¿Es Facebook la nueva telenovela?

Él o ella es una persona atractiva y simpática, alguien con quien te cruzaste en la universidad pero que por motivos laborales se tuvo que ir al extranjero, quizás a algún país europeo. Sin irle del todo bien sabe sacar partido en Facebook a la belleza que le rodea: una bicicleta vintage, un libro al lado de una ventana lluviosa y su pareja, una persona estilosa y arrebatadora. Sin embargo, ese novio o novia comienza a desaparecer progresivamente de las fotografías quedando tan solo un escenario vacío de prados verdes y librerías con encanto. De repente, un día, el muro de esa persona anuncia “¡¡De vuelta a casa!!” y se llena de las cañas, bares y saludos al sol en las terrazas. ¿Qué puede haber pasado con ese novio guapo, ese futuro prometedor, ese gato siamés y ese libro a medio leer?

Este dramático argumento, que podría pertenecer al capítulo estrella de una larga telenovela, es una historia sacada del muro de mi Facebook, que, como el suyo propio, probablemente esté plagado de ese material terriblemente humano del que se han construido los culebrones: un sinfín de rupturas amorosas, nacimientos, bodas, intrigas, arrebatos políticos, enfermedades y efusiones románticas. Sin embargo, a pesar de que el culebrón haya triunfado hasta colonizar el modo en el que contamos nuestras vidas y leemos las ajenas en redes sociales, como formato televisivo podemos decir que lleva en decadencia más de una década.

Las telenovelas, definidas como seriales dramáticos de mañana caracterizados por ser vistos en el ámbito doméstico de manera continua y repetitiva (a lo largo de toda la semana y el año) y por ser episódicos, fragmentados y centrados en las relaciones de una comunidad específica de personajes, llevan más de una década en decadencia en el ámbito anglosajón. Una decadencia marcada por la caída en picado de sus audiencias que ha llevado a la cancelación de programas tan longevos como Guiding Light, el culebrón estadounidense que empezó emitiéndose en la radio en 1937 y que terminó su andadura televisiva en 2009 con la friolera de 15.762 episodios. Así como la cancelación del revival de una serie que llevó a los culebrones al prime time en 1978 como fue Dallas y que, recuperada por la cadena TNT en 2012, tan solo duró tres temporadas.

Entre los motivos para ese declive en el ámbito anglosajón las expertas señalan la proliferación de canales de entretenimiento matutinos, los cambios en las audiencias debido a las nuevas tecnologías y la aparición de la televisión a demanda. A eso deberíamos sumar los fallos creativos de sus responsables e incluso algunos apuntan a la crisis del automóvil ya que en EEUU estos programas solían contar con esta industria como patrocinadora fija. Por encima de ellos surge un tema clave: los cambios profesionales y personales de su audiencia fija, las mujeres adultas.

El culebrón y el ama de casa distraída

Las telenovelas tienen su origen en los seriales radiofónicos de los años 30, que patrocinados por detergentes, recibieron en inglés el término de soap-operas. Ya desde el principio vemos como el género ha estado relacionado con un público determinado, que se ha llegado a convertir en un cliché del género: el del ama de casa aburrida que dedica sus tiempos muertos al serial, quizás incluso descuidando las tareas domésticas.

De hecho, una de las primeras aproximaciones a los culebrones desde el feminismo la realizó Tania Modleski en su libro Loving with a Vengeance donde analizaba las similitudes entre la experiencia cotidiana de las mujeres y las características de la telenovela. Para la profesora Modleski los culebrones ni son textos realistas, ni poseen un final cerrado por lo que no tienen un objetivo como el trabajo masculino sino que subrayan la repetición, la falta de progreso o de fin que caracteriza el trabajo doméstico.

Este carácter de narración interminable y toda una serie de mecanismos televisivos que fomentan la interrupción, la fragmentación y la repetición de los momentos culminantes haría de la espectadora de culebrones una espectadora distraída. Algo esencial para Modleski pues para ella los culebrones no distraerían a las mujeres de su trabajo cotidiano sino que crearían un estado mental distraído necesario para realizar las aburridas y monótonas tareas del hogar, de ahí su carácter reaccionario.

Desde ese estudio de 1982 han sido múltiples los enfoques para analizar este género que según los autores del libro The Survival of Soap Opera: Transformations for a New Media Era “ha sido diseñado para capitalizar la intimidad y el acceso constante que proporciona la televisión con una narrativa diaria y serializada que nunca acaba”. Alguno de ellos recoge evidentemente cambios demográficos como la llegada masiva de mujeres al mundo laboral (y su alejamiento de la televisión matutina) o los nuevos discursos sobre feminidad que fabricó el neoliberalismo con series como Sexo en Nueva York y que en los noventa transformó la industria romántica comercial, tanto televisiva como editorial, centrándola en mujeres de 18 a 40 años.

Frente a esos cantos fúnebres, la profesora de Comunicación Audiovisual de la Universidad Carlos III de Madrid, Concepción Cascajosa, niega que la decadencia de la telenovela sea un fenómeno global ya que es “un género hegemónico en América Latina cuya popularidad en los mercados europeos y asiáticos es enorme. China produce sus propias series, Israel lo ha incorporado a sus sistemas de producción y Turquía se ha convertido en la cenicienta de la televisión internacional gracias a la popularidad de sus telenovelas en toda la cuenca mediterránea, incluyendo el mercado griego”.

La era dorada de la televisión: ¿culebrones para varones?

Uno de los elementos curiosos de la decadencia de los culebrones es que coincide en EEUU e Inglaterra con lo que se ha llamado la edad dorada de la televisión. Los autores de The Survival of Soap Opera exponen que gran parte elementos narrativos de las telenovelas se han convertido en elementos indispensables de “televisión de calidad”: las historias que abarcan más de un episodio, los personajes que se repiten durante muchas temporadas, el subrayado musical, la metáfora visual y el centrarse en las evoluciones psicológicas y las relaciones entre los personajes. Por ello expertas como Avi Santo exponen que series como las de la HBO o títulos como Mad Men o Breaking Bad, bajo su discurso de calidad, masculinizan los seriales televisivos, generalmente entendidos como femeninos.

La profesora Cascajosa, que discrepa que las telenovelas no puedan ser televisión de calidad, expone que “eso no significa que estas series sean telenovelas o soap-operas, sino que se alimentan de un tronco común, el de la forma melodramática. Creo que las telenovelas deben haber demostrado que a través de la exploración los conflictos internos de los personajes se pueden articular narrativas de largo recorrido que además puedan captar la atención del espectador y fidelizarlo. Las primeras series que trabajaron la serialidad en la máxima audiencia en Estados Unidos, como Peyton Place, bebían de la tradición de la soap-opera y esa es una semilla que, aunque tardara muchos años, acabó germinando en la forma de las historias en continuidad. Pero quizás aquí se podría hacer la precisión de que las soap-operas se hacen para continuar hasta el infinitivo, mientras que la mayor parte de estas series tienen un arco dramático destinado a cerrarse”.

Aunque Mad Men y Falcon Crest compartan un mismo tronco melodramático, Cascajosa sí que aprecia una cierta masculinización de las series de calidad al ensalzarse y generalizarse “un cliché narrativo sobre un hombre de mediana edad genial pero atormentado, que es de alguna manera como los creadores de estas series se ven a sí mismos”. Algo, que según esta autora estaría relacionado con quien crea el canon televisivo: “Si los críticos y los votantes de los premios gremiales son en su mayoría hombres, es normal que éstas series hayan alcanzado una mayor relevancia en comparación con otras con mucha más audiencia, como pueden ser las de la productora Shonda Rhimes como Scandal o Como defender a un asesino”.

Facebook: un culebrón en la vida real

En 1992 la MTV estrenó el reality The real world que fue anunciado con el slogan “culebrón en la vida real” marcando un paso más allá de ese modo de entretenimiento televisivo basado en el disfrute (y sufrimiento) de la vida cotidiana ajena a través de sus relaciones personales. Algo que está en la base de los culebrones y que también podemos encontrar en los programas de famosos donde una audiencia fiel sigue las tribulaciones de sus celebrities favoritas.

¿Cómo han impactado las redes sociales en este tipo de narrativas? Lynn Leahey, la editora de la revista Soap Opera Digest declaraba para The Guardian que “Facebook es la nueva telenovela ya que da el mismo sentimiento de intimidad, de estar al corriente de la vida de la gente, de ver sus bodas, el nacimiento de sus hijos, de ver cómo éstos crecen que proporcionaban las telenovelas”. En ese mismo periódico el periodista y guionista Charlie Swinbourne explicaba la capacidad de personalización que tenía Facebook a la hora de crear una narrativa similar a las de la telenovela porque todos sus usuarios nos convertimos en productores televisivos al aceptar solicitudes de amistad, al eliminar enemigos e incluso al ocultar o favorecer ciertos contenidos a través de nuestros likes.

Junto a esos mecanismos, no podemos negar que existen algunas sorprendentes coincidencias entre la narrativa de las telenovelas y las de Facebook: el carácter de narrativa infinita, el aspecto cotidiano de sus interacciones (personajes a los que vamos diariamente) y que ambas son estructuras narrativas complejas donde múltiples historias se entrecruzan en un mismo visionado. Eso por no hablar de la presencia del primer plano, el selfie, o que en las dos y por tendencia general lo público, lo político queda sometido a lo personal.

Por último, existe una diferencia evidente: en Facebook no solo somos espectadores sino también personajes de la telenovela. A ese respecto la red social y sus algoritmos se convierten en el lugar donde nos narramos sentimentalmente. Tal y como hace Máximo, un hombre gay de 38 años recién separado de su marido, que nos contaba que su ruptura por Facebook se había vivido “retrospectivamente, porque una vez que tomas la decisión o la toman por ti, vuelves a tu Facebook y al de tu ex y descubres que está todo lleno de señales y de que habías empezado a separarte mucho antes de que te dieses cuenta”.