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'Frank', el cómic infantil que cuenta la dictadura de Franco con círculos y cuadrados

En las últimas páginas de Los surcos del azar, obra magna de Paco Roca sobre la historia de La Nueve, el autor le regala al ficticio personaje de Miguel Ruiz -en cuyos recuerdos se basa la novela-, una cadena para que guarde su amuleto preferido. Se trata de un abrelatas viejo que guarda desde que estuvo en el Stanbrook, el buque carbonero británico que zarpó del puerto de Alicante con la última evacuación de refugiados republicanos, el 28 de marzo de 1939. Pequeño objeto que lo acompañó cuando estaba en un campo de concentración en el Sáhara, cuando luchó en la Segunda Guerra Mundial y cuando liberó París. “Gracias por el regalo, y por haberme hecho recuperar una parte de mi vida, que no me atrevía a recordar”, le decía Miguel.

El cómic en nuestro país lleva años analizando recordando nuestra historia para conseguir explicarnos a nosotros mismos, entender la España que tenemos y en la que vivimos. Es lo que han hecho Sento Llobell y su trilogía del Doctor Uriel, José Pablo García y Paul Preston con Guerra Civil y La muerte de Guernica, la monumental trilogía de Alfonso Zapico La Balada del Norte sobre la sociedad asturiana del siglo XX. También lo que hizo La voz que no cesa de Ramón Pereira y Ramón Boldú con la biografía de Miguel Hernández o, más cerca de nuestros días, lo que ha hecho Ana Penyas con En transición.

Entre las muchas obras, sin embargo, no abundan las que se han atrevido a acercarse a nuestra historia con una voluntad amable y didáctica, con un ojo puesto en el público infantil y el otro en los amantes de la ilutración y el diseño. Eso es lo que pretende Ximo Abadía con Frank, excelente libro ilustrado publicado por Dibbuks que nos acerca a la dictadura de Franco de forma singular.

Ilustración contra la amnesia colectiva

“En realidad, este libro no nace en España, sino en Camboya, hace dos años”, nos cuenta su autor, Ximo Abadía. “Estuve de viaje allí y descubrí que España era, junto a Camboya, los dos únicos países que no habían levantado las fosas de su Guerra Civil. Vimos los campos de exterminio de los Jemeres Rojos y me di cuenta de que Camboya nos llevaba años de memoria histórica. Después de aquello empecé a documentarme sobre la figura del dictador porque pensé que en los colegios nos han hablado muy poco de este tema”.

Ximo Abadía nació en 1983 en Alicante y estudió en Madrid. En 2009 publicó su primera novela gráfica Cartulinas de colores y desde entonces, la complejidad del drama adulto se da la mano con una amabilidad expresiva que la acerca al público infantil de forma natural y poderosa. Así fue en CLONk y en las dos partes de La Bipolaridad del chocolate. En 2012 fue finalista del Premio Salamandra Graphic que ganarían años después Laura Pérez y Pablo Monforte por Náufragos  y Ana Penyas por Estamos todas bien. Desde entonces, Abadía ha seguido refinando su talento con obras como No puedo dormir, El inventor de pájaros, De mayor quiero ser pequeño.

Su equilibrado trabajo entre lo dramático y lo divertido, su conjunción de lenguajes visuales que golpea al lector de cualquier edad, vuelve a estar presente en Frank y es uno de los factores que lo convierten en una lectura infantil interesantísima. “Conseguir ese tono conlleva una búsqueda. Quería que los más pequeños pudieran acercarse a esta figura. Que no fuera un tema tabú”, explica el ilustrador, “así que fue un proceso de destilación. Hasta última hora de impresión todavía estaba cambiando cosas, quitando texto y puliendo el diseño. Todo con el objetivo de que transmitiese un mensaje muy sencillo, potente, pero que no fuera agresivo”.

Frank se acerca con colores vivos y metáforas visuales al lector de cualquier edad para ofrecerle distintas capas de significado. Para devenir una lectura compartida entre generaciones de madres, padres, hijos e hijas. “Para mí es importante que lo pueda leer un chaval pequeñito y que no le resulte desagradable aunque lo que se cuente sea duro y dramático”, describe.

“Las figuras geométricas, por ejemplo, me ayudaban mucho. Representar las ideologías como cuadrados, círculos o triángulos me parecía una forma sencilla de comunicar lo que quería. Además, el cuadrado tiene esta connotación de una mente cuadriculada”, explica. Así, Abadía juega con formas muy simples para contar, por ejemplo, que durante la Segunda República coexistía gente a la que le gustaban los círculos, o que era más de triángulos, o gente a la que encantaban los círculos. Con el Golpe de Estado de julio del 38 todos ellos fueron perseguidos hasta que solo quedó gente a la que le gustaban los cuadrados.

Según él, los 39 años de dictadura franquista no se han explicado lo suficiente a las generaciones más jóvenes: “Es un tema extraño y somos un país atípico en este sentido. Aquí se murió un dictador de viejo y parece que no queramos hablar de eso. Curiosamente, la documentación que encontré era principalmente era británica y francesa”, describe. “De todas formas no creo que tengamos que buscar esa información nosotros, creo que deberían aportarla en los colegios. Pero en los libros de texto ves que esa etapa de cuatro décadas de dictadura ocupa diez líneas”. Educar en la parte más negra de nuestra historia también es educar y para concienciar, Abadía hace uso de frases lapidarias: “A nuestros abuelos les obligaron a luchar. A nuestros padres les obligaron a olvidar. A nosotros nos toca recordar el pasado para mirar al futuro”.

Malos tiempos para la libertad de expresión

El libro ilustrado de Ximo Abadía recorre nuestra historia reciente utilizando un lenguaje distinto al que estamos acosumbrados. De hecho, su autor parece reivindicar constantemente el diseño como parte inherente de cualquier discurso o pensamiento gráfico, de tal manera que también debe considerarse como una manifestación más de la libertad de expresión.

“Si nos limitamos a las últimas noticias, da la sensación de que hemos perdido treinta años de libertad de expresión. Da un poco de miedo, ¿no? A veces pienso que todo depende más de quién opine que de lo que se opine”. Para el ilustrador, “si nos metemos con figuras que al final vienen de aquella etapa como la dictadura, la iglesia católica o la monarquía se te criminaliza, mientras que si algún obispo suelta una barbaridad, como representa a la Iglesia, aquí no pasa nada”.  

Según el autor de Frank, “están asustando a la sociedad. Nos están castigando y escarmentando para decirnos: ‘de esto podéis hablar’ y ‘de esto no podéis hablar’. Es bastante fuerte. En cierto sentido, lo de Frank con K está hecho por eso. Para camuflar el mensaje”, bromea. 

La vigencia de vestigios de la dictadura en nuestra sociedad explica, en parte, su influencia actual y su poder. Nos acerca a por qué podemos decir algunas cosas y otras no: “Creo que no hemos cerrado nuestras heridas. La Transición fue perdonar 39 años de dictadura, genocidio, robo de bebés y violaciones continuadas a los derechos humanos para, de repente, hacer un punto y aparte”.

Para él, aquello tuvo un peso en la realidad posterior, porque “olvidando dejamos que figuras y estamentos de aquella época perpetuasen su poder, les dejamos que siguieran en cargos públicos y de relevancia institucional. Lo vimos con Fraga en el PP, con el Opus Dei forrado durante la dictadura y que ahí sigue, con la nieta de Franco dando charlas en el Hola, con El Valle de los Caídos, con jueces y organismos militares… es todo muy extraño”.

Por eso, es necesario seguir hablando sobre nuestro pasado, reinterpretándolo, dándole un contexto y un significado que nos permita avanzar. “No hemos superado la dictadura. Pensar que una mujer quiera recuperar los restos de su padre fusilado y tenga que venir un juez de argentina para intentar hacerlo es muy fuerte. Mi objetivo con Frank era no olvidar a la gente que sigue en cunetas y fosas comunes. Creo que esto no es una cuestión política ni ideológica, creo que es una cuestión de humanidad”, dice fulminante. “Tenemos gente fusilada en cunetas y a mucha gente le da igual. Y mi objetivo es que no se nos olviden”. Ni a nosotros, ni a nuestros hijos, ni a nuestros abuelos que como el protagonista de Los surcos del azar, tuvieron que olvidar para sobrevivir.

“Podemos luchar contra el olvido de muchas formas. Tú eres periodista y tienes unas armas para defender lo que crees. Yo sé dibujar y en eso estoy. Otro sabrá de música y cantará lo que opina. Y habrá biólogos que estarán en bancos de ADN buscando los nombres y apellidos de los que siguen en las fosas comunes. Cada uno tiene sus armas, pero tenemos que utilizarlas”. Él lo ha hecho con Frank.