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El Pritzker póstumo de Frei Otto

El arquitecto alemán Frei Otto, a quien se le acaba de conceder de manera repentinamente póstuma el Premio Pritzker, es uno de los grandes genios de la ligereza arquitectónica, un estilo que rechazaba el brutalismo y la monumentalidad nazi a través de una deliberada liviandad. La nota dice que se lo dan por una “obra ligera, abierta a la naturaleza, luminosa, low-cost, democrática y energéticamente eficiente”. Su trabajo más conocido es tal vez el techo del Estadio Olímpico de Múnich, pero también tiene otras construcciones emblemáticas como el pabellón japonés de la exposición universal de Hannover en 2000 o el techo en forma de tela de araña del pabellón alemán en Montreal en 1967.

Su madre le puso el nombre, que significa libre en alemán, en 1925, ocho años antes de que los nazis llegasen al poder. Su padre era escultor, pero su padre artístico fue Mies van der Rohe, icono de la mítica Bauhaus, perseguida por los nazis. Otto se interesó muy pronto por la aerodinámica y la construcción de aviones, de ahí pasó a ocuparse de las características de las membranas elásticas y todas esas experiencias lo ayudaron a llegar a sus llamadas “construcciones naturales”.

Sus construcciones lúdicas en los primeros años de la postguerra, en los que las ciudades destruidas parecían pedir a gritos una arquitectura funcional, eran algo así como una invitación a soñar en medio del apocalipsis. Después de trabajaren una oficina de arquitectos en Berlín, Otto se trasladó en los años sesenta a la Universidad de Stuttgart donde fundó el “Instituto de Construcciones Ligeras”, un centro de investigación en el que trabajó hasta su jubilación.

El jurado del Pritzker, el más prestigioso de la arquitectura, ya tenía pensado darle el premio desde principios de años pero tuvieron que adelantar la ceremonia dos semanas, debido al fallecimiento repentino del arquitecto alemán. Famoso por sus estructuras exquisitamente ligeras y sus texturas de tela de araña, Frei Otto pertenecía aquellos que lograban combinar la más pesada de las profesiones con la utopía. En su trabajo se mezclan tanto obras terminadas como proyectos futuristas que solo existen en maquetas. Entre estos últimos hay un modelo de una ciudad protegida del sol en medio del desierto y otra, aislada del frío, en el ártico.

Sus proyectos parecían siempre condenados al mundo de las hadas. El techo del Estadio Olímpico de Berlín, por ejemplo, con su espectacular techo de delicadas filigranas, parecía imposible de construir. El modelo original había sido presentado al concurso del parque olímpico por la oficina de arquitectos de Günter Behnisch y había sido elaborado por uno de sus socios, Fritz Auer, presuntamente inspirado en las medias de nylon de su mujer.

La idea del modelo era mostrar la nueva “ligereza” del pueblo alemán, anfitrión en los Juegos Olímpicos de Múnich de 1972, y ofrecer el apropiado contraste contra la monumentalidad de los de Berlín en 1936. Pero los autores del modelo no sabían cómo hacerlo. En realidad se habían quedado asombrados con el techo de tela de araña de la Expo universal de Montreal y lo copiaron sin saber cómo implementarlo. Cuando de pronto ganaron el concurso, le pidieron ayuda a Otto, responsable de aquel techo, para que lo construyera.

Castillos en el Aire

“Utopía” era de hecho el nombre que le daba Otto a un garaje en donde acumulaba innumerables proyectos. Su idea era construir el mundo como debía ser, aunque esto pareciera imposible. En ese sentido, su proyecto vital estaba fuertemente vinculado al de otro futurista sin complejos, el visionario estadounidense Buckminster Fuller.

Otto dedicó gran parte de su trabajo a la experimentación. Tanto es así que, poco antes de su muerte, le dijo al diario Süddeutsche Zeitung que en el fondo había construido poco en su vida y que lo que había hecho eran ante todos castillos de aires. Pero lo dijo sin rabia ni arrepentimiento; sentía que con su búsqueda había contribuido a hacer el mundo un lugar un poco más amable.

Otto murió el lunes pasado por lo que se anticipó en dos semanas el anunció del Premio Pritzker pero sabía que se lo iban a dar. “Ganar premios no es la meta de mi vida, trato de ayudar a la gente pobre. Pero, ¿qué quieren que diga? Estoy feliz”, dijo en aquel momento. “Arquitecto, visionario, utopista” son algunos de los apelativos que le ha dedicado el jurado. Su obra ha influenciado a numerosos arquitectos de todo el mundo que durante treinta años peregrinaron hasta Stuttgart para oír sus conferencias.