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Guerra contra el patrimonio: un objetivo para alimentar la rabia, desmoralizar y exhibir el poder

Peio H. Riaño

8 de marzo de 2022 10:18 h

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“En los conflictos armados actuales, el patrimonio desempeña un papel cada vez más importante en la dominación y exhibición del poder”. Es la conclusión de Frederik Rosén, director del Centro Nórdico para el Patrimonio Cultural y el Conflicto Armado (CHAC). Esta institución acaba de publicar un informe sobre el papel del patrimonio en los conflictos armados, con especial atención en Ucrania. El estudio sostiene que los ejércitos beligerantes destruyen los bienes culturales “para alimentar la rabia y el antagonismo”. Y que la apropiación indebida, la manipulación y la destrucción del patrimonio están siendo empleados como elementos de “guerra híbrida” para lograr los efectos deseados.

“Nuestra comprensión de una amenaza híbrida es borrosa y nuestras defensas son incomparablemente más débiles que contra las armas convencionales”, indica el informe titulado La OTAN y los bienes culturales: una perspectiva de amenaza híbrida. Es decir, no hay nada en el mundo actual que no pueda convertirse en un arma (ni en una víctima). Desde CHAC informan que los efectos de manipulación y destrucción del patrimonio cultural como parte de la ingeniería cultural en la invasión rusa de Ucrania, “son aún más difíciles de predecir”. Al igual que el valor del bien cultural escapa a las definiciones, los efectos de jugar con ellos como un arma de guerra híbrida “deben considerarse impredecibles y totalmente supeditados al contexto político inmediato”.

El experto en patrimonio indica cómo la OTAN ha dejado de ver en la destrucción de iglesias, museos, monumentos o bibliotecas una pérdida únicamente material. Dice que la Alianza ha ampliado su visión sobre el patrimonio al comprobar sus “implicaciones estratégicas, operativas y tácticas”. Porque el objetivo de la destrucción del patrimonio “nunca es destruir la fuerza militar del enemigo o la infraestructura crítica”. El objetivo “es comprometer los sentimientos y las disposiciones afectivas de las poblaciones”, para lograr los efectos deseados durante la contienda.

Rosén explica cómo tanto los usos tácticos (promoción, desestabilización y escalada de conflicto) como los usos estratégicos (objetivos geopolíticos) del patrimonio cultural pertenecen al “dominio cognitivo” de la guerra. Ese es el fundamento de lo que la OTAN denomina “guerra híbrida”, en la que los ataques al patrimonio “pueden afectar la resiliencia de la sociedad e indicar un intento de socavar la unidad o identidad nacional”. La organización ha entendido que debe establecer otra importancia en la protección del patrimonio en todas las fases y funciones operativas. De hecho, hasta 2015 la protección del patrimonio en la OTAN era un asunto en manos del Grupo de Trabajo de Protección Ambiental (EPWG), bajo las órdenes de la Junta de Normalización Conjunta del Comité Militar.

La guerra híbrida

Explica el director de CHAC que, desde una perspectiva de amenaza híbrida, el patrimonio constituye un elemento de vulnerabilidad social. Los adversarios pueden explotarlo dado las “fuertes reacciones emocionales” que entran en juego. También afecta a la cohesión de la Alianza. “Esto refuerza la necesidad de que el patrimonio sea una parte integral de la conciencia estratégica continua de la OTAN”, señala la Directiva de Comando Estratégico de la OTAN de 2020.

Las potencias beligerantes son conscientes de esta debilidad y explotan cada vez más, dice el estudio, el poder social del patrimonio cultural “para mostrar la superioridad moral, inducir al miedo, provocar, desestabilizar comunidades y naciones, aumentar las tensiones y los conflictos y reestructurar la dimensión cultural de los órdenes geopolíticos”. Esto ha sido señalado por la OTAN, la UNESCO, la Asamblea General de la ONU y el Consejo de Seguridad de la ONU. En estas guerras híbridas el objetivo no es tanto la conquista como la influencia en la voluntad y ánimo de los ciudadanos, así como de quienes toman las decisiones. Rosén apunta dos intenciones claras: “Alterar la conciencia y desafiar el cálculo estratégico”.

De ahí que el informe de CHAC sostenga que los desafíos de seguridad de los bienes culturales en los conflictos armados van más allá de la protección legal: “El patrimonio se ha convertido en una frontera”. El patrimonio ha pasado a entenderse como “un problema de seguridad internacional”. La directiva de la OTAN también señala que “las poderosas imágenes” de destrucción de sitios de Patrimonio Mundial se han convertido “en herramientas de guerra de información”.

Imágenes poderosas

La falta de protección de los bienes culturales puede tener “consecuencias tácticas y estratégicas”. La destrucción del patrimonio “puede obstaculizar la reconciliación y la recuperación de las sociedades después de un conflicto”, añaden. “El poder social del patrimonio cultural ha demostrado ser proponso a la explotación por parte de los adversarios con el fin de alimentar antagonismos y estimular el malestar, la desestabilización y la violencia”, puede leerse en el estudio de CHAC.

Pone el ejemplo de la misión de la OTAN en Kosovo, con la KFOR, donde los problemas de desestabilización relacionados con el patrimonio son una de las tres razones por las que la OTAN mantiene la misión. Lo mismo ocurre en Siria e Irak, Yemen, Malí, Myanmar, Chipre, además de Israel y Palestina. La conservación del patrimonio es un desafío global para los intereses militares.

La invasión de Crimea

El informe repasa varios conflictos en los que se ha usado el patrimonio como arma de persuasión y se detiene en la invasión de Crimea por Rusia, en marzo de 2014. “Desde el principio, la dimensión cultural fue fundamental para la anexión y el inminente conflicto con Ucrania”, dice el texto. Los argumentos para invadir la península de Crimea también incluyeron argumentos sobre el patrimonio y la “verdadera propiedad” de la península y su paisaje cultural. Putin entonces declaró: “En nuestros corazones siempre fue nuestro”. Ahora la narrativa de Putin vuelve a enfatizar los vínculos históricos y culturales entre Ucrania y Rusia. Él se define como la persona que unió el “mundo ruso”, a partir de una concepción cultural.

Rusia usó claramente y continúa usando la apropiación del patrimonio para intimidar a las comunidades ucranianas

Un informe de 2021 de la UNESCO concluyó que Rusia se apropió de los bienes culturales ucranianos en la península, “incluidos 4.095 monumentos nacionales y locales bajo protección estatal”. Además UNESCO explicó que Rusia utiliza dicha apropiación para ejecutar una estrategia a largo plazo de “fortalecer su dominio histórico, cultural y religioso sobre el pasado, el presente y el futuro de Crimea”. Y, claro, de Ucrania. Según el informe de CHAC “Rusia usó claramente y continúa usando la apropiación del patrimonio para intimidar a las comunidades ucranianas. Cuando una nación reclama la propiedad de bienes culturales de otra nación y se apropia de ellos constituye un fuerte acto simbólico”.

Desde la toma de Crimea, Rusia ha erigido en lugar de los bienes culturales originarios “monumentos de dudosa calidad para glorificar la grandeza del poder de Rusia”. Y concluye el informe que con estas acciones “Rusia intenta engañar al mundo entero de que Crimea siempre ha sido rusa”. Sin embargo, la península “era, es y será la tierra de sus pueblos indígenas: los tártaros de Crimea”.

CHAC denuncia que Rusia también planea establecer un museo del cristianismo en el sitio del Patrimonio Mundial de la UNESCO de Ucrania, la antigua ciudad de Chernosenos. En el caso de Ucrania y Crimea, el patrimonio emerge como una herramienta “para la dominación y la desestabilización”, pero también “para destruir comunidades desde dentro y reformatear las regiones ucranianas mediante actos de ingeniería cultural”.