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La increíble historia de Pigafetta, el cronista de la primera vuelta al mundo
Las gestas y penurias de la primera vuelta al mundo, hace ahora quinientos años, han llegado a nuestros días gracias a la bitácora de Antonio Pigafetta, un caballero véneto al que la historia reservó una de sus páginas más fascinantes.
Pigafetta nació en torno al 1492 en el seno de una familia de la nobleza de Vicenza, ciudad de la Serenísima República de Venecia, y su figura aún en la actualidad sigue envuelta en interrogantes.
Es “el personaje más importante que la historia ha olvidado”, indica a Efe Stefano Soprana, presidente de la asociación que la ciudad italiana ha instituido para reivindicar este año la figura de uno de sus personajes más ilustres a la par que desconocidos.
El noble se encargó de escribir un cuaderno de viaje durante toda la expedición del portugués Fernando de Magallanes, una tormentosa aventura con la que España buscaba una ruta alternativa a las Indias con la que controlar el importante mercado de especias.
En el documento, del que se conserva una copia hallada en el siglo XVIII, describió todo lo que vio en aquella epopeya, la primera vuelta al mundo, como la flora, la fauna, los pueblos y costumbres de los sitios a los que llegaba.
En 1519 Pigafetta se encontraba en la corte española, en ese momento en Barcelona, y ahí pronto se enteró de que en la ciudad de Sevilla se estaba ultimando una gran expedición marítima.
En la ciudad del Guadalquivir se embarcó en uno de los cinco navíos preparados para una exploración hacia el oeste, junto a 237 hombres y de la que, tres años después, solo regresaron 18 a causa de las guerras, las deserciones, las hambrunas y las enfermedades.
Pigafetta explica las razones que le llevaron a sumarse a una gesta tan arriesgada. Entre sus virtudes, presumía de conocimientos en navegación, una curiosidad voraz y un sueño dorado de celebridad.
“Siendo yo conocido por haber leído muchos libros y por diversas personas que hablaban de las grandes y estupendas cosas del mar Océano, deliberé buscar experiencia y ver dichas cosas, para que me granjearan satisfacción y un nombre para la posteridad”, relata.
Pigafetta describió el impiedoso Atlántico, su cielo estrellado, el “muy abundante” Verzín o Brasil, los albores de la evangelización en el continente americano, animales inimaginables, como cerdos con el ombligo en la espalda, el calmo Océano Pacífico o los aguerridos pueblos nativos que poblaban sus infinitas y abruptas islas.
Y dejó para la posteridad el hallazgo del paso que une los dos océanos: “El miércoles 28 de noviembre de 1520 desembocamos desde este estrecho al mar Pacífico, que navegamos durante tres meses y 20 días sin provisiones”, escribe.
Ya en aquel momento la situación a bordo era dramática: “El bizcocho que comíamos ya no era tal, sino un polvo con puñados de gusanos que se habían comido la sustancia. Tenía un hedor de orina y bebíamos agua amarilla putrefacta desde hacía días”, rememora.
En su texto incluyó varios dibujos y hasta cuatro diccionarios con palabras del guaraní, como el “maíz”, el filipino y el patagonio para comprender a las poblaciones y tribus de los mares del sur.
Tras dar la primera vuelta al mundo, Pigafetta entró en la bahía de Sanlúcar de Barrameda el 6 de septiembre de 1522 en la única nao que había sobrevivido, consciente de haber hecho historia.
Con él regresaron diecisiete hombres “mayormente enfermos”. Entre ellos estaba el vasco Juan Sebastián Elcano, al que no menciona a pesar de que se puso al mando tras la muerte de Magallanes en 1521 en una batalla contra los indígenas de la isla filipina de Mactán.
Una escaramuza en la que, por cierto, Pigafetta resultó herido en la frente a causa de una flecha envenenada.
“Desde el tiempo que zarpamos desde esta bahía hasta el día presente recorrimos más de 14.460 leguas y cumplimos la vuelta al mundo, desde levante a poniente”, certifica al final del texto.
El lunes 8 de septiembre echaron el ancla en un muelle sevillano. Desde entonces Pigafetta se dispuso a buscar la notoriedad que tanto ansiaba, dirigiéndose a las principales cortes europeas para narrar los pormenores de sus exploraciones y buscar editores para su relato.
En primer lugar se reunió con Carlos I, que en ese momento se encontraba en la ciudad castellana de Valladolid: “Presenté a la sagrada majestad de Don Carlos, no oro ni plata, sino cosas muy apreciadas por un señor como él. Entre estas un libro de nuestro viaje”, narra.
Sin embargo la Corona española no le reservaba gloria alguna, se cree que por su lealtad al portugués Magallanes.
Quizá por eso después acudió a Portugal, para ilustrar la proeza al rey Juan III de Avis, y acto seguido se encaminó a Francia, donde entregó algunos regalos “del otro hemisferio” a la madre del rey Francisco y regente, Luisa de Saboya.
Por último Pigafetta, agotado e ignorado por las potencias europeas, acabó regresando a Italia para llevar su bitácora a los gentilhombres más influyentes, como los Gonzaga de Mantua, el dogo Andrea Gritti de Venecia o el papa Clemente VII.
La copia conservada, en italiano y de estilo epistolar, fue encargada por el Gran Maestre de la Orden de Rodas, Filippo De Villers Lisleadam, quien le animó a dejar escrita su proeza.
Las causas de su muerte, situada en torno a 1531, están aún por esclarecer, como muchos aspectos de la vida del hombre que contó la primera circunnavegación del planeta.
Gonzalo Sánchez
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