Entrevista

Cristina Campos, finalista del Premio Planeta: “Las mujeres de 50 ni somos tan feministas ni estamos tan empoderadas”

El deseo e infidelidad femenina, el matrimonio, la capacidad para llevar una doble vida y la forma en la que los hijos condicionan el día a día son los temas que vertebran Historias de mujeres casadas, la obra con la que Cristina Campos ha quedado finalista del Premio Planeta 2022. Un libro protagonizado, según describe la autora a este medio, por “mujeres mayores de 40 años independientes económicamente de sus maridos, blancas, europeas y privilegiadas”.

La novela cuenta con un potente arranque que describe el último orgasmo que una de ellas, Gabriela, comparte con su amante. Un episodio con un fuerte componente sexual con el que la escritora busca que los lectores “no se vayan a Netflix”. Eso sí, aunque haya “sexo explícito”, defiende que el volumen “no es erótico”. Además, ha querido indagar en la manera en que los hombres consiguen separar el sexo del sentimiento. “Sería maravilloso que las mujeres también lo hiciéramos”, reivindica.

Se trata de la segunda novela de la catalana tras Pan de limón con semillas de amapola (2016), que fue adaptada al cine por Benito Zambrano el año pasado. Campos confía en que su nuevo texto sea igualmente llevado a la gran pantalla. “Ya hay varias productoras interesadas en comprar los derechos”, avanza.

La escritora sostiene que “la generación de mujeres que estamos llegando a los 50 ni somos tan feministas ni estamos empoderadas, porque las cuidadoras somos nosotras”. De ahí a que opte por evitar ambas palabras a la hora de describir a los personajes de su libro. “Bebemos de la herencia del linaje de nuestros padres, de matrimonios conservadores”, añade. La autora defiende que el cambio ha de pasar por la educación. A su vez, propone repetir el modelo escandinavo y ampliar las bajas de maternidad a un año de duración.

¿Dónde nace la pulsión de querer contar estas Historias de mujeres casadas?

Mis protagonistas son mujeres mayores de 40 años independientes económicamente de sus maridos, blancas, europeas y privilegiadas; que es mi situación y la de quienes me rodean. La novela gira en torno a la infidelidad femenina y plantea qué pasa si tienes montada una familia maravillosa, se te cruza un tipo estupendo y te puede el deseo. Ese era el juego: el ser valiente para tener ser infiel a tu marido con el riesgo que eso comporta. Y ver la diferencia de la capacidad que tienen los hombres para ser infieles sin enamorarse, o por lo menos ser capaces de llevar una doble vida. Y, por contra, la dificultad que comporta para una mujer casada hacerlo.

¿Por qué las mujeres viven la infidelidad de forma distinta a los hombres?

Ojalá no nos pasara y fuéramos capaces de separar el sexo del sentimiento. Gabriela está casada con un hombre inteligente que la ama, pero el deseo sexual con tu marido es otro después de un tiempo. No quiere decir que no sigas haciendo el amor con él amándole mucho, pero no le deseas. La capacidad que tienen los hombres de separar el sexo del sentimiento me parecía un buen tema donde meter el dedo. He leído tratados de psicología del cerebro femenino, pero sobre todo he hablado con amigas que han sido infieles. Las cuatro que tengo que lo han sido han acabado enamoradas y separándose. Sin embargo, mis amigos que lo han sido, no. Y sigue siendo así. Las mujeres en torno a los treinta sois mucho más feministas y empoderadas, que son palabras que me cuesta decir. Nosotros bebemos de la herencia del linaje de nuestros padres, de matrimonios conservadores.

Ojalá las mujeres fuéramos capaces de separar el sexo del sentimiento

¿Qué pasaría si las mujeres consiguiéramos separar el sexo del sentimiento?

Sería maravilloso, sinceramente. No estamos en una sociedad en la que la infidelidad sea pecado. Lo del poliamor sería estupendo. ¿Por qué no? Es imposible aguantar el deseo de los tres primeros años de enamoramiento toda la vida. Y más cuando entra la rutina conyugal, el tedio de la vida cotidiana y de los hijos. Hoy en día el matrimonio no coarta la libertad, son los hijos los que bloquean las alas.

Gracias a que mi marido está cuidando de ellos estoy ahora aquí de promoción y voy a pasarme un mes viajando. Él es mi equipo, ambos tenemos trabajos muy potentes y tenemos que estar ayudándonos constantemente. Otro tema es esa facilidad que tienen los hombres de irse. Si tienen que hacer un rodaje fuera, no se lo piensan. Y nosotras tenemos ese sentimiento de pertenencia al hijo.

El libro arranca con un capítulo cargado de erotismo. ¿Por qué eligió este inicio?

Empiezo fuerte, porque si no, los lectores se me van a Netflix. Las diez primeras páginas son bestias. Cuentan el último orgasmo con su amante, que es desgarrador. A mí también me pasa, por las noches estoy agotada y si un libro no me engancha mucho, me pongo a ver algo. El objetivo era generar el interés para querer saber cómo ha llegado Gabriela a esa situación. La novela tiene ritmo cinematográfico por mi formación como guionista.

El matrimonio no coarta la libertad, son los hijos los que bloquean las alas

¿Se habla lo suficiente sobre el deseo femenino?

Las escritoras francesas en las que me he apoyado, entre las que está la ganadora del Premio Nobel de Literatura este año Arnie Ernaux, a quien llevo leyendo desde hace tres años, se desnudan psíquicamente para el lector sin pudor ninguno. En España me cuesta más encontrarlo. Mi novela no es erótica a pesar de que hay sexo explícito. Hablo de lo desgarrador que puede ser una mujer enamorarse de verdad y en una situación tan bestia.

Su anterior novela, Pan de limón con semillas de amapola, fue adaptada al cine. ¿Le gustaría que ocurriera lo mismo con esta?

Sí. Ya hay varias productoras interesadas en comprar los derechos; pero ahora hora estoy disfrutando de todo esto. Tengo por delante un año muy potente y no quiero pensarlo. Aunque claro que me haría ilusión. Estoy convencida de que se va a hacer porque es muy cinematográfica, incluso para una serie.

Dentro de la propia novela se habla de su título, Historias de mujeres casadas, porque coincide con el de la columna semanal que escribe Gabriela. ¿Hay algo irónico en él?

No. En mi anterior novela editada con Planeta propuse un título y acabamos saliendo con Pan de limón con semillas de amapola, que era mucho mejor. Aquí sin embargo lo primero que tuve claro fue el título. Dije “voy a lo que es bueno, me van a decir que sí y va a vender”. No lo hemos cambiado ninguna vez, que es algo raro. A escribir se aprende, es un oficio.

¿Por qué tiene conflicto con decir “feministas y empoderadas”?

Mi generación, la de quienes estamos llegando a los cincuenta, ni somos tan feministas ni estamos tan empoderadas porque las cuidadoras somos nosotras. Luego ellos están a la altura, pero has de pedírselo. El feminismo es educación y que a ellos les eduquen a ser feministas. Mi padre, que es un hombre inteligentísimo, no friega un plato. Sin embargo, mi hija con su novio se reparte todo a medias. Venimos de la herencia de linaje.

Hay un momento de la novela en el que Gabriela y Germán tienen una bronca monumental porque él tiene que ir a un evento con otros cuarenta ingenieros. Ella le dice que va a dejar de trabajar un año y que él siga porque alguien tiene que traer el dinero a casa. La novela habla de eso. En los países escandinavos hay un año de baja de maternidad. Aquí son cuatro meses, que no son nada. Empezaremos a ser feministas cuando se nos iguale, porque alguien tiene que ganar el dinero.

Nosotras deseamos cuidar de nuestros bebés. Si dan a elegir, normalmente es la mujer la que quiere renunciar a su trabajo para cuidarlos. Yo he renunciado a mi trabajo dos años para cuidar de mi último. Laboralmente ya había conseguido lo que quería. Jaume [Balagueró, su pareja] me decía que si estaba segura, que me iba a dar algo. Todo eso está en la novela. E insisto, puedo permitirme estar dos años sin trabajar porque soy económicamente privilegiada. Hagamos bajas de maternidad de un año y verás como las mujeres de mi generación empezamos a ser más feministas. A veces los hombres no pueden permitirse estas bajas, tampoco se lo permite la sociedad.