Carrie Fisher, la actriz que dio vida a la princesa Leia (llamada después Generala Organa) es, posiblemente, la intérprete que más ha dado que hablar de la historia de Star Wars. Fue la única que se pasó por el forro las reglas de secretismo que atañen a todo el equipo galáctico cuando reveló alegremente en la revista Palm Beach Illustrated que iba a participar en la nueva entrega, El despertar de la fuerza (2015). Hasta llegó a filtrar en un tuit (que borró poco después) el traje que vistió. Durante aquella promoción también confesó, disgustada, que Disney la había obligado a adelgazar 15 kilos para el rodaje.
La relación entre la actual dueña de la mítica franquicia y Leia ha hecho correr ríos de tinta durante décadas. En mayo de 2014 hubo un pequeño escándalo: la productora no pensaba vender merchandising de la (entonces) Generala, ignorando a su personaje. Una decisión que, ante la oleada de quejas, la empresa corrigió más tarde. Un error que acompañó a las críticas históricas a la saga por hipersexualizar su personaje, a las que muchas veces se unió la voz de Fisher. En una conversación con Daisy Ridley, otra de las protagonistas femeninas de la actual Star Wars, la actriz fue clara con ella: “Lucha por tu outfit. No te conviertas en una esclava como yo”.
En esa misma línea se pronunció contra aquellos que no eran capaces de entender que, treinta años después, su aspecto no fuese igual que en las primeras películas. “Mi cuerpo es sólo el recipiente de mi cerebro”, les espetó a las puertas de un 2016 que también se la ha llevado a ella.
Mucho más que un bikini
A Fisher, quizá, nunca le gustó demasiado ser una princesa. Nacida en 1956 en Los Ángeles, era hija del cantante Eddie Fisher y la actriz Debbie Reynolds (y no de Joan Crawford, como asegura la extraña leyenda urbana que dice que es la autora de Queridísima mamá). Su padre rompió la relación con su madre cuando ella tenía solo 3 años por su mejor amiga, Elizabeth Taylor. Sólo tenía 21 cuando dejó de ser “la hija de Debbie” para convertirse en la Princesa Leia. Un papel que la marcó para siempre. Con un peinado y un bikini, pasó a ser un icono cinematográfico y sexual para toda una generación. Hoy muchos le recordarán con ese atuendo que ella, en realidad, siempre odió. “Por qué no le cuenta a su hija que el personaje lleva esa ropa no porque ella lo escogiera, sino porque la obligaron a llevarla”, dijo sobre él. Porque Fisher fue mucho más.
Después de aquel despunte llegó una historia demasiado conocida en Hollywood: una carrera que nunca acabó de despegar, adicciones varias y desengaños sentimentales. También aprendió a convivir con un trastorno bipolar, diagnosticado a los 24 “y que no aceptó hasta los 28”, confesaba el noviembre pasado en The Guardian. Lejos de ocultarlo, decía, lo veía como “una oportunidad para ser un buen ejemplo para otros y compartir el problema”.
Pero también escribió y publicó con gran éxito varias obras con tintes autobiográficos. La última de ellas, publicada en abril de este año, The Princess Diarist ('La princesa diarista'), basada en los diarios que escribió cuando rodaba la primera entrega de Star Wars en 1977.
A los 59 años, metida en una industria donde la profesional más valorada es una Jennifer Lawrence de 25, Fisher volvió a ser una de las protagonistas de la superproducción entre las superproducciones (junto a otras estrellas jóvenes, eso sí). Todavía hubo tiempo para que la Princesa se reconvirtiera en Generala y para que su historia de amor con Han Solo, un Harrison Ford que hoy supera los 70, viviera una segunda parte. También para rodar un episodio VIII al que, a buen seguro, le acompañará su fuerza.