Juan Tamariz (1942) ha tenido tiempo, en las cerca de siete décadas que lleva practicando el ilusionismo, de convertirse en todo un icono de nuestra cultura pop que atraviesa transversalmente varias generaciones de espectadores no necesariamente aficionados a la magia, pero sí aficionados a Tamariz.
Estrena una renovada versión de su eterno Magia potagia… y más en Madrid y ni confirma ni desmiente que sea su despedida de los espectáculos de gran formato con un “calculo que en 30 o 40 años haré el último”.
Nos acercamos hasta su casa a hablar de ilusiones e ilusionismo. Cuando llegamos, nos encontramos con el salón de un apartamento de Madrid normal y corriente, salvo por algunos detalles: unos cuadros con los símbolos de la baraja francesa sobre el sofá, el monstruosamente bonito libro de la historia de la magia de Taschen abierto sobre una mesa, como para permanente consulta, y una mesa con un par de tapetes y abundantes barajas de cartas, donde nos cuenta que se ha reunido hasta el amanecer con unos cuantos magos amigos, compartiendo conocimientos secretos.
Buena parte de la mesa está oculta discretamente con un paño; nos gustaría pensar que porque esconde otros tantos enigmas que deben permanecer ocultos a los ojos del profano.
¿Qué tiene de novedoso este Magia potagia… y más?Magia potagia… y más
Yo siempre llevo una serie de juegos nuevos, más los que hago siempre, pero como los voy combinando de diferentes maneras, siempre tienen como resultado espectáculos distintos.
Probablemente haré algún juego en el que haya intervenciones sorpresa del público. Alguna cosa dramatizada, como que alguien está un poco bebido e irrumpe en el espectáculo, pero serán cosas puntuales. A lo mejor un espectador dice: “Ah, pues esta vez no ha hecho esto o lo otro”, pero eso es porque según el día lo hago o no.
Cada año voy pensando nuevas cosas y las voy introduciendo poco a poco. Dentro de eso, la línea es la misma, por eso lo llamo igual, Magia potagia… y más. El que va sabe que va a ver cosas que ha visto y, también, algunas cosas nuevas.
¿Volverá a intervenir su mujer, la maga colombiana Consuelo Lorgia?
Sí, este año hará algo diferente. Otras veces realizó telepatía o calculismo; esta vez va a hacer algo más musical. La música y, sobre todo, el jazz, tienen mucho que ver con la magia. Yo, por ejemplo, cuando empiezo un juego no sé cómo va a acabar, intervienen los espectadores y a veces eligen cosas que no era lo que yo pretendía o esperaba. Entonces tengo que improvisar y esa improvisación es bellísima, porque cada vez creas algo nuevo. No siempre, pero uno o dos juegos en cada espectáculo acaban de manera distinta a como yo pretendía.
Esta improvisación es una de sus marcas de estilo.
También hay mucha improvisación en que yo saco una funda de violín donde llevo un montón de juegos de magia, como para hacer seis horas, pero solo hago un espectáculo de dos horas con lo que voy escogiendo sobre la marcha. Hago el primer juego y según vea cómo responde el público y cómo me vea yo, voy por un lado u otro.
El humor es otra de las características que han ido definiendo su magia con los años.
No estoy del todo de acuerdo: no hago humor en el sentido de buscar efectos graciosos en sí. Lo que pasa es que salgo, hago la magia, disfruto mucho y trato de transmitir esa alegría. Es como si te traes una botella de champán y todos aquí juntos nos ponemos a cantar y a reírnos, y alguien dice: “Oye, estáis haciendo humor”. Y no, estoy haciendo el tonto porque estoy contento de estar con vosotros celebrando no sé qué.
En mis espectáculos no preparo chistes ni busco frases cómicas. Lo que pasa es que a veces he dicho algo gracioso y en otro espectáculo me viene a la memoria y la repito, pero no tengo guiones con estructura de humor. Me encantaría ser humorista, es algo que admiro mucho, pero no es mi caso.
Pero sí que es cierto tono ligero lo que hace que el espectador esté cómodo en sus espectáculos.
A veces la gente tiene miedo de que le saquen y le hagan una pregunta que no sepa o que le lleven a hacer algo con lo que se sienta mal, y yo siempre intento que esté todo el mundo a gusto. Solo va a salir al escenario el que quiere. Es bueno aclararlo porque sí que ha habido artistas que han sacado a público y han hecho bromas pesadas que han puesto, si no en ridículo, sí en situación violenta. Eso nunca pasa en mis espectáculos.
¿A partir de todo eso, qué cree entonces que es lo que le caracteriza como mago?
No creo que autoanalizarme sea lo mejor: salgo, hago lo que me gusta, y ya está. Fácilmente me paso en este tapete de 6 a 10 horas ensayando al día, o bien con otros magos. Ayer había aquí reunidos… ayer no, ¡esta mañana! A las siete menos cuarto había seis o siete magos, que hemos estado aquí hablando de magia, hasta que les he echado porque tenía ya ganas de desayunar. Esa dedicación es lo que yo creo que se transmite.
Hay juegos que ha ido repitiendo en las funciones desde hace mucho tiempo. ¿Qué tienen de especial para que hayan permanecido constantemente en su repertorio aunque haya evolucionado como mago?
Tienen de especial que son juegos muy queridos, que he creado a lo mejor hace veintitantos años. Pero no son siempre iguales, van cambiando. Es posible que si alguien fue a verme el año pasado y repite este año, puede notar que acaban de otra forma. Son como un cuadro que pinto y voy añadiendo cosas, o voy cambiando los elementos del cuadro. Son juegos en evolución, no nuevos, sino más bien enriquecidos. Lo que no podría hacer sería repetirme y copiarme a mí mismo.
Hablemos de sus primeros pasos dentro de la magia. ¿Era complicado entonces encontrar información sobre técnicas y secretos si querías dedicarte profesionalmente al tema?
Había libros, aunque muy pocos. Pude aprender de algunos de ellos, como los del padre Ciuró, que eran estupendos. Yo empecé con unos seis años con una caja de magia, de esas de Borrás. De ahí pasé con 11 o 12 años a los libros. Con 16 o así encontré una sociedad de magos que había en Madrid, me afilié y desde ahí seguí adelante.
¿Cuáles han sido los grandes magos que más le han influido?
En la foto que tienes detrás [señala una foto en la que un joven Tamariz aparece en torno a una mesa con tres hombres] me tienes precisamente con tres de ellos. A la izquierda tienes a un mago madrileño, Frakson, que vivió en Estados Unidos toda su vida, y que era el mago que cuando salía a los grandes escenarios, nada más salir, la gente sonreía y ya se los había metido en el bolsillo. Con ochenta años, ya retirado, vino a Madrid (hasta los noventa vivió aquí) y cuando salíamos a cenar al cabo de diez minutos siempre había alguien en la mesa de al lado mirándole y sonriendo. Tenía ese carisma, era un hombre de un gran conocimiento y sabiduría, que me enseñó mucho.
Arturo de Ascanio, que está a su lado, era un gran mago de Tenerife que vivió en Madrid, muy profundo, me enseñó a ver que la magia es un arte muy complejo: a veces has dedicado dos años a un juego que tardas dos minutos en hacer, pones en él el jugo exprimido de tus conocimientos.
El que está al lado es Slydini, un mago italoargentino que vivía en Estados Unidos y que para mí ha sido el más grande en magia de cerca. De vez en cuando venía a casa y se estaba aquí un mes, o iba yo a su apartamento en Estados Unidos, me hacía macarrones sin saber que a mí la pasta no me va mucho.
Y en esa otra foto está Pepe Carroll, otro mago extraordinario que desgraciadamente falleció muy joven, con 46 años.
¿Y de los actuales? ¿Qué magos de ahora considera que han heredado aquel talento?
Hay magos en España que son maravillosos. Jorge Blass empezó de jovencito en la escuela de mi hija Ana. Cada vez que voy a verlo a un nuevo espectáculo, ha mejorado rotundamente. Eso es lo importante en un artista, por encima de que se esté renovando continuamente. No se trata de que hoy toco el piano y mañana el oboe, sino que hoy lo toco mejor, con más profundidad, conocimiento e intensidad.
Hay magos de cerca menos conocidos por el gran público pero también muy buenos: Dani DaOrtiz o Woody Aragón, que es extraordinario y está haciendo giras por todo el mundo. En Asia, cuando voy a dar charlas, siempre me preguntan por él.
Como dice, quizás el gran público no es consciente de ello pero la magia que se hace en España tiene un gran prestigio internacional.
Sí, sobre todo en magia de cerca, de cartas especialmente. Recuerdo que cuando hacía programas de televisión, contratábamos magos japoneses o americanos, los mejores en su país, y que cuando preparaban sus números nos decían: “Bueno, hago lo que sea, pero de cartas no, que no me atrevo aquí”. Tenían un respeto tremendo por lo que hacíamos en España con naipes.
También tenemos mucho prestigio en general en magia de cerca, con objetos pequeños como monedas o cigarrillos. Pero eso no quita para que haya también muy buenos magos en escenario. Por ejemplo, los magos hacemos muchos congresos, pero hay uno que llamamos pomposamente 'Congreso Mundial' en el que nos juntamos dos o tres mil magos y que celebramos cada tres años. El último fue en Italia y se lleva a cabo un concurso, aunque yo no soy muy de concursos, creo que en disciplinas artísticas no puedes decir que alguien sea mejor o peor, es cuestión de emociones. El que ganó en la categoría de magia de escenario fue un español, Héctor Mancha.
Tampoco es muy conocida por el gran público su labor como teórico de la magia, que recientemente ha incrementado con un nuevo libro.
He publicado mucho, como 15 o 20 libros, pero ahora he publicado un tocho muy gordo, El arco iris de la magia. ¡Quinientas páginas, aburridísimo, todo teórico, no hay quien lo aguante! Eso sí, le hemos hecho unas portadas bonitas que ha ilustrado mi hija. Había pensado ponerle unas letras doradas en el lomo para que el que lo comprara, como igualmente no lo va a leer, pudiera decir: “¡Pero qué libro más chulo tengo!” [risas]. Y sí, hago muchos seminarios para magos por Asia, por Estados Unidos, distintos países. Ahora he venido de Argentina... voy a decir la verdad: he estado allí porque aquí hace frío y allí está el calor del verano.
El truco de Tamariz para eldiario.es