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Noticia servida automáticamente por la Agencia EFE

Enric Palau (Sónar): “Hay una competencia global abrumadora de festivalitis”

EFE

Barcelona —

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El Sónar, el festival de música avanzada y cultura digital que esta semana abre su edición número 23 en Barcelona, es un fenómeno planetario gracias a sus ocho sedes internacionales que funcionan como vasos comunicantes y que además nutren de ideas y de propuestas a la “cita madre” barcelonesa.

Las oficinas que la promotora Advanced Music tiene en un edifico industrial del barrio del Poblenou de la capital catalana, donde Enric Palau, uno de los directores del festival, recibe a Efe, se asemejan estos días al interior de una concurrida colmena de abejas.

Un ajetreo de reuniones dentro de los cubículos acristalados para que las 290 actividades de este Sónar 2016 -y su faceta “tecnológico creativa” de Sónar+D- encajen como piezas de un puzzle imprevisible, del que no se conocerá la imagen final hasta el cierre del festival, la madrugada del próximo domingo 19, tras tres jornadas intensas.

Porque, indica Palau, uno de los alicientes que el festival tiene para su público -120.000 personas en 2015, un 53% de ellas extranjeras- es precisamente lo inesperado de su oferta, que hace tiempo que se saltó la frontera de la escena electrónica.

De hecho, aunque su programa incluye siempre una amplia lista de nombres conocidos -este año, clásicos como Jean Michel Jarre y New Order, o la inclasificable Anohni, la artista transgénero conocida antes como Antony Hegarty- una parte importante del cartel lo forman artistas aún en etapa de proyección o directamente desconocidos.

“No construimos el cartel del Sónar en base a los grandes nombres, lo hacemos más sobre una personalidad de contenidos, que hace que el público confíe en nosotros, que venga a descubrir”, afirma Palau, que subraya la gran demanda de artistas que existe por la proliferación de citas musicales en todo el planeta.

“Hay una competencia abrumadora a nivel global de festivalitis, ha sido algo exponencial en los últimos cinco años, con movimientos financieros de grandes corporaciones que hacen complicado conseguir artistas que hace diez años era algo más sencillo”, apunta.

No obstante, el perfil del artista que a Palau le gustaría contar para Sónar 2017 sería “uno que no conocemos todavía, un chaval en su estudio, que comienza su camino y al que el festival incorpora para hacerlo visible a la gente, y que ese público tenga la sensación de haber descubierto a un tipo del que no sabía nada”.

Esa labor de hallar creadores con discurso propio conlleva un trabajo de “rastreo global, más allá de las fuentes anglosajonas”, donde juegan un papel esencial las ediciones internacionales del Sónar, entre ellas Bogotá y Buenos Aires en Latinoamérica, o Estocolmo y Reikiavik en el área nórdica, sin olvidar tampoco la búsqueda dentro de la escena local en Cataluña y el resto de España.

“No somos una multinacional empresarial con producto de marca, no hemos consolidado un producto para luego replicarlo como churros, nos encanta complicarnos la vida, ofrecer novedades de formato, no replicamos un producto único, sino que se adapta a cada ciudad, a cada latitud”, argumenta Palau, codirector del certamen junto a Sergi Caballero y Ricard Robles.

Sónar ofrece este año una de sus ediciones más combativas desde el punto de vista social, tanto en el programa del Sónar+D, con el foco puesto en el cambio climático o la guerra de drones, como en los trabajos que presentarán Jean Michel Jarre con referencias a la supervigilancia en la red, el desencanto de Anohni sobre la política de Obama o la visión de la crisis de refugiados de El niño de Elche.

Pero se trata de un activismo no inducido por Sónar, sino que proviene directamente de los creadores.

“Nos encanta que sean los artistas los que provoquen estas líneas de actuación y nos sorprendan, y es novedoso porque llevamos décadas en las que los artistas hablaban mucho de sus sentimientos íntimos y se posicionaban poco en temas políticos y sociales, habría que remontarse a la canción protesta”, explica el director.

Palau, que reconoce que ni él mismo ha escuchado todo lo que se oirá en esta Sónar, critica la homogeneización de gustos que hace que las principales revistas musicales del mundo coincidan a la hora de seleccionar los diez mejores discos del año.

“Resulta aburrido y sospechoso. Algo falla, hace falta personalidad, defender artistas y discursos por su calidad y no por una serie de parámetros de una serie de periodistas que se influyen unos a otros porque, si no, no se entiende que con miles de discos al año se reduzcan a cinco, eso es tener muy poca imaginación”, añade.

Por ello, uno de los retos de la organización del Sónar, además de incrementar los intercambios entre ámbitos tan alejados a priori como la creación artística y los laboratorios tecnológicos de las universidades, es mantener el contacto con las nuevas generaciones de público a través de artistas jóvenes con los que puedan conectar.

“El objetivo es hacerles partícipes del festival, sin ese reto el público del Sónar lo formarían únicamente señores como yo, de 51 años, y resultaría bastante aburrido”, se ríe. Rosa Díaz y Sergio Andreu