El tren español de alta velocidad de Talgo, el símbolo de la apertura al exterior de Uzbekistán, lleva a cientos de miles de turistas hasta las joyas de la antigua Ruta de la Seda, situadas en el corazón de la antaño inhóspita Asia Central.
“La tecnología puede ser española, pero el tren ahora es uzbeko”, comentó ufano a Efe Alisher, un pasajero habitual del tren matutino que cubre la ruta entre la capital uzbeka, Tashkent, y la histórica Samarcanda.
Lo que antes era una aventura costosa e incómoda en la que sólo se enrolaban atrevidos mochileros, ahora es un viaje al alcance del turista medio de todas las edades, más aún cuando el buen tiempo en el país centroasiático se prolonga de marzo a noviembre.
En poco más de dos horas el Talgo, equipado con dos locomotoras y once vagones, cubre los más de 300 kilómetros que separan la capital del país con Samarcanda, sede de la corte de Tamerlán (1336-1405), el mayor conquistador nómada de la historia.
Y en menos de cuatro -la mitad que hace diez años-, el tren conocido en Uzbekistán como Afrosiyob llega al andén de la bellísima Bujará (600 kilómetros al oeste).
“En Uzbekistán la velocidad máxima es de 230 kilómetros por hora. La gente está acogiendo muy bien el tren y los porcentajes de ocupación son muy elevados. Los coches van llenos de turistas”, dijo a Efe Antonio Martínez Palacios, director de mantenimiento de Talgo en este país.
El precio del billete -apenas unos 20 euros- sorprende a los turistas occidentales, al igual que la comodidad de los vagones y la rapidez con la que llegan a su destino, no en vano se trata del único tren de alta velocidad de Asia Central.
“Esto es sólo el principio. En un par de años, cuando eliminen los visados, no podremos ni comprar billetes”, asegura Farruj, otro de los viajeros originario de Bujará.
Turistas alemanes, franceses, españoles y chinos abarrotan sus pasillos -el tren tiene capacidad para unos 300 pasajeros- impacientes por sus pies en la legendaria plaza de Reguistán en Samarcanda, una de las grandes maravillas de la arquitectura islámica.
Uzbekistán, el país más poblado de la región situada entre Rusia, el mar Caspio y China, vive un proceso de transición desde que falleciera en 2016 el padre de la nación, Islam Karímov, y el Gobierno quiere atraer a turistas de todo el mundo.
Todo empezó con la compra de dos trenes Talgo 250 que llegaron en barco en San Petersburgo y después por vía férrea a Tashkent (2011). Años después (2017), la flota de Talgo en Uzbekistán sumó otras dos unidades más, con lo que ahora hay cuatro en circulación.
Pero esto es sólo el principio. “Ahora cubrimos cuatro ciudades: Samarcanda, Shakhrisabz, Karshí y Bujará. Pero el cliente está muy satisfecho y tiene intención de aumentar la flota hasta las diez unidades”, comentó Martínez Palacios.
Para empezar, Ferrocarriles Uzbekos y Talgo ya han firmado un contrato para la adquisición de dos nuevos trenes, que permitirán enlazar en 2021 la capital con la tercera joya de la Ruta de la Seda, Jiva, que se encuentra a más de mil kilómetros de Tashkent, en la frontera con Turkmenistán.
“El Afrosiyob es el símbolo de Uzbekistán y el máximo exponente de la alta tecnología en el país. Somos la locomotora del desarrollo económico y de la promoción del turismo”, subraya el representante de Talgo.
Cerca de la Estación del Norte de Tashkent se encuentra el Taller de Mantenimiento de Alta Velocidad de Talgo, una gigantesca nave industrial donde los ingenieros y mecánicos españoles revisan rodaduras, convertidores y sistemas eléctricos para garantizar el buen funcionamiento de los trenes.
“A veces el cliente nos pide que viajemos en el tren para garantizar que hay ninguna parada imprevista. Es la imagen del país”, explica.
Talgo confía en seguir conquistando territorios en Asia Central y otros países asiáticos, ya que son muchas las delegaciones oficiales que visitan las instalaciones de Talgo y viajan en el Afrosiyob para inspeccionar su funcionamiento.
Martínez, que recuerda que el Afrosiyob está fabricado “íntegramente” en España, destaca que en Uzbekistán hay “ancho de vía ruso”, por lo que no se utiliza la rodadura desplazable, como entre Bielorrusia y la Unión Europea.
Mucho más difícil lo tuvo hace más de 600 años Ruy González de Clavijo, el embajador de Enrique III de Castilla que vivió mil peripecias hasta alcanzar Samarcanda en septiembre de 1404, dieciséis meses después de partir del puerto de Cádiz.
Clavijo, que relató sus aventuras en “Embajada a Tamerlán” -el primer libro de viajes escrito en castellano-, es reconocido en Uzbekistán como uno de los pocos occidentales que tuvo contacto con Tamerlán, que murió unos pocos meses más tarde.