Tras lanzar en 2011 –en plena resaca del 15M– Los 70 a destajo, Pepe Ribas (Barcelona, 1951) regresa ahora con unas nuevas memorias de un tiempo tan fascinante como injustamente olvidado. Incluso en Barcelona, que fue la ciudad que lo capitalizó. Se trata de la explosión libertaria que tuvo lugar entre 1976 y 1977 y que comenzó a manifestarse ya a finales de la década de los 60.
Bajo el título de Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler (Libros del K.O., 2024), Ribas relata los sucesos que acompañaron a la creación de la obra de su vida: Ajoblanco. Fue esta revista, junto a otra publicación seminal llamada Star, la que vertebró la contestación contracultural en España en un tiempo de cambios tan veloces como profundos.
Adicionalmente, tal como reivindica Ribas en conversación con elDiario.es, Ajoblanco dio voz por vez primera a vías de pensamiento tan importantes como el ecologismo, el feminismo radical o la reivindicación de los derechos LGTBI. “Llegamos a tener durante cinco meses de 1977 tiradas de 100.000 ejemplares, y el resto de meses alcanzábamos los 50.000”, presume el fundador de la publicación.
Las horas veloces de la contracultura española
El tempo narrativo de Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler recuerda en ocasiones al de Cuando las horas veloces (Tusquets Editores), las memorias que escribiera Carlos Barral sobre su experiencia en los 60 y los 70 al frente de la editorial Seix Barral. Tienen ambos libros un compás endemoniado que transmite al lector la sensación de estar atrapado en un vendaval de sucesos determinantes para el futuro del país.
Y esta sensación se acrecienta cuando caemos en la cuenta de que sus autores nos confiesan que se dejaron llevar por dicho vendaval, deviniendo protagonistas de aquellos fascinantes tiempos. “Se habla mucho de Carmen Balcells como centro de la revolución editorial que tuvo lugar en Barcelona en los 70, pero el verdadero motor fue Barral”, asegura Ribas al respecto de la importancia del editor frente a la que fuera agente literaria de García Márquez y Vargas Llosa.
También explica que el libro California Trip, que María José Ragué publicó en 1971, supuso la primera guía sobre la contracultura para una generación que, asegura, “creció a base de mitos pero sin maestros”, pues su nexo ideológico con el pasado había sido cercenado por la Guerra Civil. No obstante, Ribas reconoce en el texto el peso del escritor Luis Racionero –que fue el primer compañero de Ragué– como mentor intelectual de aquella generación.
Una llamada a la movilización para las nuevas generaciones
Ribas desgrana la cadena de sucesos que le empujaron a escribir Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler. “En primer lugar, está el éxito de la exposición Underground y contracultura en la Catalunya de los ’70, de la que soy comisario y que, tras estar en el Palau Robert de Barcelona, viaja a Madrid a finales de 2021”.
Aquella exposición, cuenta, puso en conocimiento de muchas personas jóvenes la existencia de una contracultura que desconocían completamente y que les sorprendió “porque había quedado convenientemente tapada por el sistema”. “Es en este contexto”, prosigue, “que Libros del K.O. me propone escribir sobre aquellos años, en especial sobre la explosión libertaria que tuvo lugar entre 1976 y 1977 y que culminó en las Jornadas Libertarias Internacionales de junio de 1977”.
Pero finalmente Ángeles bailando en la cabeza de un alfiler abarca toda la primera etapa de Ajoblanco, desde 1973. El motivo, según aclara su fundador, es que “quería hacer un libro que pudiera llegar a la juventud de hoy y motivarla para tomar las riendas su vida y organizarse para crear una sociedad alternativa y libertaria”.
“Dadas las expectativas actuales, no tienen nada que perder”, conviene Ribas, que añade: “A mí me gustaría que este libro les incentivara a dejar su actual situación, irse a vivir juntos en pisos compartidos, ser solidarios y dedicarse a la creación de teatro y de cultura desde los márgenes”. Porque para él la cultura verdadera, no la comercial, “se crea desde la independencia de los márgenes, no bajo la influencia del capitalismo”.
Termina Ribas asegurando que su propuesta no es papel mojado, que siente que algo se está moviendo por debajo del sustrato del sistema: “Ya hay numerosos colectivos cuestionando el sistema y trabajando en este sentido en todo el Estado, desde Catalunya a Extremadura”.
Un ágora libertaria en pleno franquismo
“Ahora vivimos en una permanente linealidad”, suelta Ribas y se explica: “Hoy han sido las lluvias [en València], antes fue el volcán [en la Palma] o el terremoto de Lorca y mucho antes el 15M, pero estos acontecimientos aportan hoy en día muy poca transformación social, seguimos en una linealidad capitalista que nos lleva donde nos lleva...”. Quiere con ello resaltar la diferencia con el tardofranquismo y la Transición donde, como cuenta en el libro, cada mes podía acontecer un cambio fundamental.
Inmediatamente, matiza: “El 15M fue una reivindicación muy esperanzadora de libertarismo y democracia directa, pero por desgracia terminó capitalizado por algunos partidos que canalizaron el movimiento hacia el sistema de democracia representativa contra el que precisamente se luchaba”. Señala en especial a Podemos, porque “presenta una estructura jerárquica muy marcada”.
Reivindica seguidamente que Ajoblanco fue un espacio no solo para las voces libertarias, sino también para otras formas de pensamiento: “Aquello estaba lleno de marxistas aunque yo era libertario”. “Había que dialogar con los situacionistas, con los anarquistas, con los marxistas”, apostilla y presume de que “en el segundo Ajoblanco, prácticamente toda la cultura nueva de los 80 y de los 90 escribió allí”.
Barcelona era un hervidero
“Barcelona era en los años 70 la capital cultural de España y lo fue hasta los años 80”, sentencia Ribas. “Aquí estaban las editoriales, las discográficas, las agencias de publicidad, el teatro experimental”, dice y destaca también “la recuperación de las fiestas populares mediterráneas tras la Guerra Civil, Els Comediants, Els Joglars, etc”.
Añade a directores de cine como Pere Portabella, o arquitectos como Ricardo Bofill, al elenco de personajes inquietos que destacaban en una España que en términos culturales era un erial: “Claro que había colectivos en Madrid, Sevilla, Bilbao, València y otras ciudades, pero eran comparativamente menos gente”. Destaca en el libro de Madrid a Ceesepe y de València a Javier Valenzuela y Amadeu Fabregat, que participaron en la escritura del dosier sobre las Fallas que provocó el cierre de Ajoblanco en 1976.
Sin embargo, tal como reconoce Ribas, tras la culminación que supusieron las Jornadas Internacionales Libertarias de junio de 1977, toda aquella efervescencia terminó diluyéndose con sorprendente rapidez. “Pasaron varias cosas”, responde Ribas para tratar de explicar aquel desvanecimiento. “Muchas personas del movimiento libertario se movieron al entorno rural”, desvela.
También cita la heroína, que no afectó a su generación pero sí a las siguientes, dejando el movimiento sin continuidad. Añade que el desarrollo del nacionalismo, que apostaba solo por el catalán, hizo que muchos artistas y gestores culturales se mudaran a Madrid, que estaba despertando.
“De todos modos”, advierte, “a diferencia de lo que sucedió en la Barcelona contracultural de los 70, la cultura de Madrid de los 80 [la movida madrileña] fue una cultura subvencionada”. Y cierra la conversación lamentando que “hemos acabado con dos ciudades, Madrid y Barcelona, que en vez de colaborar como se colaboró en los 70, están compitiendo descaradamente”.