“De niño, mis padres me llevaban a manifestaciones, en lugares como Webster Hall y Manhattan Center. Daban discursos, montaban obras de teatro y cantaban canciones sobre la guerra en España”. Son las palabras del descendiente de uno de los muchos españoles que emigraron a EEUU a finales del siglo XIX. Como él, decenas de miles de campesinos y obreros dejaron atrás su país y cruzaron el océano Atlántico en busca de un sueño: el americano.
Quizá no sea un capítulo estudiado en los libros de historia, pero esta ausencia tiene explicación. Nuestro éxodo a Norteamérica ha quedado diluido por el contexto que vivía dicho país: los españoles eran solo una gota en el océano de inmigrantes que estaban recibiendo. Sin embargo, que no se haya destacado no significa que no existiera.
Esa es la razón por la que el Centro Cultural Conde Duque de Madrid inaugura Emigrantes invisibles, una muestra impulsada por la Fundación Consejo España-EEUU, que cuenta con más de 300 imágenes y objetos procedentes de los descendientes de quienes se atrevieron a abandonar sus hogares en busca de nuevas oportunidades. Son retazos de un pasado expuesto como piezas de museo, pero que realmente se hallaban en cajas de galletas o perdidos en un oscuro desván. Es como un gran mosaico colectivo formado a partir de muchos azulejos individuales.
Los arquitectos de esta historia han sido el profesor e hispanista James D. Fernández y el periodista Luis Argeo, ambos descendientes de emigrantes españoles a EEUU y responsables encontrar estos objetos, en parte, gracias a la movilización en redes sociales. Al final consiguieron reunir unas 15.000 fotografías, pero quedaba lo más complicado: construir un relato que explicara el porqué de este éxodo.
“Es una emigración motivada claramente por la búsqueda de trabajo y de oportunidades. La historia se puede contar prácticamente a través de los productos: los vascos van a ser pastores, muchos asturianos van a Florida para trabajar en las fábricas de puros, hubo gente del sur que fue a Hawái para cortar cañas de azúcar… Es un fenómeno con muchas diásporas impulsadas por el trabajo”, explica Fernández a eldiario.es.
El lugar de destino de los emigrantes no era un país en concreto, sino el trabajo. Esa era la patria que buscaban. Así se demuestra a lo largo de los seis capítulos que divide esta exposición, la cual se recorre a través de pasillos azules como referencia al color del océano que separa a estos dos mundos.
Un “hasta luego” convertido en “adiós”
Todo comienza con el adiós a España. Una despedida que en un principio iba a ser momentánea pero que, con el trascurso de los años, fue definitiva. La idea era salir del país para ganar dinero y luego volver con recursos suficientes para tener una vida tranquila, pero el estallido de la Guerra Civil y la posterior dictadura frenó a gran parte de los expatriados.
A pesar de ello, el tiempo ha provocado que las razones iniciales de los emigrantes hayan quedado diluidas. Según los comisarios, los descendientes piensan que ya partieron con la idea de ser americanos en mente. “La mitología nos lleva a pensar de esta forma, pero la historia no es así. Mi abuelo nació en Galicia y vino a EEUU porque ese día cogió un barco que iba a Nueva York. Pero si hubiera ido al puerto un día después, quizá habría ido a La Habana y todo sería diferente. Creamos necesidades históricas que en realidad son arbitrariedades”, explica el hispanista.
Una vez allí, los españoles se asociaron para sobrevivir y, al mismo tiempo, cultivar la identidad por si algún día tocaba volver. Fiestas de comida regional, fotos con vestidos típicos de nuestro folclore, campeonatos de pelota vasca… Se fueron acostumbrando al ritmo de vida estadounidense, pero sintiéndose como personas entre dos tierras. Les unían las ganas de regresar y la pobreza, una más agudizada precisamente por los años de la Gran Depresión.
Pero mirar al pasado con los ojos del presente puede tener inconvenientes, sobre todo en un país como EEUU donde lo común queda borrado a favor de lo individual. “Con el paso de las generaciones los recuerdos se van generalizando, y lo que para un nieto es la foto de su abuelo en realidad es una de una reunión de españoles”, apunta el docente. Esa instantánea grupal no es el testimonio de una sola persona, sino de un colectivo.
La Guerra Civil al otro lado del océano
La Guerra Civil española tampoco está desligada de este fenómeno migratorio. Los archivos familiares desvelan cómo la sufrieron desde la distancia revindicando, en su mayoría, la Segunda República frente a la amenaza del fascismo. “Hicimos un gran esfuerzo por encontrar materiales de emigrantes que se hubieran puesto del lado de la causa franquista, pero hay muy pocos. Tiene su explicación: la gente que emigró fueron obreros con conciencia de clase y una cultura política bastante desarrollada”, apunta Fernández.
Es lo que, por ejemplo, provocó que dos emigrantes españolas boicotearan una tienda de ultramarinos llamada Casa Moneo, en pleno corazón del barrio español en Manhattan, mientras paseaban con un cartel en el que se leía 'No compre mercancía fascista'.
“Se volcaron con la república de una manera muy llamativa y de nuevo vemos la discrepancia con los descendientes, que no tienen las coordenadas para entender la historia. A veces hay una foto de un mitin republicano con puños en alto y banderas, y el descendiente piensa que quizá es de un desfile del 4 de julio’”, resalta el historiador.
Hay otro aspecto que los herederos de aquellos expatriados ignoran: la discriminación que sufrieron. “Nos suelen decir que sus abuelos eran españoles y que era sinónimo de tener cierto estatus. Sin embargo, esto no era así para un racista de 1920. La evidencia del archivo, y más si tienes acceso al de gente muy mayor, es que igual sí sufrieron discriminación pero que quizá no lo decían. ¿Para qué va a contar un abuelo a su nieto las vejaciones que sufrió de joven?”, se pregunta el hispanista.
Hoy llama la atención que uno de los debates en EEUU y España, dos países con pasados tan implicados en la historia de las diásporas, sea precisamente el de levantar muros en sus fronteras.
“Hay muchos parecidos entre estos emigrantes de hace 100 años y los refugiados de hoy. Mucha gente no lo quiere ver e insiste en que estos serán una cosa y aquellos otra”, reflexiona el hipanista y comisario. “Pero esa resistencia a ver la semejanza es como un cortocircuito a la empatía, porque yo creo que el espectador de esta muestra va a simpatizar inmediatamente con tantas caras de gente valiente que solo quería salir adelante”, considera Fernández.