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OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

¿Por qué me gusta una serie 'sobre chicas' si soy un señor?

Es fácil decir en voz alta que nos gusta Mad Men o The Wire, porque nos hace parecer inteligentes y cultos. También es fácil decir que miramos The Big Bang Theory o Modern Family, porque nos hace fama de divertidos o de afectos a la diversión. Y si decimos que miramos Treme, parecemos sensibles a la música y a la política. Pero también hay series que miramos un poco a escondidas, con cierta vergüenza generacional o de género; hay series que no mencionamos en voz alta en las sobremesas ni en los tuits. Un buen ejemplo es Girls. ¿Qué hace un tipo como yo, gordo, barbudo, de cuarenta y pico, viendo una comedia de veinteañeras neoyorquinas?

Quiero quitarme la máscara y salir del armario. Y lo haré aquí mismo, públicamente: adoro Girls, a pesar de la brecha generacional, geográfica, sexual, tecnológica y hormonal que me separa de sus tramas. No hay una sola cuestión que me haga empatizar con ninguno de sus personajes, y sin embargo me parece una de las poquísimas series de televisión que servirán —dentro de cien años— para explicar cómo ha vivido y qué ha pensado la juventud en la segunda década del siglo veintiuno.

Una de las razones de esta capacidad de observación de Girls tiene la edad de su creadora: Lena Dunham nació el mismo verano en que Maradona le hizo el segundo gol a los ingleses en el Mundial de México. Este no es un dato menor: quiere decir que cuando nació todos nosotros ya teníamos pelos en las patas.

La edad de la inocencia

La edad de Dunham, junto a su madurez narrativa, son un monumento a la paradoja. Como si un elefante fuese el director del zoológico. Posiblemente el de Dunham sea uno de los casos de mayor precocidad en producir, dirigir, escribir y protagonizar una serie de televisión para HBO (no se me ocurre un caso similar). Y además lo hace como si supiera. Como si ya hubiera vivido su juventud largamente y ahora pudiera diseccionarla desde una vejez contemplativa.

Su talento, sin embargo, no llegó de un día para el otro. Un poco antes de que HBO la fichara para el piloto de Girls, y con solo 23 añitos, dirigió y escribió su primer largometraje, Tiny Furniture, que fue sensación en Sundance 2010. Igual que Paco León con Carmina o revienta, Lena hizo una opera prima inteligente con escaso presupuesto y utilizando a actores muy familiares: su madre y a su hermana. La película es sorprendente, sobre todo si se tiene en cuenta la inexperiencia brutal de su directora.

Pero es con Girls donde Lena Dunham alcanza la madurez suficiente, y sobre todo el arte necesario, para que ya no importe su edad. Ya no sorprende su precocidad cuando oímos algunos diálogos de la serie, sino su tremendo poder de observación generacional.

Debo confesar que yo no esperaba nada de Girls. Cuando aparecieron los primeros trailers y afiches, recuerdo haber pensado lo mismo que muchos: “¿Otro Sex and the City?, qué espanto”.

Eran horas bajas para HBO, eso también es verdad, y muy pocos apostaron al éxito de un formato que se olfateaba muy similar al de siempre. Pero sin embargo hoy, después de tres temporadas cortas, Girls está mucho más cerca de convertirse en un clásico de la tele que la historia de Carrie Bradshaw.

¿De qué se trata la vida hoy?

Anoche se emitió el último capítulo de la tercera temporada de Girls. Un episodio sereno, hermoso, con el puntito filosófico que subraya su esencia y –en algunas escenas puntuales– conmovedor y valiente. Cuando la pantalla fue a negro me emocioné un poco. Con vergüenza, por supuesto, porque los hombres gordos y viejos no debemos ver estas cosas, pero por alguna extraña razón satisfecho.

¿Por qué me interesa esto?, me pregunté después. Y la respuesta no tardó mucho en llegar: porque estoy viejo, sí, pero todavía no estoy muerto.

El gran problema de hacerse viejo es dejar de comprender a la generación que te precede. Escribo esto con más de cuarenta años encima, y debo confesar que no utilizo WatsApp ni conozco sus trucos de vigilancia, que nunca participé en competiciones de videojuegos online, que desconozco con rabiosa ignorancia la cultura audiovisual del siglo veintiuno, que nunca me follé a nadie de mi timeline, que jamás en mi puta vida concurrí a una flashmob y que mi cerebro no es, ni será nunca, multitarget.

Llega un punto en que debes elegir con qué vicios quedarte para que la cabeza no te explote. Pero al mismo tiempo tu cuerpo conserva un eco de la energía juvenil, y sabes que los nacidos después que tú han empezado a vivir con plenitud unas experiencias que jamás vivirás. ¿Cuáles son esas experiencias? ¿De qué se trata la vida hoy? ¿Es verdad que se folla mucho mejor y más fácil que antes? ¿Es cierto que la inteligencia ha vuelto a ser una herramienta de poder? ¿Realmente los jóvenes son capaces de ver fútbol, apostar en Btwin y tuitear sobre otro tema, todo al mismo tiempo? ¿Qué carajo son todas esas sagas fantásticas de nombres raros?

En ese punto de la incerteza, que es un momento horrible del inicio de la vejez, tu única salvación es encontrar un referente que piense como tú cuando tenías 25 años, pero que posea las herramientas de la ironía actuales. Y, sobre todo, que las transmita con un talento desafectado y clásico.

Eso es “Girls”, exactamente eso. Y me alegra que ya se haya confirmado una cuarta temporada. Me alegra cada vez que Lena Dunham aparece desnuda en pantalla, con esas tetitas de regordeta purificada. Me alegra que alguien haya escrito un personaje tan complejo y fuera de tópicos como el de Adam (qué tremendo actor, Adam Driver). Me alegra que la serie y su creadora hayan ganado sendos Globlos de Oro el año pasado. Me alegra que Lena Dunham haya tenido la valentía y el descaro de escribir una frase épica del episodio piloto.

En el trailer de aquí arriba está esa frase (00m29s). Hannah encara a sus padres para pedirles dinero y les dice: “No quiero asustarlos, pero creo que podría ser la voz de mi generación”. No lo decía Hannah Horvath. Lo decía Lena Dunham: nos estaba dando el aviso.

Me alegra que le haya salido redondo. Y me alegra, sobre todo, que HBO haya sabido pasar del absurdo glamour de Sex and the City al realismo crudo e hipnótico de Girls. Eso quiere decir que estamos evolucionando como especie.

Es fácil decir en voz alta que nos gusta Mad Men o The Wire, porque nos hace parecer inteligentes y cultos. También es fácil decir que miramos The Big Bang Theory o Modern Family, porque nos hace fama de divertidos o de afectos a la diversión. Y si decimos que miramos Treme, parecemos sensibles a la música y a la política. Pero también hay series que miramos un poco a escondidas, con cierta vergüenza generacional o de género; hay series que no mencionamos en voz alta en las sobremesas ni en los tuits. Un buen ejemplo es Girls. ¿Qué hace un tipo como yo, gordo, barbudo, de cuarenta y pico, viendo una comedia de veinteañeras neoyorquinas?

Quiero quitarme la máscara y salir del armario. Y lo haré aquí mismo, públicamente: adoro Girls, a pesar de la brecha generacional, geográfica, sexual, tecnológica y hormonal que me separa de sus tramas. No hay una sola cuestión que me haga empatizar con ninguno de sus personajes, y sin embargo me parece una de las poquísimas series de televisión que servirán —dentro de cien años— para explicar cómo ha vivido y qué ha pensado la juventud en la segunda década del siglo veintiuno.