Si el carpintero que levantó la cruz de Cristo escribiese artículos periodísticos, lo haría como Lester Bangs: ametrallando la máquina de escribir hasta que las astillas saltasen los ojos. Hace unas semanas apareció la segunda entrega de sus prosas reunidas, un volumen de escritura nerviosa y anfetamínica por donde el rock se pasea sin aliento, a golpe de tecla y de látigo. Porque Lester Bangs fustiga sin concesiones.
Sin ir más lejos, a Elvis Costello lo deja tiritando, y a Kim Carnes le pega un gancho directo a los ojos de Bette Davis, aprovechando la canción que la hizo famosa. Con Jimi Hendrix, el colgado de Bangs se pasea por el bardo tibetano durante una entrevista realizada años después de su muerte, y con Miles Davis, al que desea lo peor desde que le dio por hacerse eléctrico, mantiene una peculiar relación de desprecio; su música cucarachera le hacía sentir a Bangs como si estuviera “constantemente rodeado de entidades alienígenas, reptilianas y toda clase de insectos pululando a su alrededor”.
Pero todo esto se queda atrás cuando Lester Bangs se pone punkarra con el hardcore y con la música de los skindheads, “cánticos de fútbol politizados para patanes”. Son los delirios del que escribe rompiendo la hoja a golpes de hacha, del que se traga las anfetaminas con el agua bendita de las iglesias para después escupir su gargajo de sangre al cielo. Sus críticas fueron una ensalada de heces al gusto del consumidor, ese lector friki que no podía pasarse sin su ración de prosa diarreica y brillante cada vez que se acercaba al quiosco y escarbaba en la prensa musical norteamericana.
A veces, el mismo Lester Bangs se sorprendía de que le pagasen por algo que hacía igual que cuando se sentaba a hacer sus necesidades. Escribía con las tripas, no hay duda, y donde cualquier otra persona carga su maldita digestión, el cargaba la música ingerida con tropezones de pastillas. Hoy en día, los textos de Lester Bangs tienen el hedor de su mal aliento, semejante al efluvio de una alcantarilla. La rabia con la que escribía este tío le había podrido las muelas. Con todo y con eso, yo aproveché que los Reyes Magos no saben leer para pedir su último libro que se titula “Venas al frente, festines de sangre y mal gusto”, la traducción es de Paco Arrieta y lo publica Libros del Kultrum. Los Reyes Magos me lo dejaron sin problemas junto al carbón de todos los años.
Qué quieren que les cuente; me mola sumergirme en las frenéticas críticas de Lester Bangs, en su escritura gonzo, en su actitud ante la página en blanco. Leyendo a Bangs se aprende que, en este oficio, hay que ser valiente y desatar el sentimiento hasta conseguir un monólogo que supere al de Molly Bloom y a toda la narrativa de vanguardia, un monólogo que alcance uno de esos solos de Coltrane cuando la liturgia del caballo pegaba en su estómago.
Una tormenta de notas que nos transporte al bardo tibetano, ahí donde Hendrix y Lester Bangs siguen de fiesta y bailan al fuego de una lumbre que ha prendido el mismo carpintero que levantó la cruz de Cristo recién llegado del infierno.