Joan Vergés Gifra (Banyoles, 1972) ha escrito un ensayo que solo con el título ya invita a pensar. ‘La protesta i la queixa’ [La protesta y la queja] editado únicamente en catalán por Arcàdia se adentra en un terreno incómodo, el de diferenciar ambos conceptos aunque a menudo estén ligados y de hecho a veces una lleve a la otra.
Este profesor de Filosofía Moral y Política de la Universitat de Girona y director de la Cátedra Ferrater Mora de Pensamiento Contemporáneo argumenta que la democracia torea mejor la protesta que la queja. Probablemente porque la protesta es más fácil de definir y de identificar. Explica también que la izquierda ha monopolizado en gran parte muchas de las protestas, pero no solo la izquierda protesta. También lo hace la derecha. Protesta y se queja, ambas cosas.
Y como tercera reflexión, que igual encaja como provocación, advierte de un fenómeno complejo que una vez planteado no deja indiferente: “Que haya voto de izquierdas en barrios ricos es un drama. Del mismo modo que lo es que en los barrios donde hay pobreza no se vote a la izquierda. Significa que hay algún problema y que ha cambiado la percepción que se tenía tradicionalmente de lo que es ser de izquierdas”.
La conversación con el autor se ha editado para reducir su extensión y facilitar la lectura.
¿Por qué no es lo mismo la protesta que la queja?
La protesta es un acto de contestación pública con una serie de características que hacen que sea distinta de la queja. Se trata de un acto de contestación pública e intencionada por parte de una gente que considera una situación injusta, que entiende que alguien es responsable de poderla cambiar y le reclama que actúe. No necesariamente este actor tiene que ser quien ha provocado la situación injusta porque, por ejemplo, a veces reclamamos a los gobiernos que solucionen cuestiones que ellos no han provocado.
Apela a una especie de metodología para diferenciarlas. En el caso de la protesta y resumiendo sería percibir el agravio, la reclamación a fin de obtener una respuesta y los efectos que se consiguen.
Sí, hay una serie de criterios. Una protesta es un ejercicio público y existe un actor. La queja no necesariamente tiene que ser un acto de contestación público, sin que se reclame directamente a alguien. Se puede asociar al concepto de malestar.
De hecho, explica que queja y protesta pueden estar conectadas y una llevar a otra.
No siempre una lleva a la otra. A veces de una protesta sale otra y hay que tener en cuenta que no solo la izquierda protesta aunque haya tenido una capacidad de hegemonizarla.
Es decir, la gente de derechas también se queja.
Cuando en las encuestas aparece que mucha gente señala la inmigración como un problema lo que hay detrás es un malestar. Es una situación generada por los medios y la cuestión es cómo se canaliza.
Cita a los medios como responsables. Entiendo que es porque además algunos lo que hacen es plantear el fenómeno como un problema y, además, amplificarlo.
E intentan transformar ese malestar en una determinada protesta. Aquí es donde se juegan las batallas ideológicas. Unos intentarán que el malestar vaya hacia un lado y otros hacia otro.
Y como comenta en el libro, estar indignado no necesariamente significa que se tenga razón.
Claro. Las personas que están delante de una mezquita pidiendo que se cierre también están indignados. Y puede haber también otro acto, por ejemplo de colectivos antifascistas, contra la primera protesta. Es decir, una protesta que genera otra. Esto en el espacio público pasa.
¿Cómo se sabe que una protesta ha valido la pena?
Por un lado están los historiadores que, llegado el caso, son los que nos lo podrán decir. Un acto de contestación pública de protesta puede tener algunos elementos para valorar si ha tenido éxito o fracaso pero en todo caso son internos, criterios propios del movimiento. Independientemente de que un historiador lo analice y diga 'ellos pensaron que habían fracasado pero en realidad propiciaron todos estos cambios'.
Por lo tanto a menudo lo que se necesita es una cierta perspectiva.
Muchas veces. Los movimientos sociales acostumbran a ser hechos históricos.
En uno de los capítulos te preguntas por qué no hay más reivindicaciones. Igual tiene algo que ver que es más fácil poner un mensaje en la red que salir a la calle a manifestarse.
También se dijo que con las redes habría más contestación, si citaba como ejemplos las primaveras árabes, y después ha resultado que no. Más bien tienes la sensación que con las redes nos adormecen.
En los países ricos es más fácil protestar. Recordarlo puede parecer una obviedad pero no lo es.
Sí, en el libro señalo los estudios con datos que avalan esta percepción. Para poder manifestarte públicamente y reivindicar ante otro una situación que consideras injusta necesitas una cierta capacidad, una visión ideológica, poder movilizar...
Entre las quejas habituales se encuentra la del exceso de burocracia. Pero como teoriza en uno de los capítulos, es el agua en la que nadamos. Nos puede agobiar pero la necesitamos para funcionar.
Lo del agua en la que nadamos es una expresión de Graeber. Un régimen que no necesita la burocracia es aristócrata u oligárquico. En democracia se dispone de un sistema objetivo de tramitación de peticiones de los sectores sociales a las autoridades. Ahora bien, también deberíamos poder reclamar una burocracia más nórdica y menos imbécil que la que tenemos. El régimen, del mismo modo que te da, puede también marear mucho la perdiz. Y hay que recordar que cuando hablamos de burocracia nos referimos también al sector privado, por ejemplo, los bancos.
La democracia vive de la protesta, la anima. Pero a la vez tiene un efecto contraproducente y es que tiende a moralizar para conseguir la adhesión de gente.
Hay una frase en el libro que llama bastante la atención. Dice que la moral es la erótica de la democracia. ¿Qué significa esto?
Significa que el régimen democrático, el 'democratismo', necesita seducir. Se plantea como un estado ideal, es el cielo o la tierra en términos políticos y ese es parte del drama. Por ejemplo, se la cita como sinónimo de justicia.
¿Y la democracia no es sinónimo de justicia?
No, no lo es. Vivimos en democracia, en distintos grados, pero lo es. Tú puedes decir 'vaya mierda de casa', pero es una casa. Lo mismo puede pasar con la democracia. Es un régimen que tiende a idealizar.
Es lo del tópico: el sistema menos malo.
Aristóteles lo explica cuando dice que la democracia es un mal régimen pero es el mejor de los malos regímenes. La democracia necesita seducir, que la gente se implique, que proteste para mejorar. La democracia vive de la protesta, la anima. Pero a la vez tiene un efecto contraproducente y es que tiende a moralizar para conseguir la adhesión de gente.
Aristóteles también hacía referencia a la desigualdad como origen de la protesta. ¿Con menos desigualdades habría menos protestas o no necesariamente sería así?
No necesariamente. ¿Contra quién protestas más? Los magrebíes y senegaleses de Salt reciben palos de los que están justo encima en sus edificios, no de los que viven en un barrio alto de Barcelona. En los barrios bien estantes, los migrantes cuidan a los ancianos o limpian las casas, pero no conviven juntos. Las tensiones están entre los estratos sociales. La percepción de desigualdad es la que tú consideras significativa. Te da igual si Bill Gates tiene un millón más o menos. Lo que te tocará mucho las narices es que el que trabaja contigo tenga un aumento de sueldo que tú no tienes. Por eso, el discurso contra el racismo y la desigualdad lo capitaliza gente que en realidad no lo experimenta. Es un drama que gente con mucha pasta sea de izquierdas. Es un drama para la izquierda.
¿Por qué?
Porque no experimentará ni será creíble. Ser de izquierdas es muy cargante porque obliga a una serie de compromisos morales. Es muy exigente. Que haya voto de izquierdas en barrios ricos es un drama. Del mismo modo que lo es que en los barrios donde hay pobreza no se vote a la izquierda. Significa que hay algún problema y que ha cambiado la percepción que se tenía tradicionalmente de lo que es ser de izquierdas. Lo que ha pasado es que la izquierda ha ido mutando hacia una izquierda cultural. Es algo que ha sucedido de manera muy significativa en Francia.
¿Entonces lo que está diciendo es que para ser de izquierdas hay que ser pobre?
No, lo que digo es que hay que ser íntegro. Yo no he dicho que tengas que ser pobre. Pero no puedes estar alejado de la gente pobre. Todos los movimientos de izquierda que han triunfado identifican un colectivo. Si tu cartera está llena te costará mucho identificarte con el que la tiene vacía. Podemos decirlo y es muy guay pero lo difícil es hacerlo, sentirlo de verdad, compartir mesa.