbitos universitarios: Fun Home, el cómic autobiográfico de Alison Bechdel, ha motivado protestas de estudiantes en universidades como la de Utah en 2008 o la de Charleston en 2013.
Raíces homófobas
Aunque esta estrategia también ha afectado a diferentes novelas —es bien conocido el caso de La cabaña del tío Tom de Harriet Beecher Stowe—, el citado Gaiman ha apuntado, en declaraciones a The Guardian, que la naturaleza visual del cómic lo hace más vulnerable a las protestas de quienes ven agredidas sus creencias religiosas ante determinados contenidos.
Y no le falta razón al guionista británico: es bastante más sencillo que un padre riguroso se escandalice ante una viñeta que ante un párrafo de texto que quizás nunca se molestaría en leer. Pero también es cierto que, sobre todo en los últimos años, las peticiones de retiradas de cómic se han concentrado en títulos con temática LGTBI+, lo cual no es casualidad. En el contexto de la guerra cultural que se libra en la sociedad estadounidense, y con el argumento de proteger a la infancia de un supuesto adoctrinamiento, determinados sectores de la derecha conservadora y religiosa norteamericana han intensificado su asedio a cualquier contenido que presente como positivas determinadas orientaciones sexuales o cuestiones de diversidad. Uno de los casos más recientes, recogido en la web del CBLDF afectó a Gender Queer, de Maia Kobabe, cuya retirada fue exigida durante 2021 en varias escuelas de Nueva Jersey, Florida y Virginia, entre otros estados. No nos resultan ajenas estas maniobras en España: basta solo con recordar el reciente intento, frustrado por una jueza, de retirar varios libros de temática LGTBI+ de un centro escolar de Castellón.
Se han visto también casos similares motivados desde posiciones progresistas, como la polémica quema de cómics de Astérix y Lucky Luke, entre otros, que llevaron a cabo en 2019 varias escuelas canadienses, con el objetivo de eliminar estereotipos negativos relacionados con los pueblos indígenas. Pero la realidad es que son los sectores conservadores los que copan estas acciones, que buscan eliminar del espacio público la disidencia sexual, de una forma que puede, en ocasiones, llevar al éxito: oponiendo la libertad religiosa a la libertad de expresión, ya que ambas gozan de una protección similar en la legislación estadounidense.
Hace unos años, casos como el de Maus en el condado de Tennessee habrían quedado en una anécdota local. Pero las redes sociales acaban convirtiendo en virales estas decisiones, que generan rechazo en el sector del cómic y la sociedad progresista, y no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, sobre todo porque se trata de una obra alabada por sus valores humanistas y por su capacidad para explicar el Holocausto a cualquier público. Que unas pocas palabras malsonantes puedan pesar más, da una idea del pánico moral que se impone en determinados estados del país, bastiones republicanos inmersos, además, en cambios legales que suponen un retroceso en la conquista de las libertades civiles.
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