Como diría René Magritte, esto no es un monólogo. El show de Hannah Gadsby parece un monólogo y suena como un monólogo, pero es todo lo contrario a lo que los cómicos suelen hacer encima de un escenario. Nanette es una carta de renuncia y la revelación de que el humor no es una terapia infalible para superar los traumas, por mucho que se insista en lo contrario.
Gadsby no niega el poder terapéutico de la risa, tan solo desmiente que sirva en todos los casos y aún menos mediante el tipo de humor en el que ella se ha especializado: la auto humillación. Cuando el famoso mantra de “reírse de la propia desgracia” se lleva al máximo exponente, puede esconder trastornos inimaginables para que el que aplaude desde la grada.
“Pienso que debería retirarme de la comedia. En serio. Aunque probablemente este no sea el foro adecuado para semejante anuncio, ¿no?”, suelta la australiana en su último stand-up. Hay una ley no escrita por la que los cómicos no deben generar tensión real en la platea si no es para consumarla con un chiste. Pues bien, Gadsby retuerce la tensión hasta que sus ojos se empapan en lágrimas y el público no tiene más remedio que llorar con ella.
Hannah nació en una aldea de Tasmania, una isla oceánica con demasiado odio en su interior en proporción a sus pequeñas dimensiones. Hasta 1997, la homosexualidad estuvo penada con la cárcel en esta región y el 70% de su población defendía que fuera juzgada como una actividad criminal más. Fue entonces cuando Gadsby descubrió que era lesbiana y homófoba, todo al mismo tiempo. “Ya era tarde, no basta con pulsar un botón y cambiar. Es más fácil odiarte a ti misma”, confiesa en Nanette.
Cuando era joven, se refugió en la comedia para superar unos traumas que no terminaban de cicatrizar. Por ejemplo, su salida del armario. “Cuando las personas que te rodean, te quieren y te cuidan, también piensan que deberías estar entre rejas, es imposible crecer teniendo una pizca de amor propio”, dice en su testimonio, y de pronto el silencio se cierne sobre la ópera de Sidney.
Descubrió que edulcorando su pasado y añadiéndole píldoras de ficción, hacía reír a la gente, así que optó por obviar las partes más dolorosas del relato por el beneficio de la comedia. “He basado mi carrera en burlarme de mí misma. Ese es el humor que me caracteriza. Y ya no quiero seguir haciéndolo. Se acabó”, clama con furia.
“¿Entendéis lo que significa el autodesprecio cuando viene de alguien cuya existencia ya es de por sí marginal? No es humildad. Es humillación. Me menosprecio a mí misma para que me dejen hablar desde aquí. No me lo haré más ni a nadie que se identifique conmigo”, continúa.
Gadsby ejemplifica esto a través la historieta que siempre cuenta para reírse de la homofobia y la ignorancia de quienes la critican. Con 20 años, estaba en una parada de autobús hablando con una chica cuando, de repente, apareció su novio y le gritó: “¡eh, tú maricón, apártate de ella!”. Al darse cuenta de que no era un hombre, el crío se retiró arrepentido y juró que nunca le pegaría a una mujer. “¡Qué gran tipo!”.
Ella lo cuenta con arte y esa sorna que le ha valido el reconocimiento entre lo más granado de la comedia estadounidense. Pero eso no fue lo que ocurrió en realidad: el chico se envalentonó, volvió y le pegó una paliza brutal sin que nadie se dignara a detenerlo. “No fue por un tema de homofobia, sino de género. Si hubiese sido una mujer femenina, no me habría pasado”, relata.
Nanette tiene lo mejor de una confesión autobiográfica, la emoción y la sinceridad, y la distensión del monólogo puramente cómico, destinado al placer de los de abajo. Es una combinación hasta ahora nunca explorada porque parecía que el humorista se debía a su disfraz de payaso para facilitarle la vida a los demás. “No estoy dispuesta a liberaros más de esa tensión”, asegura Gadsby, quien se culpa de no haber dado a su testimonio la relevancia que se merece.
“Con el monólogo de la salida del armario, lo que hice fue congelar una experiencia muy formativa en su punto traumático y encapsularla en chistes. Esa versión cómica se fusionó con mi recuerdo real de lo sucedido, pero desafortunadamente la versión no era lo suficientemente sofisticada como para ayudarme a reparar el daño que me hizo la realidad”, cuenta con sinceridad. Con suma inteligencia, Gadsby hila el relato con la siguiente víctima de su humor mordaz y que ya nunca volverá a ser su propia persona: el hombre blanco heterosexual.
“No odio a los hombres, les temo”
¿Por qué machacarse a una misma pudiendo hacérselo a los que la han pisoteado durante toda su vida? Hannah Gadsby sufrió abusos sexuales siendo una niña, y se los perpetró un hombre. Recibió una paliza que casi la deja inconsciente, y se la dio un hombre. A los 20, fue raptada y violada en repetidas ocasiones, y esta vez no lo hizo uno, sino dos hombres. “No odio a los hombres, pero les tengo miedo”, admite la mujer de cuarenta años que se sobrepuso a la violencia y a la depresión.
Pablo Picasso, Bill Cosby, Roman Polansky, Woody Allen, Harvey Weinstein, Gadsby crea un paredón con las figuras públicas menos populares del momento para dar una lección feminista, pero sobre todo de humanidad, sobre la corrupción del poder sobre el cuerpo de las mujeres. También hace humor cuando habla de todas las veces que ha sido confundida con un hombre heterosexual blanco y su vida ha sido mucho más sencilla. “Soy de lo mejor, persona de primera: hombre hetero y blanco. ¡Me van a dar un buen servicio sin ningún esfuerzo por mi parte!”, ironiza.
“Son solo bromas de vestuario, no os sintáis intimidados. ¿Sabéis por qué me encanta meterme con los hombres hetero blancos en mis bromas? Porque se lo toman bien. Solo me dicen que lo que me hace falta es una buena polla y comer un poco de su semen”, dice haciendo un guiño al público.
Hannah Gadsby se ríe de los límites establecidos del humor, define el cubismo de Picasso como un “caleidoscopio de su propio pene” y habla de las enfermedades mentales sin filtros mentando a van Gogh e instando a la automedicación. Sin embargo, hay un límite que Gadsby no piensa cruzar, y es el del respeto a sí misma. Y gracias a eso, a Nanette y a su valentía, hoy el humor es un lugar un poco más puro e inteligente que ayer.