La portada de mañana
Acceder
16 grandes ciudades no están en el sistema VioGén
El Gobierno estudia excluir a los ultraderechistas de la acusación popular
OPINIÓN | 'Este año tampoco', por Antón Losada

La esquina que enfrenta a las dos Españas y divide a los vecinos

Peio H. Riaño

27 de octubre de 2021 23:10 h

0

“Admitiremos que el diálogo no ha sido posible 46 años después de la muerte de Franco”. Al otro lado del teléfono, el artista Mateo Maté (Madrid, 1964) reconoce su derrota y, claro, la de la democracia. “¿Qué nos está pasando que no podemos hablar para discutir qué héroes queremos en nuestras calles? ¿Realmente pensamos que vivimos en una sociedad libre?”, se pregunta después de que el Ayuntamiento de Madrid haya amenazado con borrar de un plumazo su intervención en la vía pública.

Los hechos se remontan a diciembre. Entonces, unos empresarios inmobiliarios con sensibilidades artísticas –que prefieren no desvelar su nombre– le llamaron para invitarle a intervenir las dos fachadas de unos bajos de su propiedad, en una esquina en el barrio de Pueblo Nuevo. Maté es rápido en sus hallazgos y a las dos semanas ya estaba colocando las placas de la fachada derecha y las de la fachada izquierda. 

La acción se incluye en una de sus series más aplaudidas, llamada Nacionalismo doméstico, en la que descubre cómo la política forma parte de los gestos más íntimos y privados aunque no se reconozca: manteles, camas o fogones, todo es política. Así que en la esquina de la calle de Llanos de Escudero con la calle Berasategui montó Fachada derecha - Fachada izquierda. En la primera colocó 24 réplicas de placas de calles dedicadas a los héroes franquistas: General Millán Astray, Muñoz Grandes, General Fanjul, Caídos de la División Azul, General Yagüe o la plaza del Caudillo. Algunos han sido tachados con pintura blanca por los vecinos.

En ese momento aparece la inquilina de este bajo, con un café y una conferencia de trabajo pendiente. Nos atiende con urgencia y sin querer dar muchos detalles sobre cómo es vivir en una obra de arte que interpela el diálogo con la calle. Antes de desaparecer en el interior dice apresuradamente que nunca le ha pasado nada, que lleva un año viviendo ahí, que trabaja en casa y que no ha sufrido la ira de ningún espontáneo contra el plantel de militares que cuelgan y rodean las dos ventanas de su casa. En la puerta ha colgado una pizarra que dice: “Esto es una vivienda, por favor, no molestar si no es necesario”. Sin embargo, el propietario del inmueble explica a este periódico que en unos días se marcha del apartamento por “las manifestaciones y el acoso sufrido” por el plantel de militares. 

Un diálogo tenso

En la fachada de la izquierda las cosas tampoco han sido tan sencillas, según cuenta el artista. Ahora mismo en este bajo tampoco tiene inquilino. Aquí aparece las escritoras Rosa Chacel y Carmen Laforet, la pintora Ángeles Santos, la poeta Ángela Figuera, el cineasta Luis Buñuel, el fotógrafo Robert Capa o el poeta Rafael Alberti entre los 24 nombres de placas repartidas sobre el muro en blanco. Ninguna está tachada pero han arrancado de cuajo la de Maestra Justa Freire, que debía haber sustituido a la de Millán Astray si el alcalde José Luis Martínez-Almeida hubiese recurrido la reinstalación del militar golpista. 

A los dos promotores inmobiliarios el arte les va a salir más caro de lo que creían. “No esperábamos esta reacción. El Proyecto Farola es una propuesta de intervención de muchas otras fachadas del barrio. Ahora mismo hay terminadas otras tres y varias en curso”, cuentan. La de Maté es la única que les ha dado dolor de cabeza. “Cuando le encargas al artista la obra, el artista propone libremente. Sin embargo, aseguran que están en conversaciones con Maté para que el proyecto evolucione estéticamente y encontrar una solución menos molesta para los inquilinos. ”No podemos dejar que las personas que vivan en estas casas pasen por esto“, sostienen los propietarios.

La tensión comenzó en el mismo montaje. La Policía Municipal le paró la instalación, aunque Mateo Maté mostró a los agentes todos los permisos y autorizaciones. Cuenta que a lo largo de este año el Ayuntamiento de Madrid ha remitido a la propiedad con un requerimiento técnico que le ordena la retirada de todas las placas o sanción: “Lo que plantea para retirar las placas es que colocarlas es potestad del Ayuntamiento, no de cualquier ciudadano libre. Y dicen que se presta a la confusión”, explica Maté. 

Genera confusión, pero no se confunden unas con otras: las placas con el nombre de la calle están atornilladas en la primera altura del edificio y las del artista están agrupadas en la fachada del bajo. “Esto es acoso a la libertad de expresión”, zanja Maté. Los promotores han recurrido el requerimiento al Ayuntamiento explicando que no son nombres de calle, sino una obra de arte.

Una payasada

“Al Ayuntamiento de Madrid solo le gustan las placas franquistas si las ponen ellos. Si otros las usan, les parece mal. Sobre todo si se usan para denunciar homenajes y celebraciones a la dictadura”, explica Mateo Maté. Ahora piensa que si hubiera hecho una pintura hiperrealista, con las placas dibujadas sobre la pared, se trataría de una pintura mural y esto podría haber evitado el acoso municipal al no ser placas. El arte en público debe conocer la disciplina urbanística para protegerse de ella. “El arte público no es el que está en la calle, sino el que desmonta la hipocresía moral. Es público porque propone un diálogo con la comunidad en la que actúa. Pasa con el grafiti, que ha dejado de ser desobediente para decorar las calles”, añade. 

“Esto es una payasada, una gilipollez. Se creerá artista el que lo ha hecho. Este país está dirigido por un juntaletras y nos falta mucho conocimiento de historia. La Ley de Memoria Histórica y la Ley de Igualdad son dos gilipolleces. Me da igual si las retiran o las dejan ahí puestas porque aquí nadie sabe quién es el General Mola, porque todos son de fuera”, dice un vecino que entra en el portal contiguo. Tira de su carrito de la compra, ronda los 50 años y explica que este país está “fuera de control” porque “una mujer puede acusarte de haberla violado pero a un policía al que le han pegado no se le cree”. 

Del mismo portal sale un matrimonio con unas bolsas que tiran al cubo de la basura, mientras se lamentan de lo sucia que está la calle. Él responde lo que le parece la instalación de las placas de los franquistas: “Estoy indignadísimo. No quiero estos nombres ahí todo el día puestos. Los otros al menos son escritores y escritoras, pero estos son guerreros. ¡No se puede permitir!”, suelta antes de volver a sus recados y de dejarnos con “guerreros” apuntado en la libreta.

Pasa por allí otro vecino que cruza por delante todas las mañanas de camino al trabajo: viste una chaqueta de camuflaje con bandera española en el brazo y dice que nunca se había fijado en los nombres, “solo en que unos están tachados y otros no”. Ronda los treinta años. “Debe ser que a unos no les gusta nada”, comenta.

Mateo Maté dice que el deber de los artistas es buscar los límites para desvelar si nuestra democracia es madura. La conclusión a la que ha llegado el artista no parece satisfactoria: “Pensamos que vivimos en una sociedad mucho más democrática de lo que realmente es”. Con esta acción pretendía que el ciudadano reflexionara sobre la cuestión del héroe y su representación en nuestras calles, porque estos modelos “están un tanto confusos”. El artista se ha movilizado contra la propaganda de unos valores que actúan con impunidad en público, como si todavía fueran ejemplares. 

Héroes sin trabajo

¿Son estos héroes los que nos representan? Esa pregunta es la que ha generado el malestar en una parte de la comunidad, que prefiere negar el conflicto antes que resolverlo. “No propone un diálogo, ¡es una provocación! Me parece mal porque esto es provocar al pueblo. Aquí no hay debate sobre esto porque la gente en la calle de lo que habla es de la falta de trabajo. No tiene ninguna intención de debatir, solo de enfrentar”, dice otro vecino, jubilado, sin perder la sonrisa. También cuenta que ha habido riñas entre los vecinos y los inquilinos y lo que más le extraña es que no hayan venido “las televisiones” a contarlo. 

La calle que divide en dos a España se atrevió a cuestionar los valores impuestos en una dictadura y heredados sin depurar en democracia. “No le doy ninguna importancia a eso”, y señala con el dedo este vecino la fachada. “Tengo mis ideas y lo mismo me da que me da lo mismo. Yo tengo mis ideas, a mí me gusta la bandera porque he nacido aquí hace muchos años”, dice. Tiene 75 años, ha sido taxista durante cincuenta años y asegura que el primer coche que hubo en esta calle fue el suyo. “Este es un barrio obrero, de izquierdas y de derechas. ¿Qué tal te va en el trabajo?”, pregunta.